Los interrogantes del socialismo europeo
En Francia Mitterrand, aliado con los comunistas, obtuvo en 1981 una victoria electoral sin precedente con un programa de salida progresista de la crisis, basado en la ampliación de las nacionalizaciones y el estímulo de la demanda con políticas sociales avanzadas. Pero el plan fracasó, y ya el gobierno socialista de Fabius cambió el rumbo hacia medidas de austeridad neoliberales.Hoy los debates internos de muchos partidos socialistas se hacen, no en tomo a temas de táctica, sino a la misma razón de ser de dichos partidos, que nacieron con el objetivo de acabar con el capitalismo y crear una nueva sociedad más justa, más libre y más fraternal. Aunque hubo anteriores experiencias de participación socialista en el poder, fue en la etapa de auge económico que siguió a la II Guerra Mundial cuando el reformismo socialista tuvo su plena plasmación histórica. En Francia y el Reino Unido, la banca y sectores esenciales de la economía fueron nacionalizados, se establecieron sistemas de seguridad social, surgió el llamado Estado de bienestar, con mayor equidad en la distribución de la renta nacional y una elevación del nivel de vida de las capas trabajadoras. La expresión teórica de esta fase fue el programa de Bad Godesberg de la socialdemocracia alemana (SPD), de 1959: el neocapitalismo permitía los avances prometidos por los socialistas; el marxismo perdía su razón de ser.Debates
El recuerdo de este pasado no lejano ayuda a entender los debates de hoy. La crisis económica, la terrible extensión del paro, los golpes a la seguridad social, no son accidentes pasajeros: ponen inevitablemente en entredicho la vigencia del reformismo aplicado desde posguerra. Si el viejo debate entre reforma y revolución está enterrado, se pone en cuestión el contenido, la hondura y la eficacia histórica del reformismo. ¿Reformismo para poner parches a lo que existe o para avanzar hacia su transformación?
Dentro de un continuismo de lenguaje y conceptos propio de un movimiento con fuertes raíces históricas, cabe distinguir en el socialismo europeo dos corrientes con cargas innovadoras distintas: la gubernamentalista, que prioriza -en un grado sin precedente- la ocupación del poder como base de futuro, aunque sea a costa de aplicar políticas alejadas de las socialistas, y, por otro lado, una corriente revisionista de nuevo cuño, que no se propone revisar las teorías clásicas, sino de abordar con espíritu abierto los fenómenos del mundo contemporáneo y de elaborar las respuestas nuevas que el socialismo debe darles.
En el marco de este artículo -que no trata del caso español- sobresalen los partidos socialistas de Francia e Italia como ejemplos típicos de ' gubernamentalismo. El caso francés, por tratarse de un partido que no está en el poder y que en 1981 proclamaba aún su voluntad de acabar con el capitalismo, es doblemente significativo. Se enfrentan en su seno tres corrientes lideradas por Jospin, Rocard y Chévénement. El primer secretario Jospin, además de coordinar al conjunto del partido, encabeza la corriente mayoritaria, propiamente mitterrandista. Rocard es el más proclive al liberalismo económico, pero a la vez receptivo a los problemas de los nuevos movimientos sociales. Chévénement, más tradicional y promarxista, no renuncia a recuperar una unidad de la izquierda. Lo curioso es que durante la etapa de cohabitación entre Mitterrand en el Elíseo y un Gobierno de derechas, la polémica entre las corrientes se ha hecho cada vez más académica; y ahora, ante la campaña presidencial, todo parece someterse a un objetivo supremo: que un socialista vuelva a ser presidente de la República. Si Mitterrand decide presentarse, el acuerdo será fácil; en caso contrario -Surgirían probablemente divisiones, motivadas por la candidatura al Elíseo. Pero el problema de fondo para un partido socialista, la escasísima posibilidad que tendría de aplicar una política socialista, incluso si ganase la elección presidencial, parece ausente en el orden del día en el debate actual del PSF.
El marco político en el que se mueve el Partido Socialista Italiano es muy distinto. Pero la política de Craxi ha consistido en demostrar que, a despecho de un peso electoral limitado, el PSI es el centro de la estabilidad política italiana. Con el éxito del Gobierno encabezado por él, el de más larga duración desde la posguerra, obtuvo la confirmación práctica de su tesis gubemamentalista. Desde la crisis del verano pasado, Craxi ha contribuido a erosionar al Gobierno Goria. Ahora, en el debate sobre la reforma institucional, su objetivo es una democracia presidencialista, que le ofrecería mayores posibilidades de protagonismo. En cuanto a la flexibilización de las relaciones entre el PSI y el PCI, la política de Craxi no parece tender hacia soluciones de izquierda, sino a que un juego político más plural le ayude a afirmar la centralidad del PSI.
En términos generales, el gubernamentalismo socialista no carece de argumentos, sobre todo cuando la alternativa es una derecha dura, susceptible de amenazar la democracia. Su mensaje es el del mal menor: vale más que los socialistas hagan la política neoliberal, porque así impiden que la realice con mayor dureza la derecha. Pero tal actitud contribuye a un proceso de degradación de los partidos, y de la política en general, que aqueja hoy a las sociedades europeas. Un corrimiento hacia una política a la americana, como decía recientemente Alain Touraine. Con ello disminuye la confianza del ciudadano en los partidos, porque cada vez es más semejante lo que hacen unos y otros, sean de derecha o de izquierda. Las grandes decisiones dependen de otros centros de poder o de grupos de presión extrapolíticos; y luego la política las legaliza.DinámicaLa dinámica misma de la política neoliberal mina las bases sociales en las que han descansado los partidos socialistas. El caso del Reino Unido es quizá el más demostrativo. Los Gobiernos de Thatcher han cambiado la situación y hábitos de diversos sectores sociales: ha crecido con las privatizaciones el número de personas modestas dueñas de su vivienda y de poseedores de acciones. Se ha acentuado la diferencia entre la decadencia de la industria tradicional del Norte y del centro y el crecimiento del Sur, con empresas de alta tecnología y de servicios. El voto conservador tiene hoy una amplia base obrera, sobre todo en el Sur.
