La inactualidad del filósofo
Nietzsche destacó de Schopenhauer su inactualidad, convirtiendo a su ética de la negación de la voluntad de vivir en afirmación de la vida. Horkheimer en este siglo ha destacado su actualidad, pero transforma la metafísica pesimista de Schopenhauer en un optimismo práctico. En uno y otro caso se resalta la imbricación de un pesimismo de principio con una crítica específica de la sociedad.En cualquier caso, no se hace del diagnóstico ajustado de la actualidad una propuesta a las demandas sociales. El pesimismo, pues, no es un remedio, pero ello no empece su poder educativo y su perspectiva en el análisis de una época.
Voluntad
En España, los schopenhatierianos más finos optan por el camino de Nietzsche. En Italia lo visten de actualismo y lo exportan a España para consumo de profesores de filosofía, que izan la bandera de la nada como crítica a las teorías de la sospecha moderna. Incluso está haciendo furor en algunas tendencias posmodernas y neoconservadoras españolas. Triste destino de un pensador que hizo de la crítica a la fama aguijón de filisteos metidos a filósofos.
El actualismo reduce a Schopenhauer al volo como alternativa a la izquierda y a la filosofía como crítica. Sin embargo, el egoísmo schopenhatieriano, en mi opinión, no puede traspasar los límites de la subjetividad, la voluntad. Mi voluntad, que garantiza la acción moral, invalida cualquier proyecto intersubjetivo. Es imposible una ética social. No obstante, la pregunta sigue abierta: ¿es Schopenhauer el verdadero maestro filosófico de nuestra época?
Como es sabido, la filosofía idealista, parapetándose en la noción de razón considerada como sustancia, concibió la posibilidad de transformar la filosofía en filosofía de la razón y en idealismo. Un poco más tarde comenzaron a entrar en escena todo tipo de cantores que desde entonces hasta hoy han ido formando un coro que, a semejanza de la música atonal, pretende entonar un polifónico réquiem por la razón. Schopenhauer fue uno de los primeros críticos de aquella filosofía idealista e, indirectamente, un agudo crítico social de su tiempo. Así pues, nadie negará a Schopenhauer un puesto relevante en ese curioso coro filosófico, de tanta resonancia en el desconcertado hombre del siglo XX.
Sin embargo, no creo que la negación schopenhaueriana del mundo y de la vida constituya criterio alguno de juicio, y mucho menos alternativa ética, al pensamiento de la sospecha y a la crítica de la ideología. La ética como experiencia individual, según la entiende Schopenhauer y después Nietzsche, difícilmente podrá dar cuenta y satisfacción de la demanda de una ética social. Esa experiencia que es la voluntad de vivir se convertirá en Nietzsche en criterio de juicio normativo de la historia, pero en Schopenhauer no existe posibilidad de juicio moral para la acción, puesto que la negación del mundo y de la vida convierte toda acción ética en ilusoria. Únicamente el ascetismo es verdadero, al constreñir de modo significante la voluntad de vivir. La inactividad como ideal acaba negando todo tipo de acción ética, reconciliándose con lo existente.
De modo parecido a Schopenhauer, la oferta actualista del italiano Vattimo es la nada, la negación abstracta del mundo, trascendiendo los condicionamientos espacio-temporales: "Hay un criterio de opción, pero ya no es el mundo real" (Vattimo). No es necesario convertir el pesimismo de Schopenhauer en apologética del capitalismo, como hizo Lukács en su momento, para constatar que el desconocimiento de las condiciones histórico-sociales del sufrimiento ¡mplica hacer de éste algo irremediable y natural. De este modo, todo esfuerzo histórico por superar el sufrimiento queda reducido a la inutilidad.
