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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La querella de la cultura española

UNA EXCEPCIONAL antología de la pintura española se abre hoy en París, repartida en cuatro exposiciones: la que se extiende de El Greco a Picasso, en el Petit Palais, y tres en el Museo de Arte Moderno: el siglo de Picasso, la imaginación nueva de los años setenta al ochenta y la de nuestra misma actualidad, con el oportuno título de Dinámicas e interrogaciones, que muestra una apertura de estilos y tendencias a los que el tiempo sancionará.Antes de abrirse esta cuádruple exposición, ha suscitado ya un par de polémicas- internas. Una es la del mecenazgo -el sponsoring, se dice ahora- de marcas comerciales: la figura por la cual una empresa o un banco subvenciona económicamente un acontecimiento artístico a cambio de que su nombre figure en los programas, lo cual no sólo supone una publicidad de marca, sino también un revestimiento de preocupación artística o cultural, y quizá porque sus fundaciones culturales tratan di reducir la fiscalidad por esta entrega al bien público.

¿Debe o no un Estado prestarse a ello? En un modelo de sociedad como el que vivimos, la respuesta no puede ser otra que afirmativa. Todo Occidente lo está haciendo así ya y no hay razón ninguna para no considerarlo válido. Hace ya tiempo que en España algunos acontecimientos se presentan esponsorizados -es el barbarismo que se introduce en el idioma- y no han asombrado a nadie. La exposición de Zurbarán en Nueva York, que ha sido un éxito en todos los sentidos, lo estaba también. Los intentos de la Administración de suplantar esta iniciativa privada en la cultura, mediante subvenciones o dirigismos, son inadmisibles.

El segundo tema de discusión es el que plantean algunas autonomías, que se quejan de que un acontecimiento mundial de la categoría de éste no les haya sido consuItado previamente o no se haya atendido su deseo de participar en la selección de la antología, quizá porque consideren que su parcela de arte regional no está representada a la medida de sus deseos, o por su aspiración también de aparecer en catálogos e invitaciones.

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Es lógico ese deseo de ofrecer una visión más plural de España -menos dictada por los organismos del Estado central-, pero exposiciones como éstas, que recogen varios siglos de arte español, no pueden tener más propósito que el de presentar realmente las obras maestras (y en este caso, las aperturas de la dinámica contemporánea), y no- parece lógico acudir a un equilibrio numérico que complazca a los diversos consejeros de cultura y a sus presidentes.

Las autonomías son, o deben ser, mecanismos de recuperación de identidades y de funcionamientos económicos con arreglo a unas divisiones naturales o históricas; nunca debían haberse teñido de mezquindades, de apropiaciones o de envidias. A la elaboración del arte pictórico o musical ha contribuido a lo largo del tiempo toda España, con independencia de los orígenes de cada artista, y presenta una unidad que sin duda brillará de manera excepcional en la Villa de París. El orgullo es para todos, sin hacer cuentas minúsculas.

Hay un tercer problema que aparece como un malestar irremediable cada vez que se plantean estos sucesos: el de la base de la cultura. Es admirable, por ejemplo, que venga Rostropovich a dispensar unas lecciones magistrales para un grupo privilegiado de alumnos en un local necesariamente pequeño; pero al mismo tiempo el Conservatorio de Madrid no sabe a estas alturas cuándo podrá comenzar su curso. Y contrasta demasiado la exhibición mundial de la gran pintura española con las dificultades actuales de la Escuela de Bellas Artes. O con el abandono de museos, carencia de bibliotecas, falta de cuerda en las orquestas nacionales y ausencia de ediciones musicales... Absorbemos ahora el acervo del pasado: nos exponemos a no legar un pasado equiparable a quienes nos sucedan.

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