El laborismo está colocado ante dos peligros graves. Frente al de encerrarse en su base tradicional, Kinnock ha batallado debilitando al obrerismo izquierdista, que ha causado graves desgastes al movimiento obrero, y presenta hoy un laborismo más atractivo para los nuevos sectores profesionales. El otro problema es el que significa la alianza liberal-socialdemócrata, que divide a las fuerzas enemigas del thatcherismo y cierra la perspectiva de una victoria electoral laborista. En la alianza se mezclan actitudes proeuropeas, deseos de modernidad, y serios recelos ante el movimiento obrero, lo que no facilita una cooperación con el laborismo.
En Suecia, la coyuntura econófflica alta que se prolonga, con un índice de paro bajísimo, facilita que el gobierno socialista tenga condiciones favorables. En el fondo, con el tiempo, el capitalismo sueco ha interiorizado los rasgos del Estado de bienestar. Se ha puesto en marcha una iniciativa, única en Europa, para dotar a los trabajadores de un medio no estatal de actuar en la esfera económica: los llamados fondos sindicales de inversión. Despertaron pasión en su inicio y la derecha los atacó fariosamente. Ahora la batalla se ha aplacado; el capitalismo está tranquilo; los fondos quedan como una pieza burocrática, incapaz a todas luces de cambiar la relación de fuerzas en beneficio de los trabajadores en la economía.
El Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) ofrece hoy el ejemplo más acabado de un revisionismo moderno abierto hacia el futuro. A diferencia de otros partidos que reservan estos temas a grupos de especialistas, ha centrado la preocupación del partido en su conjunto, de sus congresos, en la elaboración de un programa nuevo: el punto de partida es que, desde Bad Godesberg, la realidad se ha transformado profundamente. Hoy, la idea de que el hombre puede someter la naturaleza sin límites pierde vigencia. Un desarrollo continuado podría socavar las bases mismas de la vida. La política económica debe tener en cuenta las exigencias ecológicas, a la vez que las sociales. Vamos hacia un mundo con cambios tecnológicos radicales, que modifican la relación entre trabajo y ocio en la vida humana. A la vez, el problema de la igualdad entre el hombre y la mujer adquiere una importancia decisiva; el objetivo del SPI) es que en sus representaciones públicas figure un 50% aproximadamente de hombres y de mujeres.
Del análisis de la nueva situación histórica se desprenden los objetivos más concretos, como la lucha contra el paro, como meta esencial, con una disminución de la jornada, entre otras medidas. El SPI) propone asimismo institucionalizar un peso más efectivo de los trabajadores en la vida de las empresas y una política energética nueva, que prescinda de la energía nuclear.
En el terreno político, al reafirmar el papel del partido socialista como instrumento para la transformación de la sociedad, "acabando con la existencia de clases dominantes privilegiadas", el SPD subraya que los movimientos sociales son un complemento de la democracia de partidos. Los defensores de esta nueva orientación no son teóricos, ocupan cargos de acción política directa. Como ha dicho el líder de la izquierda del SPD, Lafontaine, a la vez jefe del Gobiemo del Estado del Sarre, aspiran a obtener para esa política transformadora el apoyo de la mayoría de los ciudadanos. Claro que es un futuro incierto.CoincidenciasAunque en el terreno de la política exterior hay muchas coincidencias en las declaraciones sobre el desarme, la deuda del Tercer Mundo y la necesidad de cambiar las relaciones Norte-Sur, la ayuda a los pueblos que luchan por su independencia, la necesidad de crear la Europa política etc., en la práctica el arraigo de las actitudes nacionalistas dificulta que los partidos socialistas puedan protagonizar la lucha por soluciones progresistas de los grandes problemas internacionales. El apoyo del PSF al arma nuclear francesa no permite posiciones conjuntas en un tema tan obvio como el desarme nuclear. El reto de la supranacionalidad para crear de verdad una Europa política no es asumido por los socialistas de forma muy distinta a ciertos partidos democristianos u otros. Ese nacionalismo se refleja incluso en temas inmediatos, como la aplicación del Acta única en la CE.
En esta etapa de incertidumbres, se observa en muchos partidos socialistas una mayor aceptación del debate interno, de la existencia de corrientes diversas, como algo normal, no como un fenómeno patológico. En la RFA, en Francia, en el Reino Unido, las fracciones o corrientes, discuten, se enfrentan y a la vez comparten la dirección. El papel exclusivo de un dirigente, como el líder del partido, decrece. Los partidos tienden a presentarse ante la opinión mediante varios dirigentes, cada uno con sus características. Cuando necesitan redefinir su razón de ser, ante problemas inexplorados, el debate entre corrientes aparece doblemente necesario. Es cierto que un gubernamentalismo llevado al extremo tiende a crear la figura un dirigente único, tanto en la política nacional como en el partido. El efecto probable es que en tal caso la influencia del partido dependa cada vez más de su posición de poder, que se debiliten sus lazos con la sociedad civil y su capacidad de elaborar una política de futuro.
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