Ideas sin concretar
La complejidad de ese fascinante espectáculo llamado ópera radica fundamentalmente en un punto: a la hora de levantarse el telón, quienes la hacen, desde el último tramoya hasta el director de orquesta, deben tener en la cabeza si no la misma idea -imposible tratándose de más de una mente-, sí, al menos, fragmentos complementarios de una idea global abstracta que, por lo demas, se ofrece en directo. En el caso de Tannhauser, obra compleja donde las haya, ese grupo supera ampliamente las 200 personas.No pueden quedar en entredicho las ganas de superación que han animado a los responsables del Liceo en el momento de lanzarse a la aventura de montar una nueva producción de la obra de Wagner. Ahora bien: producción propia, posteriormente amortizable a través de su comercialización en otros teatros, debe implicar la máxima correspondencia -es decir, la máxima dosis de utopía- entre idea previa y resultado escénico. Falló este aspecto, por varios motivos.
Tannhäuser
Aney Reece, Johanna Meier, Stefania Troczyska, Harald Stamm, Jorma Hynnynen. Producción: Liceo. Director de escena: Ricard Salvat. Decorados y vestuario: Josep M. Espada. Orquesta y coro del Liceo dirigidos por Heinz Fricke. Barcelona, 19 de noviembre.
Ricard Salvat declaraba haber prescindido de todos los elementos anecdóticos para presentar "lo esencial de la historia". Algo más explícito se muestra en el artículo del programa de mano titulado Sobre mi Tannhäuser. Salvat escribe: "Hemos intentado que en nuestro montaje quedasen destacados estos elementos, la mezcla de civilizaciones, mejor dicho, aquella mezcla de civilizaciones y sensibilidades, mundo brutal opuesto al mundo del refinamiento cortesano, paganismo báquico en el sentido dado por Nietzsche frente a una religión entendida -en gran medida- como castigo y condena".
Contraste: ése parece ser, en resumen, el leitmotiv de Salvat. Tal contraste tiene un punto culminante en la obra de Wagner: el momento en que Tannhäuser, que ha pasado varios años en brazos de Venus, exclama al final de la escena segunda: Mein Heil liegt in Maria! ("mi salvación está en María"). Empieza en ese momento el otro mundo del que habla Salvat, el de la ascesis, el de la redención a través del amor, tenia carísimo a Wagner. Y la música, cómo no, llega puntualmente en ese punto hasta donde las palabras no pueden llegar: unos potentísimos acordes del metal, bajo los que la cuerda trenza unas escalas descendientes, hablan de un mundo que se derrumba, que queda atrás por una firme decisión del protagonista; y de repente, con esos giros que sólo el genio consigue, la misma cuerda da paso a una serena descripción bucólica en la que destaca la sencilla melodía de la flauta pastoril.
Es éste un interludio muy breve: apenas 24 segundos en la versión discográfica de Solti (DECCA). En momentos como ése es donde el Wagner compositor pone a prueba al Wagner dramaturgo y a sus descendientes. Atrás ha de quedar la culpa representada por el Monte de Venus; delante, el mundo civilizado y cortesano de Wartburg, marcado por los más altos ideales humanos.
Se trata de un hiato dramático profundo, al que la música ofrece coherencia discursiva. Y por eso no se puede mantener el telón alzado y hacer que Venus abandone el trono por su propio pie para que poco después dos pajes coloquen en ese mismo pedestal de lascivia la imagen de la Virgen. Las largas meditaciones medievales sobre el. paradero de los dioses paganos tras el triunfo del cristianismo, que Wagner retoma de Heine (Los dioses en el exilio), quedan trivializadas de forma imperdonable. Salvat no es fiel a su propia idea de contraste.
Bien es verdad que el director teatral no ha tenido a su favor la escenografía. Josep Maria Espada utiliza unos decorados extremadamente simples, telas o plafones lisos dispuestos a los lados y al fondo de un plano de acentuadísima inclinación. Según lo anunciado, las luces debían llenar lo que las formas apenas sugerían. Pero tampoco: abundan los tonos pasteles y, el vestuario, anodino. Si cada uno es muy libre de hacer volar la imaginación, no es menos cierto que utilizar un color semiológicamente tan determinado como el rosa para la escena de la bacanal es cuando menos chocante.
Heinz Fricke al frente de la orquesta demostró tener una única preocupación: aguantar la representación hasta el final, sin sobresaltos (y sin contrastes, nuevamente). Lo consiguió, pero aburrió. En cuanto a las voces, mejor las femeninas que las masculinas.
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