_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Socialistas, capitalistas y el 'crash'

¿Hasta qué punto ha influido el crash de 1987 en las actitudes políticas con respecto al socialismo y al capitalismo? El autor responde que tras un mes del primer lunes negro nadie sabe todavía si las bolsas mundiales se han estabilizado ni ha valorado la gravedad del impacto del crash en la economía global. Pero ya en el Reino Unido hay algunas señales de sus efectos que han causado ligera sorpresa.

Muchos en el Reino Unido pensaban que se iba a producir una rápida reacción política contra el pensamiento capitalista. La Bolsa de Londres había caído mucho más a finales de octubre que las de Nueva York o Tokio, pese a que la economía británica parecía relativamente sana.La City de Londres, el corazón financiero del Reino Unido, hacía tan sólo un año que había ampliado su papel internacional con el big bang, que liberalizó sus mercados para acoger a los banqueros y agentes de bolsa extranjeros. Esto proporcionó muy sustanciosas retribuciones a millares de jóvenes agentes, los yuppies de la City, que contrastaban con los mal pagados ejecutivos, maestros y doctores.

Margaret Thatcher acababa de ser reelegida como jefa del Gobierno con un programa que incluía la continuación de las desnacionalizaciones y la ampliación de la economía de mercado. Antes del crash, el Gobierno estaba a punto de lanzar una gran venta de acciones de la compañía petrolera BP.

Tras la conmoción del crash, la venta fue un fracaso y los suscriptores de BP tuvieron que ser reanimados con la promesa de la recompra de sus acciones. Los agentes de la City parecían más bien especuladores y jugadores profesionales que un elemento positivo de la economía nacional.

En todos los países occidentales aumentó el escepticismo de que el mercado sea el instrumento de las líneas políticas racionales -tal como habían sido presentadas por los economistas de derechas, encabezados por Milton Friedman, el premio Nóbel norteamericano. La revista Fortune estaba preparando un artículo sobre el fin del socialismo que hubo de ser descartado a toda prisa.

Se ha visto que las bolsas eran más emotivas -e incluso histéricas- que lo habían sido nunca y que era muy débil su vinculación con los intereses reales de la industria y de la nación.

Antes del crash, los banqueros británicos tenían que obtener los fondos para los proyectos a largo plazo (para los que precisamente se crearon las bolsas en el siglo XIX), como el Eurotunnel entre Francia y el Reino Unido. Después del crash, el Gobierno tuvo que presionar a las instituciones financieras para que suscribieran la venta de las acciones.

En esta crisis del capitalismo se podría haber esperado que el Partido Laborista británico hubiera aprovechado la ocasión para atacar la fe de Margaret Thatcher en la economía de mercado y, sin eníbargo, según dice el influyente comentarista de izquierdas Peter Kellner, "una de las cosas más chocantes del mes pasado ha sido el poco éxito que el partido laborista ha tenido en usar los problemas de la City para enfrentar a la opinión contra el Gobierno".

La razón es muy clara. La izquierda británica, como la del resto de Europa, no tiene una idea clara de cómo habría que modificar o reemplazar el mercado. El jefe laborista, Neil Kinnoch, sabía que las empresas nacionalizadas no eran del agrado de muchos de sus electores, y que algunos de ellos habían comprado acciones en las compañías reprivatizadas. No quiso, por ello, montar un ataque frontal contra el capitalismo popular y habló de manera vaga sobre el control de las empresas de servicios públicos. Como dice con razón Kelner: "Si el socialismo hubiera formulado anteriormente el contenido del socialismo popular, este otoño hubiera sido el momento de vender la idea. Como no lo había hecho, no pudo".

En toda Europa -e incluso en América- hay muy serias dudas sobre la capacidad del mercado para curar la inestabilidad mundial, así como una gran incertidumbre acerca del papel que deben desempeñar los Gobiernos.

