La historia despreciada
El autor de este artículo se sirve del enojo que le produjo El último emperador, el último filme del cineasta italiano Bernardo Bertolucci -"antiguamente hombre deizquierdas", apunta Touraine-, para deplorar la falta de pasión por los dramas de la historia, sin necesidad de caer en visiones épicas o progresistas.
Que los numerosos admiradores de la última película de Bertolucci me perdonen: salí enojado de El último emperador. Por cierto, comparto la desconfianza de la inmensa mayoría de nosotros en discursos revolucionarios que dejan detrás de sí violencia, represión y poder totalitario, pero no acepto que la historia de un siglo lleno de guerras, revoluciones, esperanzas y sufrimientos sea tan conscientemente despreciada en una película que concentra la atención en un personaje cuyo único interés es su marginalidad e incomprensión de los brutales cambios que le rodean. Bertolucci, antiguamente hombre de izquierdas, quiere convencernos de que la historia es furor y ruido inútiles, y que tal vez el insignificante Pu Yi es un personaje más simbólico, más central que los líderes de guerras y de revoluciones que ensangrentaron y transformaron nuestro siglo.¿Será una coincidencia si en el mismo tiempo, en Francia, la opinión pública se revela incapaz de discutir la Revolución Francesa salvo para dar una importancia excesiva a algunos libros contrarrevolucionarios de mediocre calidad? En los muros de París y sobre los autobuses de esta ciudad se lee estos días la propaganda comercial de una organización de viajes: "En un mundo totalmente cínico, una sola causa merece que usted se movilice por ella: sus vacaciones". Hasta qué grado de cinismo bajan estos comerciantes; están destruyendo toda clase de generosidad, solidaridad o protesta, limitando nuestras preocupaciones de animales domésticos y consumidores a panem et circenses.
No pido respeto religioso para las revoluciones y las grandes transformaciones históricas; al contrario, quiero que acabemos con una visión épica o progresista de la historia. Pero quiero que se hable, no con indiferencia, sino con pasión, positivamente, de la Declaración de los Derechos del Hombre, y negativamente, del terror; positivamente, de la lucha de los obreros o de los campesinos chinos, y negativamente, de la invasión japonesa o de la revolución cultural maoísta.
La pasión cansada
Hoy, apasionarse en un sentido u otro por estos dramas parece cansado para nuestra imaginación, y preferimos quedarnos en un club de vacaciones leyendo historias de princesas. Nuestro mundo se cree individualista, generoso y libre. Pero ¿no será solamente incapaz de cumplir cualquiera de sus tareas, sean la modernización económica, la solidaridad social o la lucha contra la miseria y el hambre? No quiero que nuestra historia se transforme más en religión o en guerra de religiones, pero tampoco que se reduzca a un espectáculo. Si me molesta la película de Bertolucci, es porque él es un director de talento, pero, sobre todo, porque la finalidad de su filme es evitar cualquier reacción afectiva o intelectual positiva o negativa y mantener al público indiferente frente a desórdenes y violencias omnipresentes. El espectador, en medio de un mundo en el cual nada vale la pena, se identifica positivamente al final con Pu Y¡. Qué distancia con las críticas libertarias que dan su fuerza a las figuras del soldado Schweik o de Madre Coraje; El último emperador es un mensaje de relajación anflideológica.
¿Tendremos que pagar durante muchos años más el exceso de movilización política de nuestro siglo con una indiferencia ciega a los dramas del presente y del pasado? ¿Seremos incapaces de vivir a la altura de la historia, incapaces incluso de mantener la memoria de lo que fue nuestra historia? ¿Será el papel del profesor Johnston, profesor ridículo del joven ex emperador, el único que nos corresponde a nosotros: atravesar los terremotos históricos vestidos de frac, jugando al cricket, sin entender nada, pero ahorrando un poco de dinero para comprarnos una casa en Oxford o en la Costa Azul? Bertolucci comparte este pesimismo. Él mismo cuenta que presentó dos proyectos al Gobierno chino. Éste se opuso a un filme sobre el tema de la condición humana de Mali-aux, que tenía que entrar en una evocación directa de la revolución china. Así, un Gobierno revolucionario no quiere que se hable de la revolución y prefiere que se dedique una gran película a un personaje marginal del régimen antiguo y de la invasión japonesa. Bertolucci, siguiendo al Gobierno chino, es consciente del papel desconcienciador de su película. Nos acordamos además de que su película Novecento empezaba como una novela social, pero que el tema social estaba recubierto con un eroticismo interesante en sí y gracias a Domínique S anda, pero cuya función era disolver el tema social de la primera parte de la película.
En la película, una muchacha, prima del ex emperador, agente de los servicios secretos japoneses y occidentalizada, destruye la resistencia de la emperatriz convirtiéndola en opiómana. ¿No será, hasta cierto punto, el papel del autor de la película?
¿Mi enojo será excesivo? Por supuesto, porque la película es brillante y atrae a un amplio público que no tiene ninguna conciencia de participar en una operación de desideologiz ación. Yo "sino no veo ninguna razón de olvidar la calidad formal de la película, y en especial de su primera parte. Pero es precisamente parte de nuestra insuficiente capacidad de acción histórica vivir satisfechos en un mundo sin importancia, lo que refuerza nuestra indiferencia y nuestra autoeliminación de la historia. Frente a la fuerza y a la seducción de esta película es útil que algunos se enojen porque piensan que nuestra descomposición es menos completa de lo que se pretende y que no estamos todos dispuestos a limitar nuestra participación en la historia a una visión deshistoricizante que reduzca los dramas más crueles a un espectáculo que elímine cualquier identificación y participación real en lo que fue o es parte de nuestra historia.
es escritor y profesor de Sociología en la École des Hautes Études de París.
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