Jerez por Agujeta

Jerez de la Frontera María Soleá y Aurora Vargas pusieron al público en pie. Son dos formas de entender lo jondo diametralmente diferentes. María Soleá, hermana de Terremoto, es -como lo fue éste- un genio oscuro e insondable cuyo cante puede llegar a herirnos profundamente; esos ecos inconfundibles, dolientes, de una sabiduría no aprendida, que vienen quizá de siglos de aquella cultura en la sangre que García Lorca supo definir, y su baile, sin agitaciones, solemne, apenas insinuado pero que brota irresistible de un inagotable caudal interior, el leve y delicadísimo vuelo de la mano al aire, la otra levantando ligeramente el ruedo de la falda, una imagen para el sueño de la más hermosa expresión flamenca. Aurora Vargas es lo contrario: una explosión de vitalidad, una fuerza de la naturaleza, la imagen de lo jondo entendida como fiesta y celebración sin límites; su baile es elemental, primario si se quiere, nace del instinto, pero se apodera de nosotros y nos hace cómplices de una tremenda y arrebatadora pasión. El festival homenaje que Jerez ofreció a Manuel Agujeta, que acaba de pasar una gravísima enfermedad de la que aún no se ha recuperado, fue una borrachera de arte gitano genuino, que prendió en un público entregado y vibrante que jaleaba a los artistas, que hacía palmas a compás en una tierra donde el compás es rey. El cartel, extensísimo, creo que era en su totalidad gitano. Es obvio que no puedo pormenorizar todas las actuaciones en cinco horas densas y apretadas. Pero hubo momentos memorables que no debo silenciar.Por ejemplo, el cante por martinetes de José de los Reyes El Negro del Puerto, un viejo ya sin facultades pero en el secreto de un cante estremecedor. La profesionalidad, el buen hacer siempre de hombres como Sordera, Mairena y Pansequito. Dolores Agujeta, hija de Manuel, tiene el cante de su casta, que hace con desgarro y una cierta incapacidad para estructurar los cantes debidamente, pero con evidente jondura. Los Moneo, excelente Juan, aunque terminara con unas bulerías cupleteras que no debió hacer, y Manuel con grandeza en los martinetes. Y Diego Rubichi, que hizo el mejor cante por siguiriyas, de la noche, aunque fuera para baile; un cante, el suyo, terrible, jondísimo, admirable.