Dejar de fumar no es imposible
En el hospital Clínico de Barcelona se aplica desde hace seis años un eficaz método de deshabituación
¿Qué tiene ese canuto blanco que ni quienes le aborrecen pueden abandonarlo fácilmente? Nicotina, desde luego. Pero también algo más, Con el humo del cigarro, los fumadores tienen la ilusión de que desvanecen también la ansiedad o la angustia y creen que les calma o les excita, según lo que necesitan en cada momento, hasta el punto de que es muy difícil establecer hasta dónde llega la dependencia física provocada por la nicotina y la dependencia psicológica, provocada por el estrés y la tensión. Por eso, dejar de fumar no es fácil. Pero tampoco imposible.
Con la intención, sin embargo, no basta. Ni siquiera es suficiente tener información de primera mano sobre los efectos nocivos del tabaco. La prueba es que el 99,6% de los médicos catalanes que fuman ha tratado de dejar el tabaco entre dos y cuatro veces en su vida, según una encuesta realizada por la Generalitat. Y para muchos, el remedio ha sido peor que la enfermedad: si antes fumaban 20 cigarrillos diarios, ahora fuman 30. En cada intentona fracasada aumenta la sensación de impotencia y muchos acaban tirando la toalla: "Es imposible, no puedo empezar el día sin encender el cigarrillo". Pero sí que se puede. Lo que ocurre es que la batalla contra el tabaco re quiere una estrategia, algunos trucos, y, a ser posible, una ayuda especializada como la que proporciona la Unidad de Tratamiento de Tabaquismo del hospital Clínico de Barcelona. Desde que fue creada como experiencia piloto en 1981, más de mil fumadores, la mayoría empedernidos, han pasado por esta unidad. Han conseguido dejar de fumar más de la mitad y el porcentaje (le éxitos aumenta a medida que crece el número de los que acuden voluntariamente.
"Esta es precisamente una de las más gratas, novedades", explica la directora de la unidad, la psicóloga Teresa Salvador. "Al principio, sólo acudían pacientes del hospital y venían, en su mayoría, por rigurosa prescripción facultativa, muchos de ellos en una situación ya muy delicada. Ahora, cada vez acude más gente sana y más joven".
En ciertos medios sociales, la batalla contra el tabaco se ha incorporado a la lucha por una mayor calidad de vida. "La experiencia nos ha demostrado que, para dejar de fumar, es mejor tener motivos positivos que negativos. Es más, sólo si se tienen razones personales positivas e importantes, hay buenas expectativas de éxito", explica Teresa Salvador.
"Hay quien lo intenta voluntariamente, pero por razones negativas", explica la psicóloga Dolors Marín, de la misma unidad. "Por ejemplo, porque se le ha muerto de cáncer de pulmón algún pariente o amigo. En general, esta motivación no funciona, porque es temporal y dura lo que dura el duelo. El miedo nunca es una buena razón para nada, por eso intentamos darle la vuelta".
Entre las motivaciones positivas, destaca últimamente una nueva: los hijos. Curiosamente, los niños se han revelado como una eficaz correa de transmisión de las campañas antitabaco realizadas en las escuelas. Pocos padres resisten un pertinaz bombardeo infantil, porque no quieren aparecer ante sus hijos como personas incapaces de controlarse.
"En general, la decisión debe ser fruto de un proceso de maduración, a veces largo, en el que el entorno puede jugar un papel decisivo", afirma Teresa Salvador. Ella distingue tres tipos de fumadores. En primer lugar, el fumador consonante, es decir, el que está en consonancia con su hábito. Se trata habitualmente de gente jóven que todavía no tiene síntomas de los efectos nocivos. Cuando estos comienzan a hacerse evidentes, muchos fumadores inician una fase de discordancia.
A veces, depende del carácter, el fumador se resiste a entrar en disociación con su hábito y se escuda en una falsa complacencia. Se convierte en un fumador beligerante: "Mi abuelo fumaba caliqueños sin parar, y murió con 95 años". "¿Y el placer de fumar?, suelen preguntar, desafiantes. "Además, más daño hace la contaminación, así que ya no le viene de un cigarrillo", concluyen. Pero sí que le viene. "Está científicamente demostrado que el aire que respira un fumador está unas 400 veces más contaminado que el que respira un trabajador de una planta industrial en el nivel máximo de contaminación permitida", explica Enric Castellví, presidente de la Coordinadora para el Análisis sobre el Tabaquismo y la Salud.
Cada vez es más habitual, sin embargo que, en un momento u otro, el fumador entre en fase de disonancia. Ya no es el fumador complacido, sino el fumador a quien le gustaría no serio. Comienza a pensar que, en realidad, no le sienta nada bien, que estaría mucho mejor sin fumar, que tal vez podría dejarlo y que a lo mejor no es tan difícil. "En ese momento, es muy importante que tenga expectativas de éxito", explica Teresa Salvador. "Del cambio de actitud puede pasarse al cambio de conducta. Es el momento de probar".
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