Hombre y superhombre
¿Lo confieso? Lo confieso. Cuando quiero escuchar un disco de Miles Davis en mi casa, siempre se me va la mano hacia las grabaciones de los años 50 y 60: Miles smiles, Kind of blue, Miles ahead.Una confesión más. Dicen que Miles Davis tiene mucho sentido de la imagen, pero a mí me da un poco de pena verle con esas gafas de parabrisas, esos rizos y esas pintas que se pone, como un Michael Jackson viejecito.
La gente deja vacío el Palacio de Deportes cuando actúan McCoy Tyner y Elvin Jones y Freddie Hubbard y Lester Bowie, y sin embargo lo llena cuando toca Miles Davis. La gente dice que no entiende de jazz, y sin embargo no se pierde un concierto de Miles Davis. Me temo que la gente va a ver al mito, al superhombre de lentejuelas cuya crónica de sucesos aderezamos los que escribimos de esto cada vez que viene, porque tampoco es cuestión de repetir y repetir lo de Miles smiles, Kind of blue y Miles ahead, y porque en el fondo sabemos que al final el Miles que va a convencer es el Miles de esos discos, que sigue agazapado en el Miles de hoy.
Carlos Gonzálbez
Terence Blanchard-Donald Harrison Quintet. Miles Davis. VIII Festival de Jazz de Madrid. Palacio de Deportes. 13 de noviembre.
Miles ha dado en el Palacio de Deportes un concierto igualito que el del año pasado. Ha habido, claro, diferencias, la mayor parte de ellas anecdóticas: Miles llevaba un modelito distinto; por cierto, la chaqueta daba la impresión de estarle incómoda. El guitarrista del año pasado tenía pinta de rockero y el de esta vez entre de pirata y rastafariano. Bobby Irving y Adam HoIzman llevaban teclados colgados del cuello. Y así.
Novedades musicales
Hay algunas novedades musicales. La nueva sección de percusionistas es aún más contundente que la anterior. En cuanto a quien más destaca en el grupo, ya no es el bajista Darryl Jones, que sigue firme y veloz acompañando, pero como solista resulta algo pesado. Ahora el mejor es el saxo, el excelente Kenny Garrett, que hace bastante más que su predecesor Bob Berg, y puso al Palacio en pie con un solo incendiario; además, toca un poquito la flauta.Y claro, Miles, aunque se prodigue poco, siempre toca como Miles. Uno escucha todo lo que hace porque lo hace él. En su trompeta hay originalidad, hay magia, hay drama, hay poesía y hay muchas cosas más que no pongo por no repetir los tópicos que se ponen siempre que se hace una crítica elogiosa.
Antes de Miles, el trompeta Terence Blanchard y el saxo alto Donald Harrison propusieron con su quinteto un post-bop a la manera suavísima de Nueva Orleans, en el polo opuesto del postbop de Chicago que escuchamos el día anterior a The Leaders.
Blanchard y Harrison tocan unas composiciones originales muy bonitas, y, como iban antes que Miles Davis, tuvieron el detalle oportunísimo de recordar al Miles antiguo con una versión calcada de su There is no greater love.
Teloneros
Antes de que aparecieran Blanchard y Harrison, su sección rítmica acompañó al guitarra valenciano Carlos Gonzálbez. No sé que tal les sentaría a todos salir de teloneros, pero como la estrella era Miles, seguro que por lo menos Blanchard estaría contento. Como debe de estar contento Carlos Gonzálbez de tocar con una rítmica tan buena y tan negra, aunque corre el riesgo de que el pianista Syrus Chestnut, una perla, le robe el show.
Babelia
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