El camino hacia 'Les demoiselles d'Avignon'
El Museo Picasso de París presenta hasta el 18 de abril una exposición excepcional, Les demoiselles dA'vignon, que comprende, además del famoso cuadro (que sale por última vez del Museo de Arte Moderno de Nueva York), prácticamente la totalidad de los croquis, estudios y cuadros preparatorios de esta obra conocidos, prestados por coleccionistas privados e instituciones públicas. Tras la capital francesa, la muestra se trasladará al Museo Picasso de Barcelona desde el 10 de mayo al 14 de julio.Comienza la muestra con los dibujos más humildes, croquis de cabezas (algunas de las cuales parecen autorretratos), bodegones, miembros. Progresivamente nos va introduciendo en el tema a medida que se suceden las transformaciones: las cabezas cambian de forma; las caras, de expresión; hay ojos que se abren; otros, por el contrario, se cierran o se vacían. Los cuerpos modifican su posición o su situación en el espacio. Con la pluma, el lápiz, el pincel o el pastel, Picasso insiste una y otra vez en un movimiento o un gesto, en croquis rapidísimos o estudios más lentos y elaborados (con o sin color), hasta que aparece el primer esbozo del grupo, al que también veremos evolucionar ante nuestros ojos.
Primero se compone de dos hombres y cinco mujeres desnudas; en primer plano, un florero, y más hacia el interior, una bandeja con rajas de sandía. Al final, los hombres desaparecerán. El primero, al parecer un marinero, será eliminado simplemente; el segundo, un estudiante de medicina como afirmó un día el mismo Picasso, quedará travestizado en mujer. En la versión que hoy conocemos, pues, sólo habrá cinco mujeres, cinco demoiselles d'Avignon, en honor de las señoritas de una calle del mismo nombre de Barcelona, frecuentada sin duda por el artista.
Cuando Picasso las pintó, en 1907, tenía sólo 25 años y vivía, más bien miserablemente, en el Bateau-Lavoir, en Montmartre, con su compañera, Fernande que era modelo de artistas.
Es un período difícil, durante el cual el pintor trabaja intensamente y -como según sus propias manifestaciones, no buscaba, sino que encontraba- es también el período en el que se encuentra con el arte primitivo y no sólo ibero (que pudo ver en 1906 en la exposición del Louvre) y africano (que pudo contemplar en el Museo del Trocadero), sino también de otras latitudes, como pone de relieve los dibujos de la exposición.
Para completar el panorama de los encuentros de Picasso en la época, los organizadores han tenido la buena idea de reunir en una sala no sólo algunas máscaras africanas y una cabeza ibera (sería loable que la versión de Barcelona de la muestra ampliara este aspecto), sino obras de otros artistas que sin duda Picasso había visto y no olvidado, como La visión de san Juan, de El Greco; Le bain turc, de Ingres; Baigneuses (versión Cézanne o Derain); Ovidi, de Paul Gauguin, y el Nu bleu souvenir de Biskra, de Matisse.
Ruptura
Lo que no parece, sin embargo, evidente en la muestra, pero sí en el catálogo y en la grabación -presentada durante la exposición- de una entrevista con Kalmweiler (marchand del pintor durante 60 años), es la extrema soledad en la que Picasso se encontró una vez terminada la obra. Según los testigos de la época, fueron pocos, poquísimos, quienes en su momento se dieron cuenta de su importancia excepcional, de su ruptura generadora.Sólo André Salmon, que lo rebautizó irónicamente "le bordel philosophique", reconoció inmediatamente su valor, o el propio Kanhweiler, que siempre quiso comprarlo, a lo que Picasso respondía invariablemente: "No, no está acabado", o Breton, que además de publicarlo en La Revolution Surréaliste, consiguió que saliera del estudio del artista, donde permanecía enrollado, convenciéndole de que se lo vendiera a Jacques Doucet en 1924. Pocos años más tarde, su viuda lo vendió a una galería neoyorquina, quien a su vez lo vendió al Museo de Arte Moderno de Nueva York por 28.000 dólares, que al parecer el museo consiguió vendiendo unos Degas que poseía.
Un cuadro construido (en todos los sentidos del término) más que pintado, una perspectiva que olvida el Renacimiento, un colorido salvaje, una organización esencial, fuerte y sólida, unas figuras que parecen modeladas con un hacha y no con un pincel. Éste es el final del itinerario propuesto por el Museo Picasso de París.
Babelia
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