Hipótesis vasca
EL ACUERDO logrado entre la Administración central y el Gobierno vasco sobre la cuantía del cupo a pagar por la comunidad autónoma cierra un conflicto que había estado gravando las relaciones entre ambas administraciones durante largos años. Ese acuerdo se inscribe en el nuevo clima de cooperación instalado en Euskadi a raíz de la constitución del Gobierno de coalición PNV-PSOE. Hoy puede afirmarse que, pese a ciertos sobresaltos, el pacto entre esos dos partidos ha tenido efectos claramente apaciguadores en las tensiones que han marcado a la sociedad vasca durante la transición. Ello ha venido a dar la razón a quienes sostuvieron durante años que una de las condiciones para la normalización del País Vasco era la existencia de un Gobierno de coalición en el que estuvieran presentes nacionalistas y no nacionalistas.Por otra parte, la evolución hacia el radicalismo del partido de Carlos Garaikoetxea, que ha sido aprovechada por Herri Batasuna para intentar romper su creciente aislamiento político, ha dado la razón, retrospectivamente, a quienes, desde el Partido Socialista Obrero Español, apostaron por el PNY como socio prioritario. Sin embargo, lo más importante es que el nuevo escenario político surgido de la división del nacionalismo tradicional obliga a cualquiera de sus fracciones con aspiraciones a gobernar en Vitoria a pactar con los socialistas. Ello frena la tendencia al hegemonismo practicado por el PNV en el pasado, algunos de cuyos desastrosos efectos se han hecho visibles recientemente con motivo de las revelaciones sobre la Ertzaintza y otras. A la vez, ese escenario determina una lógica según la cual la fracción que participe en el Gobierno de coalición tenderá espontáneamente a dar prioridad a la cooperación sobre la confrontación, adoptando posiciones más moderadas. Por la misma lógica, la otra fracción pondrá el acento, desde la oposición, en aquellos aspectos programáticos que resulten más difícilmente asumibles por el Gobierno de coalición. Desde esa perspectiva, la evolución de Garaikoetxea resulta, si no justificada, menos sorprendente de lo que parece a simple vista.
El ex lehendakari ha arriesgado buena parte de su prestigio -y del apoyo con que llegó a contar en sectores moderados no nacionalistas del electorado- al apostar por situarse en un terreno ideológico contiguo al de Herri Batasuna, en la esperanza de que la desaparición de ETA y consiguiente disolución del radicalismo abertzale atraiga hacia su partido los más de 200.000 votos que viene recogiendo esa corriente. Se trata de una apuesta arriesgada. Es posible, en efecto, que, si se confirmasen las expectativas sobre la derrota política de ETA, Herri Batasuna se disuelva como un azucarillo. Pero también lo es que la desaparición de la violencia como elemento condicionante de toda la vida vasca se traduzca en una modificación del conjunto del escenario político. Sin ETA, no sólo sería diferente HB, sino probablemente las inquietudes y actitudes del conjunto de los ciudadanos. Y no es evidente que las proclamas radicales sigan contando, en esa nueva situación, con la audiencia de que hasta ahora han venido disfrutando.
De momento, la negativa de Garaikoetxea a firmar el pacto antiterrorista suscrito en Madrid, y su propuesta de incluir entre los puntos del pacto vasco en ciernes algunos que de ninguna manera podrían ser asumidos por la coalición que gobierna en Vitoria -como el reconocimiento del derecho de autodeterminación-, han servido para que HB recobre la iniciativa mediante una maniobra dilatoria. La propuesta de una recogida de firmas en favor de la inclusión en la Constitución del derecho a la autodeterminación no tiene otra intención que la de desviar el debate actual al terreno del doctrinarismo, introduciendo un factor de división potencial entre las fuerzas democráticas y retrasando la conclusión del pacto vasco. El firme rechazo de esa iñaniobra por parte de las fuerzas nacionalistas, así como el contenido del acuerdo propuesto por el lehendakari, demuestran que la situación de Euskadi está cambiando rápidamente y que la pacificación como premisa de la reconciliación ha pasado de ser una posibilidad remota a convertirse en la hipótesis más probable.
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