La generación musical de 1961

El Centro para la Difusión de la Música Contemporánea ha organizado en el Círculo de Bellas Artes un ciclo de tres conciertos dedicados a jóvenes compositores españoles. El primero, celebrado el lunes, estuvo a cargo del Trío Arlequín, que forman Salvador Espasa (flauta), Nicolás Daza (guitarra) y Pablo Riviere (viola), una agrupación interesante que trabaja con gran profesionalidad y que en poco tiempo se ha hecho con un repertorio que promueve y estimula.Prácticamente todos los autores de esta sesión pertenecen a la generación de 1961 (nacidos entre 1954 y 1968), pues sólo José Luis Turina es de 1952 y bien puede formar constelación con sus colegas. La calidad de las versiones fue excelente y nos permitió conocer las obras sin mayor dificultad, con lo que pudimos apreciar la diversidad de tendencias, procedimientos y estilo de los seis autores seleccionados.

El madrileño Francisco Luque (1954), que trabaja actualmente con el grupo de música experimental en Bourges (Francia), parte en su Parecido a un jazmín de las características tímbricas de cada uno de los instrumentos para combinarlas y lograr un continuo variado flexible y coherente. Estructurado en una flexible sucesión casi cíclica, la obra prende la atención y atrae fuertemente.

El también madrileño José Ramón Encinar (1954) compuso su Cadenza II ("...ce qu'on attend de l'air"), para guitarra sola, con destino al Concurso Internacional de Guitarra de París, en donde fue estrenada hace tres años. Como en otros casos, Encinar parte de una sugerencia poética, en este caso de Juan Larrea, para una obra de estructura estrófica y de gran unidad ideológica y expresiva.

Espíritu y formas

El cacereño Enrique Muñoz (1957) se ciñe más estrechamente al espíritu y las formas de la música de cámara dentro de un ideal sonoro mantenido a lo largo de los tres movimientos de la obra. Manuel Seco de Arpe (Madrid, 1958) ha logrado en su Vals, para flauta sola, algo de gran belleza y calidad musical por cuanto la base del viejo aire vienés le sirve sólo de soporte métrico-rítmico, sin que el tópico melódico aparezca ni por un momento.Original en la idea y la realización es la pieza de Tomás Garrido (La Rioja, 1955), Cantos del morrón de la noche, suerte de pájaro mágico aludido por Cervantes y Borges, por Shakespeare y los poetas orientales. Este superruiseñor cobra en la invención de Garrido una vida esplendorosa, atractiva y varia, plena de seducción, en la que la magia del ave cantora se sitúa en los espacios que habita.

En fin, José Luis Turina, sólida personalidad, tan bien dotada como multiforme, revisó su Commedia dell'arte, estrenada en el Círculo en mayo de 1986. Se trata de un partitura preciosa informada por una ideología dramática en la que cada instrumento se identifica con los personajes básicos de la vieja farsa italiana: Arlequín, Diamantina y Flavio. La flexibilidad narrativa de la obra y su vivacidad representativa le otorgan no sólo poder de comunicación sino de verdadera fascinación.