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Reportaje:

Los cerrojos de la Sublime Puerta

La Prensa turca exhibe con cautela y pluralismo su libertad condicional

La Prensa turca vive en libertad vigilada. A simple vista, el colorista espectáculo de los quioscos o el análisis de contenidos refleja un pluralismo inusitado para un país que hace siete años tenía los carros de combate en la calle. Es una libertad a medias conquistada y a medias otorgada, pero libertad al fin.Tras la última intervención militar, sonaba el teléfono y al otro lado de la línea había un señor con muchos galones que aconsejaba u ordenaba no dar tal o cual noticia. No había censura oficial, pero no atender una siagerencia suponía con frecuencia el secuestro de la publicación o la suspensión incluso por varios meses.

Algunos informadores o editores de publicaciones extreinistas dieron con sus huesos en la cárcel (varios siguen en ella) o tuvieron que exiliarse. Los de los grandes diarios no lo pasaron tan mal. La excepción más significativa fue la de Nazli Ilicak, cronista de Tercuman (algo así como Le Figaro turco) y esposa de su director, quien pasó en prisión tres meses.

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La Prensa libró una batalla ética para superar aquella etapa. Hasan Cemal, director de Cumhuriyet, el diario más respetado de Turquía, que los militares cerraron en varias ocasiones, lo expláca en su libro Despertarse con el ruido de carros, que vio la luz en 1986.

Autocensura

Más grave que la inexistente censura fue la autocensura, que dañó la imagen de Babiali (la Sublime Puerta). Algún intento de forzar de forma colectiva la presión de los hombres de uniforme fracasó estrepitosamente.La resaca de esos años negros pesa todavía como una losa. Pero la consecuencia no ha sido un sentimiento antimilitarista. El Ejército, como institución, es considerado en todo el país (y la Prensa no es una excepción) como garantía de la supervivencia de la República laica puesta en pie por Ataturk. El golpe de 1980, que derribó al Gobierno de Suleimán Demirel, fue saludado como imprescindible para acabar con el caos político y el terrorismo de todo signo que amenazaba con conducir a una guerra civil. Las voces en contra, aparte de que no podían expresarse, tampoco eran numerosas. El medio más reticente fue Cumhuriyet, y pagó un alto precio.

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Tras las elecciones de noviembre de 1983, inició de la devolución del poder a los civiles, se inició el distanciamiento entire la Prensa y el Gobierno. El motivo más aparente fue la aprobación de la ley nefasta, en vigor desde 1985, que cubrió pechos y traseros femeninos a todo color y metió en una bolsa de plástico (gráficamente bautizada como chador) al Playboy turco. Desde entonces, los quioscos ya no son lo que eran.

La ley, respuesta a la presión integrista, fue considerada por la Prensa como una agresión, y, teóricamente, no sólo podía aplicarse contra la pornografía, sino también contra cuanto atentase a las costumbres y valores de la sociedad. Bajo las iras del comité de control, que tenía su sede frente al despacho del primer ministro, cayeron desde Trópico de Cáncer, de Henry Miller, a un libro científico sobre la vida sexual que ya llevaba 30 ediciones.

La Prensa turca es, en general, tan republicana y laica como Ataturk, y los coqueteos de Ozal con el integrismo (que, después de todo, valen su peso en votos) le saben a cuerno quemado. Ocurrió con la ley nefasta y también con la actitud del primer ministro sobre la guerra de los turbantes, causada por la prohibición a las estudiantes universitarias de llevar el velo musulmán.

Tampoco ayudaron a mejorar las relaciones el aumento del precio del papel o el apoyo al no de Ozal en la campaña del referéndum del 6 de septiembre, en el que, por una mínima diferencia, se levantó la proscripción de participar en política a los dirigentes anteriores al golpe, como Suleimán Demirel, Bulent Ecevit, Necinetín Erbakarí y Alparslan Turkes. Si a todo ello se une que Ozal pasa de la Prensa, cuyo poder menosprecia frente al de la televisión, se explica que se lleven a matar.

Hay tabúes a la hora de manchar el papel con tinta de imprenta, e importantes. El primero es el militar. Es imposible encontrar en los diarios una crítica abierta a las fuerzas armadas, garantes de la República, o a Ataturk, el padre fundador. Los principios básicos del régimen laico son intocables, como el de la unidad del país, lo que implica la no aceptación de la existencia de mínorías. Está prohibido, por ejemplo, publicar en kurdo. El semanario izquierdista Yeni Gundem fue secuestrado a causa de un informe sobre la cuestión kurda, y el derechista independiente Akis coi-rió la misma suerte por

un informe Sobre la vida sexual del ayatolá Jomeini durante su estancia en Bursa.

La difusión de los periódicos turcos lleva 15 años estancada en los 2,5 millones de ejemplares. Está muy avanzada a nivel tecnológico. La informatiz ación, el color y las técnicas modernas de impresión llegaron antes que a España, pero, a nivel de contenidos, la situación es muy diferente. Los diarios sensacionalistas son los más vendidos. Y en ellos, y en los serios, hay que adivinar con frecuencia la información entre el marasmo opinativo. En cada periodista late un editorialista.

Los periodistas se quejan, como todos los turcos, de que la inflación no les deja respirar. Pero, en el contexto general, son unos privilegiados. Un redactor .que hable un idioma extranjero y lleve trabajando cinco años puede ganar unas 600.000 liras (poco más de 70.000 pesetas), muy por encima de un profesor de instituto (150.000) y cerca de lo que cobra un diputado (800.000) o el primer ministro (900.000).

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