Los europeos están dirigiendo su mirada hacia Japón. Durante el pasado verano, muchos expertos en inversiones y economistas predecían que se iba a producir algún tipo de crash. La mayoría esperaba que empezara en Tokio -donde los precios se habían disparado más rápidamente- y se registraban mayores relaciones precios/dividendos.

Estabilidad japonesa

Sin embargo, el mercado de Tokio ha demostrado hasta ahora una mayor estabilidad que los de Londres o Nueva York, en parte porque el Gobierno ha sido más eficaz en la presión que ha ejercido sobre los banqueros y los agentes. Los británicos se quedaron boquiabiertos viendo que mientras era difícil encontrar suscriptores para la BP o el Eurotunnel, la Japanese Nippon Telegraph and Telephone Company no tenia ningún problema para colocar en el mercado una emisión mucho mayor de acciones en la Bolsa de Tokio.

La conclusión que sacan muchos europeos es que no solamente el Gobierno japonés tiene mayores poderes en esta materia, sino que los japoneses son un pueblo más unido y más patriótico, con una unidad que les permite trabajar juntos en una crisis nacional.

Pero subsisten fuertes dudas acerca de si el mercado japonés seguirá con la misma estabilidad o sí habrá un crash en Tokio, como en 1973 o en 1965, a pesar de las presiones de los Gobiernos de aquella época. Pero incluso si Tokio se mantiene firme y los bancos japoneses siguen siendo patriotas, la estabilidad del sistema mundial continuará siendo muy incierta.

Dada la vinculación recíproca del mercado mundial, el patriotismo no es suficiente: tan sólo los acuerdos internacionales para coordinar los principios y las monedas podrán devolver la confianza al comercio a largo plazo y a las inversiones industriales. Y estamos todavía muy lejos de estos acuerdos, como lo muestra la agitada fluctuación del dólar americano.

Es poco probable que los partidos socialistas en Europa presenten algún proyecto creíble de política global. Están todavía demasiado asombrados por el fracaso de la tradicional fe marxista en las nacionalizaciones para inventar una estrategia con un capitalismo modificado. Muchos, además, están demasiado preocupados con sus propios problemas internos para preocuparse de los globales. ("No hay nada que los socialistas nacionalicen de manera más eficaz que el socialismo", nos indicaba el escritor italiano Ignazio Silone.)

La velocidad con que los inversores y especuladores han dado la vuelta al mundo no ha podido ser igualada por los políticos occidentales, y ha sido semejante a la de aquella ola de inversores que hace un siglo recorrió Europa y América creando cárteles y trustes antes de que los Gobiernos aprendieran a controlarlos.

Es más posible que las soluciones vengan de los políticos capitalistas, que conocen la escala mundial de los problemas, que del campo de sus críticos socialistas. Las soluciones exigirán una mayor influencia de los Gobiernos sobre las bolsas y menos fe en la magia del mercado. Probablemente se aproximarán más al New Deal de Roosevelt de la década de los treinta que a la farmacopea de los socialistas europeos.

Pero los Gobiernos nacionales -incluso el japonés- tienen tan sólo unos efectos limitados. El verdadero problema para los políticos de todos los países será el de ponerse al corriente de la escala global de la finanza contemporánea y el de trabajar juntos para asegurar un comercio y unos movimientos de capital más equilibrados. Hace 50 años, los Gobiernos occidentales tuvieron que aceptar paulatiamente que tenían un papel decisivo en el mantenimiento del empleo y de la estabilidad económica. En los próximos años tendrán igualmente que aceptar que han de trabajar conjuntamente para producir una regulación económica más ordenada.

Pero la histeria del mes pasado ha mostrado que los Gobiernos tienen mucho camino ante sí. Y no hay ni un solo líder nacional -ni siquiera Margaret Thatcher, con toda su confianza- que esté preparado para ponerse el frente. Muchos europeos se preguntan con ansiedad si será necesario un crash aún más fuerte -o un largo período de preocupante incertidumbre- para que reflexionen seriamente sobre esto.

Traducción: Javier Mateos.

Copyright EL PAÍS.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_