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MUERTE DE UN SUPERREALISTA

André Masson: "Pintar es una apuesta"

Con la muerte de André Masson (1894-1987) desaparece una de las últimas figuras supervivientes del superrealismo histórico y la última del pequeño núcleo de artistas que creyó en la viabilidad de una pintura superrealista cuando, a comienzos de los años veinte, los fundadores de aquel grupo revolucionario, en su gran mayoría poetas, aún desconfiaban de que pudiera aplicarse a las artes plásticas el método del automatismo. Entre aquellos primeros artistas del naciente superrealismo, los que definieron el lenguaje plástico que habrían de practicar los miembros del grupo durante la década de los veinte, se hallaban otros nombres singulares del arte contemporáneo, como Max Ernst, Jean Arp y Joan Miró. Junto a Masson, éstos fueron, pues, los auténticos pioneros del arte superrealista en su etapa heroica.Nacido el 4 de enero de 1894 en la pequeña localidad francesa de Balagny, Masson pasó una buena parte de su infancia y primera juventud en Bruselas, donde enseguida demostró una inclinación precoz por el arte e inició su formación en esta disciplina, que ocuparía el resto de su vida. En Bruselas también entró en contacto con Emile Verhaeren, el poeta simbolista belga Estimulado por él, Masson marchó a París en 1912 y allí ya pudo ampliar de una manera más completa su formación y, sobre todo, conocer en directo las novedades vanguardistas, entonces en plena ebullición cubista.

La I Guerra Mundial, en la que cayó herido gravemente y en la que sufrió un fuerte desarreglo psíquico, interrumpió esta primera fase de su formación artística. Estas calamidades potenciaron en él, sin embargo, el instinto rebelde y la convicción en la necesidad de crear un mundo distinto al conocido en todos los aspectos, incluidos los artísticos. Por eso, junto a otros jóvenes que habían padecido una terrible experiencia similar, no tardó en sentirse atraído por las radicales premisas nihilistas del dadaísmo y, en cuanto éste dio muestras de agotamiento, por las del naciente superrealismo.

Pero el superrealismo no quería convertirse en un movimiento más de las vanguardias, sino transformar el mundo y el hombre. Sus primeros inspiradores, con André Breton a la cabeza, implantaron un método creativo que debía garantizar una espontaneidad pura, incontrolable incluso para los dominios de la razón individual. Ese método fue el llamado automatismo, que favorecía la descarga verbal antes de organizarse en pensamiento estructurado. Aplicado a la escritura, en la que la pluma Puede ir efectivamente más rápida que la lógica de la frase, el método pareció dar ciertos frutos, pero ¿cómo trasladar esa chispa inconsciente a la pintura, cuya técnica de ejecución material era forzosamente más lenta?

Con Miró y Ernst, Masson trató de dar una respuesta plástica concreta. El resultado fueron telas casi abstractas en las que dominaban los trazos violentamente espontáneos, las manchas de color, un uso indiscriminado de cualquier material y ciertos residuos figurativos de naturaleza simbólica. Para lograr su objetivo se sirvieron de algunos ejemplos precedentes, como el que les proporcionó Paul Klee, Giorgio de Chirico y, en el caso concreto de Masson, una peculiar interpretación de las marañas lineales del cubismo analítico.

Tras esta primera etapa, plena de invenciones y recursos, Masson volvió a desempeñar un papel histórico por su influencia en el expresionismo abstracto de la escuela de Nueva York. No en balde fue uno de los superrealistas históricos que, huyendo de los nazis, se refugiaron en Nueva York a comienzos de los años cuarenta. Su concepción expresionista de lo gestual, su cromatismo ardiente, el apasionado fuego con que, en general, acometía la obra, que él interpretaba como una descarga liberadora en el sentido de los ritos primitivos, por no hablar de su visión sombríamente apocalíptica del hombre, fascinaron a los artistas expresionistas americanos.

Propaganda

Como otros superrealistas, Masson no se conformaba con ser simplemente un pintor en el sentido clásico. La pintura era un instrumento de provocación y comunicación, un arma, aunque en absoluto un arma de propaganda al servicio de un mensaje preestablecido. Políticamente de izquierdas, se solidarizó con la República española durante la guerra civil y estuvo presente en la agitada Barcelona bélica, pero se negó a empuñar un arma mortífera, como jamás secundó ningún dogmatismo sectario, incluido el de Breton.En 1941 publicó uno de sus escritos más célebres, el que Heva por título Pintar es una apuesta, donde señaló los, a su juicio, tres principios fundamentales que debía considerar cualquier creador plástico para obtener el poder real de una obra de imaginación: "1, la intensidad de la mediación previa; 2, la frescura de la mirada sobre el mundo exterior; 3, la necesidad de conocer los medios pictóricos propios de su época".

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