Desde Kant y su crítica de la razón dialéctica, es sabido que el sujeto igual a sí mismo de la razón ya no es el lugar arquimédico de la verdad. Cualquier estudiante de filosofía es consciente de que la luz de la razón no es capaz de iluminar plenamente su origen. También es famosa, ya antes de Nietzsche, la afirmación de que poder y razón están en conexión, más allá de la mera metáfora. Todo lo cual ha llevado a considerar la razón como un acto de voluntad, una decisión más o menos irracional en favor de la misma.
Oscura decisión
Sin embargo, y ésta es la apuesta ilustrada contemporánea, queda en tinieblas todo aquello que conduce a los hombres a una tal oscura decisión. Parece obvio que el proyecto emancipatorio de la ilustración, sobre todo en lo que se refiere a la idea de progreso moral, ha fracasado. Pero de ello no se deduce que sea el final de la ilustración. ¿Quizá sea imposible una completa desdogmatización o, por el contrario, quizá no se ha completado de forma radical suficientemente la ruptura con la metafísica platónica y su inclusión cristina de lo finito y infinito? En cualquier caso, la ilustración continuará reforzada, pues no parece que se pueda renunciar a la capacidad de crítica, de juicio de la propia ilustración; ni siquiera Vattimo está dispuesto a dejarse arrebatar un criterio de juicio, que a la postre le permite seguir perorando, el que no es.
Parafraseando a Adorno, la crítica es, como la razón que la soporta, "la cicatriz endurecida de un problema irresuelto", imposible, a mi jucio, de simular con la postulación vacía de un desvanecimiento continuo del mundo. La irracional voluntad de vivir trocada en voluntad de potencia, sustancia metafísica del acontecer universal, no puede hacerse cargo de la desmoralización persistente del proceso histórico. No vale la negación del mundo que se escude en el grito de sálvese quien pueda. La ascesis schopenhaueriana en clave de ontología débil no es piedad solidaria, sino desdén por toda acción ética considerada como ilusoria y lánguida: "Quizá haya un mundo real, pero, si es cierto que éste existe, es precisamente el que no es, el que (...) tiene su verdad era esencia en el desvanecerse" (Vattimo).
Insensatez
De ahí que cualquier empeño humano por solventar los males humanos sea una insensatez, Hace tiempo que la crítica de la sospecha, en versión de dialéctica negativa, demostró que la negación abstracta puede identificarse, si bien mediatamente, con el orden existente. Vattimo deja este aspecto claro al afirmar que sus tesis "no se identifican inmediatamente con una claudicación ante la lógica del sistema capitalista tardío (...), ante la mera conservación y aceptación de lo existente". Es decir, se abre una vía de identificación mediata como posibilidad.
A pesar de sus intenciones, la negación abstracta no es criterio de juicio, no tiene capacidad para subsumir en sentido kantiano. Por lo demás, no me detendré más en este asunto. Sacristán nos lo ha enseñado en España: "Las inexistencias no se prueban; se prueban las existencias. La carga de la prueba corresponde al que afirma la existencia, no al que no la afirma". Ardua labor tiene ante sí el profesor Vattimo, pues, como él sabe, la ausencia de juicio era para Kant estupidez, una enfermedad incurable, según también el mismo Kant. Puede que el ejercicio de la escritura sea un sano antídoto de posmodernos y neoconservadores contra todo intento utópico de redención social, a la par que hace literariamente soportable la resignación de los nerviosos europeos del último tercio de este siglo. Puede que el deseo humano no pueda ser colmado absolutamente; por ejemplo, la voluntad de autoaniquilación en clave ascética es más un desiderátum que la realidad del bon vivant practicada por el rentista Schopenhauer. Incluso puede esgrimirse que este autor fuera el primer mago de la experiencia del absurdo, de un querer que nada quiere, salvo a sí mismo. Pero hacer de todo eso una opción ética hoy significa no sólo no haber entendido el proceso de secularización y modernización de Occidente, sino sobre todo, no haber entendido que después de Auschwitz el mal, como dijo H. Arendt, "puede ser extremo, pero nunca radical; no tiene ninguna profundidad, tampoco nada demoniaco".
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