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LAS VENTAS

Estampas de toreo antiguo

Algunos pasajes de la corrida de ayer en Las Ventas repetían lo que hubo de ser el toreo antiguo, con el toro aquel finisecular, aparatoso y vareado, que daba emoción a la lidia. La emoción del riesgo y la del dominio; no la emoción estética, que era prácticamente imposible. Claro que el aparatoso toro finisecular tendría lidiadores más avezados en la briega -decían, por entonces- y no maleaban a los animales con sus capotazos extemporáneos y sus banderillazos a la desbandada, como ayer.Los dos toros de Sánchez Puerto lo fueron a la antigua usanza, cada uno con su condición. El primero renunciaba a embestir en los medios y escapaba a acularse a tablas. Allí, a favor de la querencia, lo toreó Sánchez Puerto, midiendo con apostura la suerte natural y la contraria. El cuarto, de impresionante arboladura, derribó, y aunque humillaba bien en sus principios, la desordenada briega lo iba resabiando; los banderilleros, que prendían palos a la media vuelta, le desarrollaron el sentido, y Sánchez Puerto sólo pudo administrarle media docena de redondos relativamente relajado, pues en los siguientes el torazo ya se revolvía furioso para coger.

Población/ Sánchez Puerto, Carretero, Sánchez Cubero

Tres toros de Pilar Población, bien presentados, flojos; 41 y 51 sobreros de Jiménez Alarcón, de impresionantetrapío; 61 de Antonio Ordófiez, grande e inválido. Sánchez Puerto: estocada (aplausos y salida al tercio); pinchazo a paso de banderillas, otro bajo y descabello (silencio). José Antonio Carretero: dos pinchazos y estocada corta baja (silencio); pinchazo a paso de banderillas y media estocada (pitos). Sánchez Cubero: pinchazo bajo y bajonazo (silencio), estocada atravesada, cinco descabeflos -aviso- y otro descabello (silencio). Plaza de Las Ventas, 12 de octubre.

De la misma catadura salió el quinto, alto y largo, castaño bocirrubio, aparatoso de cornamenta, e igual mala briega le dieron, esta vez el propio matador también, pues se aliviaba en los pares de banderillas, de los que prendió cuatro palos nada más. Acabó el torazo con la cara alta y la arrancada corta, de modo que la faena hubo de ser breve.

Para el toreo moderno, que admite depuradas exquisiteces, también hubo toro y ese saltó a la arena en segundo lugar. Carretero lo banderilleó fácil y lo muleteó superficial. Tampoco se trataba del borrego ese que se deja pegar los pases como tonto. Por el contrario, el toro tenía casta, mucho que torear por tanto, y pareció que Carretero lo conseguiría cuando lo sacó al platillo y corrió bien la mano en los redondos. Sin embargo en los naturales se vino abajo la faena porque no embarcó por derecho, no templó por lo fino, no ligó ni un sólo pase como demanda el arte.

El tercero tomó a regañadientes unos derechazos de Sánchez Cubero, también escapó a acularse a tablas, y cuando el matador intentaba sacarlo fuera, barbeó la barrera en busca del cálido arrimo del toril, fragante a boñigas, donde paró y, por parar, allí encontró la muerte. El sexto, grande, cornicorto y romo, absolutamente inválido, exhibió un acabado repertorio de caídas. Un detalle de la empresa, quizá, que daba ocasión de presenciar la suma antológica de cuantas se han producido a lo largo de la temporada: desde la voltereta lateral hasta el hocicazo vergonzante; desde la panzada sonora, hasta el derrumbamiento de zaga; desde el visaje por flacidez súbita de codillo, hasta la tozolada ancestral. Protestaba el público por ello. No todo, pues había quien se divertía horrores: por el mismo precio, toros y circo.

Los propios parones y caídas desconcertaban a los toreros y el Calatraveño, dos veces al descubierto, y sin nadie al quite, hubo de tomar precipitadamente el olivo, donde se quedó yerto, del susto. Entre trastazos y jeribeques pudo apreciarse que el torote era nobletón y Sánchez Cubero lo pasó de muleta con gusto cuando hubo embestida que pasar. A la afición no le convencía, sin embargo. La afición prefería la lidia a la antigua, el toro finisecular, pese a los sobresaltos.

O acaso por eso mismo.

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