Calidad sin aspavientos
Fue un excelente concierto, con buen sonido, sin concesiones, al margen de modas y por encima de éxitos artificiales. Echo and the Bunnymen es un grupo importante y clave para el rock británico porque se ha convertido en uno de los puentes -o quizá túneles del Guadiana, por su irregular carrera- que enlazan músicas y dan continuidad lógica a estilos que, sin estos nexos de unión, estarían sometidos a vaivenes momentáneos promovidos incluso por causas extramusicales.Formados en Liverpool a finales de 1978, sus densas canciones retoman -más en el fondo que en la forma- elementos de los grupos británicos de los sesenta, recuerdan especialmente a algunas bandas americanas de principios de los setenta y han influenciado éxitos y sonidos de los ochenta. En su concierto, las referencias a Beatles, Rolling Stones y Doors (Ray Manzarek, teclista del legendario grupo norteamericano, participa en el último disco de Echo and the Bunnymen) fueron lo suficientemente explícitas para que nadie se llamara a engaño y si se mantienen a medio camino, sin alcanzar el éxito y carisma que hoy acompaña a bandas como U2 o The Cure, con las que tienen algunos puntos en común, no es por razones cualitativas.
Concierto de Echo and the Bunnymen
Ian McCulloch (voz y guitarra), Will Sergeant (guitarra), Les Pattison (bajo), Pete De Freitas (batería). Sala Jácara. Madrid, 28 de noviembre.
Ian McCulloch, cantante y letrista, es un intérprete magnífico y distanciado. Sus compañeros, que se encargan de musicar los textos de McCulloch, se mostraron con la competencia y compenetración necesarias para completar una excelente banda de canciones poco asequibles que les proporciona cierto aire de frialdad y dificulta una rápida conexión con un público acostumbrado a planteamientos más superficiales y evidentes, pero que al final acabó rindiéndose ante la evidencia de una música seria, profunda y bien estructurada, que no necesita parafernalia adicional ni excesivo culto a la imagen para sostenerse. Así, el hermético concierto de Echo and the Bunnymen, de sencilla y cuidada puesta en escena, acabó casi en fiesta con versiones bien realizadas y poco gratuitas de canciones de los Beatles y los Rolling Stones, naturalmente bien recibidas por un público deseoso de reencontrarse en lo conocido.
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