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Tribuna:LA BATALLA DE LA UNESCO
Tribuna
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Un nuevo rumbo

La probable designación de Federico Mayor Zaragoza como candidato único a la dirección general de la Unesco podría poner fin a una larga crisis interna de la institución que podía haber terminado con la existencia de la misma por imposibilidad material y financiera de hacerla sobrevivir más tiempo. Mayor Zaragoza ha llegado a esta importante posición internacional haciendo uso discreto y casi silencioso de sus grandes dotes de prudencia y tenacidad. No sólo es un hombre de ciencia y de investigación, sino un sabio en el mejor sentido del vocablo, capaz de asumir en las más dificiles circunstancias el riesgo inherente y la brújula de la maniobra. No quisoentrar en ningún momento en la ofensiva frontal contra el director saliente, con el que mantuvo -y mantiene- excelentes relaciones de amistad. Y se presentó como el experto conocedor que es de la gran maquinaria cultural de las Naciones Unidas fundada en el año 1946.La crisis de la Unesco no es en realidad sino la propia crisis de las Naciones Unidas, repercutiendo en el gobierno interior de esta importante agencia suya. Las Naciones Unidas atraviesan una situación menos llamativa pero no menos dificil. Es significativo que sea en Estados Unidos donde puede aparecer un libro de extendida venta que se titula Un mundo sin ONU y que propone la retirada de Estados Unidos de la organización con objeto de que se desmantele de un modo definitivo. Es uno de los frecuentes contrasentidos de la historia el que sean precisamente dos presidentes norteamericanos los que lanzaron al término de la I Guerra Mundial y durante el transcurso de la segunda la iniciativa de crear una organización mundial para preservar la paz. Woodrow Wilson fue el inventor de la Liga de las Naciones como parlamento mundial permanente que evitase las guerras. "Cada nación deberá tener un voto y el derecho a proclamar su soberanía". Wilson era un idealista utópico y su visión mesiánica -y acaso mesiánica- del futuro resultó un fracaso total. Ni siquiera fue capaz de adivinar que el Senado norteamericano iba a impedir la participación de su país en la propia Liga de las Naciones.

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Roosevelt cayó en el mismo espejismo. Creyó que era preciso extender el principio de la Liga y anunció en la Carta Atlántica, discutida con Churchill en 1941, que una nueva organización, las Naciones Unidas, impondrían la paz, la democracia y la libertad en todos los pueblos del mundo después de la esperada victoria aliada. Tampoco fue clarividente este propósito. Las Naciones Unidas, a pesar del derecho de veto de los supergrandes, no pudieron impedir desde su fundación 150 conflictos bélicos de diversa magnitud entre sus miembros y fueron poco a poco convirtiéndose en una asamblea difícilmente gobernable, en la que los egoísmos nacionales y la preservación del voto de cada país ha ido creando mayorías heterogéneas en su origen, pero homogéneas a la hora de votar contra una determinada tendencia o nación, sea ésta Norteamérica, Israel o las potencias europeas occidentales.

Así se ha llegado a un verdadero bloqueo de las discusiones asamblearias y a un progresivo entumecimiento de la política de la ONU y, por resonancia, de la Unesco. Es curioso que el idealismo universal norteamericano -que ya señalaba Tocqueville en su memorable análisis- haya logrado por su irrealidad el tener que enfrentarse, airadamente en ocasiones, con las instituciones creadas por su propia política.

La polémica

Debía parecer que la Unesco, encargada fundamentalmente de la cultura, había de quedar marginada de aquella polémica. Pero no ha sido así, y es dentro de ella donde la politización ha llegado a límites tales que motivaron la retirada de EE UU de la organización.

A Estados Unidos siguió la retirada del Reino Unido, y anunciaron su intención de darse de baja si seguía el anterior director Japón, la República Federal de Alemania y Suiza. Era tanto como el anuncio de la hecatombe inminente. Parece haber sido la Unión Soviética, con algunos países del Este europeo, los que han obligado finalmente a M'Bow a ceder en su insistencia, apoyando en cambio la nominación de Mayor Zaragoza. Este gesto decisivo de la política exterior soviética podría ser un síntoma importante de que la doctrina Gorbachov tiene también repercusión en el ámbito de las polémicas culturales, buscando en ellas una postura constructiva y no simplemente obstaculizadora.

¿No se debiera aceptar por todos que la cultura es un terreno universal que atañe directamente al porvenir del género humano? ¿No es forzoso reconocer que los viejos tópicos de la cultura de izquierdas o de derechas se hallan desbordados por el acelerado progreso de los medios emancipadores del espíritu del hombre? La cultura es de todos y pertenece a todos, es un bien común que ha de ser mancomunadamente regido y potenciado. Esperemos que nuestro ilustre conciudadano Mayor Zaragoza sea el científico desapasionado que inicie con éxito ese nuevo rumbo.

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