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HORACIO VÁZQUEZ RIAL Cataluña es más que, un club

La primera llamada telefónica que recibí el miércoles era de una persona apasionadamente interesada en comentar forma y contenido del sketch de Els Joglars presentado en el último programa de Javier Gurruchaga. Estuvieron llamando durante todo el día. Me hablaron del tema en el restaurante en que comí, en el bar en que tomé el café, durante mi trabajo, en la calle. Poco antes de irme a dormir, volvió a sonar el teléfono. Lo mismo.Sólo recuerdo tres noticias que hayan generado igual cantidad de palabras en los últimos años: la muerte de Franco, el regreso de Tarradellas y el 23-F. Parece obvio que el incidente televisivo de la noche del martes no tiene la misma importancia para el presente- ni para el futuro de Cataluña que los sucesos a los que acabo de aludir. Tiene menos. Y tiene menos importancia, en cualquier caso, que eventos locales más discretos, por no haberse: desarrollado ante las cámaras, y de los que se habló y se habla, comparativamente, muy poco, como el caso de Banca CaUdana y el de la vertiente autonómica de las loterías, muertos, enterrados y olvidados.

¿Qué es lo que tanto preocupa de la representación de Boadella? ¿Qué tipo (le reacción suscitó? ¿Qué relación guarda este acontecimiento con las próximas elecciones? Son preguntas que puedo formular e intentar responder en público porque a ello me autoriza mi condición de votante. Diré más: a ello me obliga mi condición de votante, puesto que: en la historia de la última década los partidos políticos catalanes han eludido toda actitud clarificadora en sus campañas. Atentos a lo emocional, a lo simbólico, han relegado a un segundo plano el discurso racional de la política.

Els Joglars cometieron, en palabras del vicepresidente del Fútbol Club Barcelona, "una ignominia, una muestra de mal gusto y un atentado contra las instituciones de Cataluinya y la Virgen María". Esito fue dicho en un medio especialmente irritable desde el asunto Mariscal, tan reciente.

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Vayamos por partes. En la pantalla se sucedieron, en un solo espacio de unos 10 minutos, sátiras que afectaban a dos clubes deportivos, el Barcelona y el Español; al presidente de la Generalitat, Jordi Pujol; a los jugadores de fútbol de los mencionados equipos y, si se quieren ver las cosas así, a la Virgen de Montserrat y el Niño Jesús. Recojo algunas de las afirmaciones más repetidas por mis interlocutores de hoy: los actores, Boadella, Gurruchaga, el programa, Televisión Española, Pilar Miré o quien fuese en última instancia responsable (porque se busca un responsable), se burlaban de las convicciones de un colectivo, faltaban al respeto a Cataluña por medio de sus instituciones y hacían mofa y befa de las creencias católicas. Como se ve, no es sencillo ir por partes.

Corresponde insistir en los interrogantes: ¿De las convicciones de qué colectivos se burlaban los actores? ¿De las del colectivo de los clubes de fútbol catalanes? ¿De las de los jugadores de fútbol en general, retratados como mercenarios o como poseedores de un bajo nivel intelectual? ¿De las de los presidentes de la Generalitat? ¿De las de los votantes de Jordi Pujol? Más aún: ¿de las de los católicos en particular? Y todavía: ¿cuáles eran las instituciones de Cataluña a cuyo respeto se faltaba? ¿El Barcelona, el Español, el señor Pujol, los jugadores de fútbol o acaso la Virgen de Montserrat y el Niño Jesús?

En todos los cafés de Barcelona, que no son pocos, cada día se pueden oír críticas feroces al funcionamiento de los clubes y furibundas diatribas referidas a la comercialización del deporte, fenómeno mundial y ampliamente glosado en la Prensa. El divorcio teórico entre práctica deportiva y mérito intelectual es producto de un arraigado prejuicio, que se pone de manifiesto por oposición cada vez que se elogian las virtudes de este o aquel jugador que -mire usted qué notable ostenta título universitario.

Acerca del presidente Pujol, he escuchado opiniones de todo jaez en los últimos tiempos y en los muy largos años en que sólo era el ciudadano Jordi Pujol. Le considero un político sagaz y lu chador duro. Alguien a quien las burlas, sean del gusto que sean, no tienen por qué hacer mella.

Quiero demasiado a este país, en el que elegí vivir, para aceptar que solamente sus clu be's deportivos, o solamente sus jugadores de fútbol, o solamente el presidente de su Generalitat, lo representen. Clubes, jugado res y presidente necesitan un buen aval para que se les otor gue esa representación. Y aquí es donde entran la Virgen y el Niño. No los objetos de fe, que en última instancia pertenecen a los creyentes del mundo y son patrimonio de la cultura univer sal, sino la Virgen de Montserrat, la Moreneta, con su Niño, la expresión sutil y sabiamente empleada, en el marco de la política actual, de una iglesia nacio nal catalana. Clubes, presidente, jugadores y símbolos de fe: aislados, no significarían nada más que lo que significan en cual quier otro país; así reunidos, conforman el paquete electoral catalán. Tan intocable como in tangible, hasta que Boadella lo reúne y lo revela.

Cuando Cataluña carecía de palabra libre, el Barcelona era en verdad más que un club. Sin otros triunfos disponibles de que gozar, la gente se refugiaba en los goles. Y Tarradellas, en el exilio, encarnaba las institucio nes catalanas, y era indiscutible exactamente en esa medida. Y los católicos demócratas de Cataluña, que eran los más, se veían consuetudinariamente injuriados por el Concordato, y militaban contra la dictadura. En aquellos lejanos tiempos tan cercanos, los católicos eran toda Cataluña; y lo eran los hinchas de fútbol, y los jugadores; y el presidente de la Generalitat y las instituciones eran una sola y misma cosa. Ahora la fe es cuestión individual, un ejercicio de la libertad. Con la Generahtat en pleno uso de sus poderes, el presidente es cuestionable, tiene que contar con una oposición, sea que la ejecuten otros partidos o, por dejación de los responsables, quede a cargo de un grupo de cómicos intelígentes y con sentido cívico. Desde el momento en que, fallecido Franco, el Barcelona volvió a ser un club como los demás y los ciudadanos de este país empezamos a concebir triunfos más personales y sólidos que los deportivos, Cataluña empezó a ser más que un club.

No falta quien pide represalias contra Boadella o Gurruchaga, o a "quien corresponda". Es decir, no falta quien pida censura. El paquete electoral, quizás. O sus representantes. Nunca se sabe. Los propietarios de grandes paquetes electorales tienden con frecuencia a creer que toda democracia es orgánica. Hay que recordar que ésta no. Que ésta es una democracía plural y pluralista. Y que, para vivir en ella, hacen falta tolerancia, madurez y sentido del humor, tres cosas que suelen ir unidas, que se ganan con la edad y que, cuando faltan, dejan espacio al desastre y a la mano dura. Los adolescentes con granos se angustian y ofenden con quienes les mencionan su imperfección o mácula. Los adultos equilibrados con granos se núran en el espejo, visitan al dermatólogo y vuelven al trabajo. Es una cuestión de convivencia. A veces, de cohabitación. Siempre, de libertad.

Cataluña es más que un club. También es más que un presidente, que unos jugadores o unos hinchas de fútbol, y hasta es más que dos clubes. También es más que sus católicos, con ser éstos muchos. Y más que un partido que pretenda subsumir en sí todos esos elementos. Y que dos partidos.

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