Sadat a Jerusalén reflexiones sobre un aniversario
Hoy día es ya una trivialidad decir que la época de los liderazgos fuertes y visionarios ha sido sustituida, en la última generación, por otra de tecnocracia y pragmatismo calculador. Los líderes de las sociedades modernas son elegidos para cumplir un programa, y es eso lo que se espera de ellos, no la propagación de un sueño; para responder a las necesidades prácticas de sus distritos, no para abrir amplios y desconocidos horizontes a su nación. Más que preocuparse por el juicio de la historia, los líderes parecen mucho más atentos a la opinión, las estadísticas y los editoriales de la Prensa influyente; otros invocan "obstáculos tradicionales" para justificar su inmovilismo. Y tampoco la historia de los conflictos internacionales nos ha regalado con una profusión de hombres de Estado visionarios dispuestos a cortar nudos gordianos de otro modo inextricables, conducta que les alejaría mucho de los diplomáticos profesionales, los "nuevos mandarines", como los denominara Chomsky en un polémico libro.Un singular suceso de esta índole tuvo lugar el 19 de noviembre de 1977, hace exactamente 10 años, cuando el presidente Sadat, de Egipto, venciendo sentimientos de raíces muy hondas y dolorosas memorias históricas, aterrizó en el aeropuerto Ben Gurión, desde el cual se dirigió a Jerusalén, capital de Israel, para hablar de paz con el entonces primer ministro, Menájem Beguin. Esta audaz iniciativa resultó -sin duda tras mucho hablar y cavilar y no pocas contrariedades- en un acuerdo de paz entre Egipto e Israel. Éramos muy pocos, tanto israelíes como egipcios, los que creíamos que aquello pudiera realizarse durante nuestras vidas. Pero así fue.
Una lección y un legado de la llamada iniciativa Sadat probablemente sean que, en aquellos conflictos de gran complejidad donde entran en juego emociones muy profundas y odios históricos, y una vez agotada prácticamente toda fórmula diplomática concebible, sea la conmoción de un gesto visionario, generoso e imaginativo la que tenga mayores posibilidades de abrir vías nuevas e insospechadas para la paz. Porque el primer problema en el conflicto árabe-israelí ha sido siempre la incapacidad o la renuencia de los líderes a llevar a
cabo una política de paz que no vaya refrendada por lo que es en apariencia el consenso legítimo prevaleciente en sus respectivas sociedades y sistemas políticos. Los líderes actúan, con gran frecuencia, como rehenes del medio sociopolítico del que han salido, en lugar de procurar conformarlo. Anuar el Sadat adquirió un lugar privilegiado en la historia, e inmortalidad, en el momento en que huyó de la cómoda cárcel de inercia, de la seudosolidaridad y de la vacía cohesión retórica de las cumbres de países árabes.
forjador de esa unidad provisional. Sin embargo, es alentador que al abrir la puerta para la reanudación de las relaciones diplomáticas entre Egipto y los otros países árabes -algunos no perdieron tiempo en hacerlo ya- la cumbre de Amman ha dado un paso importante, más implícito que explícito, hacia la legitimación de la paz entre Egipto e Israel. Si los palestinos -al reconocimiento de cuyos "derechos legítimos" se comprometió Israel en los acuerdos de Camp David, pero cuyos dirigentes no han perdido nunca la oportunidad de perder una oportunidad- siguen dispuestos a sacrificar las posibilidades, por menguadas que puedan parecer, de salvar a su pueblo en aras de la unidad de su organización.
Intrincado conflicto
La paz no será posible en este intrincado conflicto sin una previa quiebra de moldes y planteamientos rígidos. Tampoco es aconsejable descalificar a priorí a potenciales interlocutores. Fueron los halcones de la derecha -no los vanguardistas de la izquierda- quienes dirigieron la política francesa en la traumática retirada de Argelia (De Gaulle), a la política norteamericana en su dramática apertura hacia China (Nixon) y ahora hacia un acuerdo histórico con la Unión Soviética (Reagan), y fue la derecha israelí la que hizo la paz con Egipto (Beguin-Sharon). Las presentes propuestas de paz en Oriente Próximo, menos dramáticas que las de 1977, abren, sin embargo, posibles cauces de éxito. Es nuestro deber responder con generosidad a estas iniciativas.
Porque, en caso de fracasar, ya sabremos, cada uno a su modo, cómo conquistar el aprecio de la Prensa internacional y los sondeos de opinión; la inevitable retórica de bloques, alianzas y mayorías automáticas ya sabrá cómo acusar y condenar al de siempre, y ya sabremos también cómo movilizar a nuestros respectivos pueblos en torno a la causa. Un siglo de confrontaciones sangrientas perfeccionó nuestro arte. A quien no podremos engañar será a la historia: ella nos juzgará con severidad.
SHLOMO BEN AMI
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