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Reagan confía en un compromiso que le presente ante el mundo como un hombre de paz

Francisco G. Basterra

F. G. BASTERRA Ronald Reagan, sacudido por la crisis de la bolsa, los problemas con Irán y Nicaragua y el enfrentamiento con el Congreso por el presupuesto, espera impaciente la buena nueva de su ministro de Exteriores que le permitirá anunciar al mundo que es un hombre de paz y recibir, antes de final de año, a Gorbachov en Washington para firmar el histórico acuerdo.

Su presidencia necesita urgentemente este balón de oxígeno para demostrar que no está paralizada y que, en los últimos 15 meses que le quedan en la Casa Blanca, hay que contar aún con Reagan. Esta noche (madrugada del viernes en España), el presidente se dirigirá al país en una conferencia de prensa televisada, que ha despertado gran expectación por la incertidumbre mundial provocada en los últimos días por el desplome de Wall Street y las acciones militares de EE UU en el Golfo.

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Además, el presidente no se somete a una prueba con los periodistas desde hace casi cinco meses. "El objetivo de la conferencia no es anunciar las fechas de la cumbre", advirtió, sin embargo, ayer, el portavoz presidencial, Marlin Fitzwater. Cuando Reagan hable desde la east room de la Casa Blanca ya sabrá cómo ha ido el primer día de conversaciones de Shultz en Moscú. El secretario de Estado preparó ayer en Helsinki los últimos detalles de la negociación más trascendental de su vida política con los expertos norteamericanos en control de armas.

Shultz, un burócrata metódico que carece de la visión estratégica geopolítica de un Kissinger, pero cuya insistencia, superando las zancadillas de los halcones en Washington, ha sido capaz de convertir a Reagan a la necesidad de negociar con la URSS, desembarca en Moscú acompañado de 100 asesores. No quiere dejar nada al azar. En Washington se queda, al parecer finalmente derrotado, el secretario de Defensa, Caspar Weinberger, su principal enemigo político, que parece haber perdido la batalla por la influencia sobre el presidente y de quien se rumorea que está dispuesto a abandonar la Administración.

La impresión generalizada es que Shultz y Shevardnadze, en dos jornadas de negociaciones, lograrán superar los últimos escollos sobre verificación del futuro tratado, que eliminará los misiles con alcance entre 500 y 5.000 kilómetros. Si no es así -advirtió Shultz antes de salir de Washington-, EE UU no firmará un tratado y retrasará la cumbre hasta 1988.

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Mucho más dificil va a ser avanzar, como quieren los soviéticos, en la siguiente fase: la reducción de los arsenales estratégicos de las dos superpotencias en un 50%. Gorbachov desearía firmar también en Washington un acuerdo marco o principio de entendimiento sobre estos misiles de largo alcance, que desde un punto de vista militar y político son los realmente desestabilizadores.

Estados Unidos sigue manteniendo firmeza en no negociar el despliegue de la guerra de las galaxias y se ha negado a discutir con la URSS qué pruebas, en tierra e incluso en el espacio, serían aceptables para Moscú de acuerdo con una interpretación estricta del tratado de antimisiles ba lísticos (ABM) firmado en 1972 por ambos países.

No todo será, sin embargo, control de armas en la agenda moscovita de Shultz. La situación en el golfo Pérsico -región que acaba de visitar el secretario de Estado- y la frustración nortearnericana por la falta de apoyo soviético en el Consejo de Seguridad de la ONU a un embargo de armas contra Irán serán también cuestiones importantes.

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