Servicio de urgencias
El pasado 4 de enero, sobre las diez de la noche, tuve que acudir con mi hija de tres años al servicio de urgencias del hospital Príncipes de España, de Bellvitge (Barcelona), por haberse introducido un cuerpo extraño en las fosas nasales. Tras pasar los correspondientes trámites burocráticos (los papeles, ante todo), fuimos introducidos en una sala a la espera del otorrinolaringólogo de guardia. Después de una hora y cuarto de búsqueda (fui testigo de los intentos que se hacían para localizarle), apareció el galeno, que, tras un rápido vistazo, diagnosticó, con certero ojo clínico, que en el mayor hospital de Barcelona no se disponía del equipo adecuado para realizar la extracción, por lo que me aconsejó que me dirigiera a cualquier otro. De la exactitud del diagnóstico no puede haber duda alguna, pues, trasladados al hospital de San Juan de Dios, se solucionó nuestro problema con asombrosa rapidez, en pocos minutos. El equipo clínico empleado fue un gancho de alambre de fabricación semicasera, combinado con habilidad, paciencia y amor.
Como de estos ingredientes, al parecer, no había aquella noche en Bellvitge, sirvan estas letras para agradecer al galeno en cuestión la valentía de reconocerlo y enviarnos donde pudiéramos encontrarlo.
Lástima que tuviéramos que esperarle tanto tiempo, pero, dada la alta cualificación de sus servicios y la excelencia de sus consejos, comprendemos que estuviera tremendamente ocupado en importantes menesteres fuera del servicio de urgencias que le correspondía realizar.-
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