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Guelbenzu escribe la novela de un instante

"El tiempo acaba con críticos y profesores, y deja en pie las obras que importan"

Tres lectores distintos de La mirada, la última novela de José María Guelbenzu (Alianza Editorial), se mostraron perplejos al terminarla, pues no estaban demasiado seguros de haber leído un crimen, el último paso antes del click de un esquizofrénico o el relato de una pesadilla. Tan sólo tres de las muchas posibilidades de una novela sobre un instante, cuya desaforada ambición, dice su autor, es confundir el tiempo lineal y el circular: "Si [La mirada] se puede coger por donde se quiera, entonces he creado", dice Guelbenzu con una vehemencia que traspasa su carácter reservado.

Tiene cierta vocación de acróbata, en sus escritos, reconoce Guelbenzu, pero "¿cómo puede interesar algo que no tiene riesgo?". La mirada, una novela sin ni siquiera las mínimas concesiones de darle un nombre al personaje o situarle en una ciudad determinada, es una novela de alto riesgo para el autor, como lo fueron todas y cada una de sus anteriores: El pasajero de ultramar, La noche en casa, El río de la luna, El esperado. "El riesgo tiene que ver con la ambición", dice Guelbenzu. "Yo la tengo toda. No quiero tocar con los dedos, sino coger con la mano el corazón de la literatura".Director literario de la editorial Alfaguara, Guelbenzu, de 43 años, tiene una visión documentada sobre la novela que se escribe hoy, y coincide en que es más bien cómoda; algo relacionado con el fin de siglo. "En los grandes momentos de crisis de valores, la tendencia es aferrarse a lo conocido. Entonces tiene doble gracia lanzarse al vacío". Y luego: "Para el que quiere ser un Kafka, ser cabeza de lista vendedora no tiene sentido".

Guelbenzu es de los que creen que la literatura es conocimiento, y si es comunicación, eso es algo que decidirá el tiempo. "El tiempo acaba con los críticos y los profesores, y desbroza, deja en pie las novelas que importan a más de una generación". Tal poder dependería, propone, "de la capacidad de ambigüedad y sugerencia de la obra".

Nueve páginas

La ambigüedad es lo que podría definir la novela de Guelbenzu, de fronteras en apariencia borrosas a la manera de los paisajes inmensos que abre un microscopio. Son 132 páginas: primero, el hombre toma conciencia física de lo que ha hecho; luego lo piensa, entiende y huye; vuelve porque está perdido; recobra la angustia. Pero en las últimas nueve páginas, que vienen a ser el alambre del funambulista, su mérito y su riesgo, el autor introduce la duda y el lector llega a preguntarse si ha leído bien. El final, dice su autor, "es lo que logra dar todo su poder a la novela".En una comida literaria reciente, en la que presentaba la novela de una amiga, Guelbenzu alabó "ese tipo de prosa sencilla que es tan difícil conseguir". Podía haber hablado de su propia novela: "Mira a un lado y a otro. Palpa su pecho. Mira sus piernas. Jadea. Cierra los ojos con fuerza. Huir. Quiere pensar, concentrarse. Cierra los ojos para anular su desconcierto. Huir. Al fin la cabeza entiende la intención. Huir. Aún dispone de tiempo. Tiempo. Hasta el amanecer. La cabeza se dispara en esa dirección. Huir. Huir. No hay otra esperanza" (página 64). "Al fin he encontrado el territorio en el que quería moverme", comenta el autor.

La mirada es la aventura más interesante que he corrido en mi vida", dice Guelbenzu, el tipo de escritor reservado a quien le cuesta informar tan siquiera de su edad o de su soltería. Parece que es aficionado a los toros y al jazz. Se diría que su trabajo editorial le ocupa mucho y que lleva una vida más bien sentada- "Se puede ser un aventurero en la selva, pero también se puede ser un aventurero ante un folio en blanco", dice.

Cuando era chico, contó una vez en una entrevista, escribió una redacción en el colegio que terminó por ganarle un castigo, pues nadie se creía que la hubiese escrito él. No parece que sea la creación el problema de Guelbenzu -"quiero crear, no perpetuarme"-, sino más bien el de la elaboración: "Soy de los que creen que la inspiración se consigue trabajando; es un estado de gracia que uno convoca mediante ritos. El punto más alto de la creación es la selección". Algo parecido sucede con la lectura, con el cine: "Empiezas siendo un devorador y luego eliges".

También son necesarias ciertas reglas: sumergirse en el mundo que se está contando y no cortar durante mucho tiempo, pues se corre el riesgo de no poder volver a entrar en el mundo abandonado. Como no es dueño por completo de su tiempo de escritor -tampoco lo pretende-, organiza la estrategia de hacer coincidir sus vacaciones con el arranque de una novela, de forma que cuando regresa a su trabajo su nuevo libro lleva ya un impulso.

"El problema de ser editor es que te hace leer muy poco", dice Guelbenzu, que debe emplear más de la mitad de su tiempo dedicado a ello en lecturas profesionales. En el tiempo restante relee más que lee, y considera que a menudo el escritor no lee a sus contemporáneos porque no considera a nadie más contemporáneo que él mismo. "Nunca ha sido tan aceptado el escritor como ahora", dice, y advierte: "Ser escritor se puede volver una carrera".

Acróbata hasta el fin, Guelbenzu se dispone al más difícil todavía: "Me voy a meter en un reto en el que, sin duda, me estrellaré. Como dice Onetti, estamos condenados al fracaso. Eso es lo interesante".

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