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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El acuerdo hispano-argentino

LA PRIMERA capital gallega, por su número de habitantes, no está en Galicia: es Buenos Aires. No menos de 600.000 gallegos habitan allá, sin contar a los otros españoles que viven y trabajan en la República Argentina.1 Después de México, Argentina fue en 1939 recipiendaria de un gran golpe de emigración española que supo acoger a Falla, a Sánchez Albornoz y hasta a Niceto Alcalá Zamora, sin olvidar a los editores que prestigiaron la edición de libros en el Cono Sur y a los psicoanalistas que revolucionaron en aquel país la ciencia aplicada de Freud hasta tal punto de reexportarla con éxito a la península Ibérica.

Argentina es un país rico pero empobrecido y saqueado por abyectas intervenciones militares que terminaron por destruir el alma de su economía. Puede no creerse, pero es cierto que las variaciones del peso respecto al dólar estadounidense se comunicaban con antelación a las principales oficinas de la banca internacional desde los télex de la Casa Rosada.

Argentina tiene una deuda externa cifrada en unos 52.000 millones de dólares estadounidenses. Altos responsables del club de deudores de París y del Fondo Monetario Internacional (FMI) han tenido la honradez intelectual de reconocer públicamente que lo que pasó es que en América Latina banqueros imprudentes y especuladores prestaron dinero a Gobiernos antidemocráticos y proclives al latrocinio.

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El Gobierno argentino, presidido por un krausista como Raúl Ricardo Alfonsín ha reducido una inflación disparatada del 1% diario, siendo muy sensible a las recomendaciones del FMI. El Gobierno de Alfonsín, muy al contrario de los planteamientos que sobre su deuda externa hacen los Gobiernos brasileño, mexicano, boliviano o peruano, se aleja de la moratoria unilateral o de la mera suspensión de pagos y suscribe sus compromisos anteriores por más que pudieran ser tenidos por no reconocibles.

Argentina, así, tras sus acuerdos de socorro económico con Italia, y ahora con España, se aleja de la calificación financiera de país de alto riesgo y recupera su cualidad de nación recipiendaria de inversiones rentables y con futuro. Ya los franceses, los alemanes, los soviéticos, los japoneses y los coreanos habían apostado por la recuperación argentina, que será lenta pero surgirá, antes que italianos y españoles tendieran una mano a la postrada y más occidentalizada de las repúblicas suramericanas.

Desde el arrumbamiento de la doctrina de seguridad nacional, que, inspirada por Washington, defendía las fronteras interiores latinoamericanas contra la subversión interna, las renacidas democracias de Suramérica -Argentina, Uruguay, Perú, en menor medida Brasil- han recibido de Occidente toneladas de palabras de apoyo, exigencias de pago de las deudas y muy poca comprensión por el hecho de que el proteccionismo comercial de los países ricos del norte y la caída de los precios de las materias alimenticias dejaban a estas repúblicas, empobrecidas por la rapiña nacional e internacional, entre el sable de la involución militar y la pared de la incompresión o el egoísmo de las democracias occidentales.

Estos acuerdos económicos entre los Gobiernos de Alfonsín y González, condicionados al mantenimiento de la democracia en Argentina, restablecen parte del equilibrio perdido entre el norte y el sur y también tienen algo que ver con la diosa retribución. Una gran parte de nuestro excedente laboral vive y trabaja en Argentina, y allá encontró cobijo buena parte del éxodo propiciado por el cainismo español.

El respaldo económico que Alfonsín va a recibir en Madrid no tiene otro interés que el propio -no se regala nada, sino que se abren líneas de negocios-, el de corresponder a una república de nuestra estirpe que siempre ha tenido las manos, llenas para los españoles, y el de sostener en el Cono Sur latinoamericano un determinado y civilizado modelo de sociedad.

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