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Crítica:CINE / 'LAS BRUJAS DE EASTWICK'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El diablo está de moda

George Miller es un cineasta australiano que se ha hecho internacionalmente famoso con la serie Mad Max, que también ha servido para promocionar el cine australiario en el exterior y convertir a Mel Gibson en una estrella. En Las brujas de Eastwick, Miller empieza la película con unas hermosas tomas aéreas, propias de un forastero que llega a una pequeña, y tranquila comunidad estadounidense. Este forastero es, sin duda, el propio Miller, pero también el diablo, que espera ser convocado para poder intervenir en la aburrida cotidianidad de Eastmick, socavada por deseos que nadie se atreve a formular abiertamente: ni las tres protagonistas femeninas de la historia, que guardan para sus reuniones de mujeres solas el quejarse en voz alta del aburrimiento sexual que les causa la vida en el pueblo, ni tampoco el director de la escuela, vulgar donjuán de tres al cuarto que abusa de su pequeño poder.La película es una comedia realizada con talento, que durante un buen rato logra vencer los errores de casting -Michelle Pfeiffer es una imposible madre de seis niños- y juega con la imaginería kitsch a la hora de presentar un paraíso de riqueza y sensualidad. Nicholson tiene aquí un papel a su medida, una oportunidad para arquear las cejas como un poseso sin que nadie piense que ha enloquecido. Miller opta conscientemente por el tono de cuento de hadas, y se entretiene en fabricar el harén deseado por las tres chicas-brujas a base de rasos, sedas, piscinas cubiertas de satén, coches blancos y mesas con frutas tropicales. Nicholson es una versión grosera y machista de Valentino, y ellas se dejan seducir por sus mañas.

Las brujas de Eastwick

Director: George Miller. Intérpretes: Jack Nicholson, Cher, Susan Sarandon, Michelle Pfeiffer, Veronica Cartwright y Richard Jenkins. Guión: Michael Cristofer, basado en una novela de John Urdike. Música: John Williams. Estadounidense, 1987. Estreno en cines Benlliure, Juan de Austria, Novedades, Palacio de la Música y California (versión original).

Pero la película, que había ido funcionando a base de simples trucos de montaje y buena selección de decorados, descarrila cuando cae en manos de los técnicos en efectos especiales, que convierten los últimos 40 minutos en una falla lujosa y aburrida, que liquida la credibilidad que se había logrado insuflar a cada uno de los arquetipos. Hay algún buen gag aún, como el servirse de Nicholson como del gato enorme de El increíble hombre menguante, pero su desaparición como personaje que encarnaba el deseo supone también la muerte de la película.

En clave de comedia, Las brujas de Eastwick, como Angel heart o The believers, resucitan el diablo para el cine. Ya no se trata de monstruos surgidos de alteraciones ecológicas o venidos de otros planetas, sino de la real existencia del mal, que además ahora se atreve a explicar sus programas, a seducir mediante engaños. Desde El exorcista, el cine de gran producción parecía haberse olvidado del diablo, y ahora, en 1987, se nos propone su revival como héroe cinematográfico.

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