El embrollo italiano
EN ITALIA ha habido elecciones políticas anticipadas hace sólo unos meses, durante los cuales el frágil Gobierno de Goria, nacido de las urnas, ha caído dos veces traicionado por los mismos partidos que lo apoyan, mientras se habla ya de una nueva crisis para antes de abril. Pero, por vez primera, los italianos, eternos enamorados de las urnas, empiezan a cansarse de votar y crece el descontento político. Todos querrían mayor estabilidad de gobierno, pero constatan que sus políticos pierden el tiempo en combatirse entre ellos para ganar un puñado más de votos. También por primera vez, los partidos políticos se dan cuenta del foso peligroso que se está abriendo entre ellos y la sociedad, y saben que no se puede continuar de este modo: la protesta podría estallar dramáticamente con nostalgias autoritarias.Para obviar este peligro, las fuerzas políticas han pensado poner en práctica la llamada reforma institucionaL-Habían empezado a pedirlo años atrás los socialistas. Ahora están convencidos de su necesidad hasta los comunistas. ¿Cambiar, pues, la Constitución? A tanto no se atreve nadie, porque supondría el paso a una nueva República. Se limitan a propugnar una reforma de los reglamentos parlamentarios y, si acaso, de la ley electoral. Pero apenas se ha empezado a desbrozar el campo y a decidir las posibles reformas concretas, ha salido a la luz. la contradicción de fondo. Los partidos, que con la reforma institucional deberían tratar de acercarse a la sociedad real, lo que intentan ahora es servirse de dichas reformas para afianzar aún más su poder. Cada partido pretende resolver sus Oroblemas internos más que ir al encuentro de la gente. Los socialistas, por ejemplo, quieren empezar anulando el voto secreto en el Parlamento para evitar así las peligrosas emboscadas de los democristianos. Pero ello les da miedo a los comunistas porque perderían así un arma preciosa de oposición en ocasiones delicadas, mientras que lo que interesaría sobre todo a la Democracia Cristiana (DC) es un cambio de la ley electoral que impida el crecimiento de los socialistas y asegure aún por mucho tiempo su mayoría relativa. De ahí que la previsión más realista sea que seguirá el divorcio entre la sociedad que produce y trabaja y la clase política que derrocha y reparte favores y ocupa cada vez más espacios de poder en la Prensa, en los bancos, en la magistratura, en todo.
El duelo se plantea actualmente entre la Democracia Cristiana, que tras haber perdido su cabeza pensante, Aldo Moro, se arrastra sin una estrategia concreta entre luchas intestinas, y el PSI, de Bettino Craxi- La estrategia de éste sí es clara, aunque no lo sean siempre los métodos empleados para realizarla. El PSI aspira a acreditarse como eje de la política nacional, arrancando esa función a la DC mediante una alternativa reformista, moderna, ágil y europea que le pernúta a la vez disputar al PCI su hegemonía en la izquierda democrática. Lo que ocurre es que el PSI, para llevar adelante esta lucha con su aún escaso peso electoral, se ve constreñido a veces a forzar tiempos y métodos, con el riesgo de que pueda aparecer ante la opinión pública, más que como garantía de estabilidad, como.todo lo contrario. Para demostrar que sólo él es capaz de gobernar necesita impedir que los demás lo hagan. A veces el juego le sale bien, pero otras sólo provoca desconcierto o irritación.
La pugna será aún larga y dificil. Para asegurarse hoy un plus de gobierno, la DC pide a Craxi un pacto de hierro destinado a garantizar el fin de la legislatura sin nuevas crisis de Gobierno. Pero el PSI no acepta matrimonios indisolubles; le interesa multiplicar las elecciones porque en cada una de ellas espera conquistar ese 1 % o 2% más que le hace cada día menos débil y más indispensable y que va debilitando al mismo tiempo a sus dos adversarios gigantes: la DC y el PCI. Ahora, por ejemplo, con mucha probabilidad, todo seguirá sobre la arena móvil en espera de las nuevas elecciones: las administrativas de julio, las europeas de 1989 y las regionales de 1990. Pero el peligro es que mientras los duelistas siguen su juego, la sociedad se va quedando cada día más atrás. Ya los empresarios han lanzado la alarma. Todo, incluso el milagro económico del país, podría irse desplomando como un castillo de naipes -afirman, amenazadores- si se acentúa la lucha intestina entre los partidos y entre sus grupos internos de poder.
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