No más casas
He tenido que dejar casi forzosamente mi casa, mi alta torre en la calle de la Princesa, con vistas al lejano Escorial, todo el despliegue del ancho Guadarrama. Siempre que dejo alguna vivienda que me dio albergue, la he llevado conmigo, añadiéndola a la fila de casas en que dejé una determinada imagen, impresa en mí durante un tiempo determinado. Y así, aquí están todas las que habité en el Puerto de Santa María. En primer lugar, la de la calle de San Bartolomé, donde nací, y luego, la de Santo Domingo, la Luna, las Neverías. Luego, en Madrid, viví en las calles de Atocha, Lagasca y Montesa. En la isla de Ibiza estuve al comienzo de la guerra civil en un molino de vela y, después, refugiado en una cueva del monte. Durante la defensa de Madrid, mis casas estuvieron en Marqués de Urquijo, Marqués del Duero (sede de la Alianza Antifascista) y Velázquez.Cuando, acabada la guerra, partí para Francia, viví en París, primero en la Rue de Navarre, y después en el Quai de l'Horloge y la Rue Campagne Premier. Al llegar a Buenos Aires habité en la calle Tucumán, en Santa Fe, en Las Heras y Puyrredón. Y en Uruguay, pasaba las vacaciones de verano en una casa mía, La Gallarda, cerca de Cantegrill. Luego, dada la larga vida del Caudillo, pasé gran parte de mi vida en Italia, en Roma, Viamonserrato, y luego en la Via Garibaldi, en el popular y maravilloso barrio del Trastévere. Cuando pude regresar a España, me hospedé primero en el hotel Príncipe Pío, pasándome luego a Princesa,3, en donde he vivido casi ocho años, viendo desde un piso 17 los cuatro puntos cardinales de Madrid. Y ahora me voy, después de haber sido atropellado idiotamente el automóvil donde iba. Ya todo el mundo sabe que volvía de la verbena que organiza EL PAÍS todos los años.
Y ahora me mudo, desesperado, a una nueva casa. Pero, ya, desde este momento, ¡no más casas!, ¡no, por Dios! Quiero nuevas viviendas verdes, aéreas, sin muros, de las que pueda trasladarme realmente sin esfuerzo, volando con el pensamiento y sin tener en cuenta la dimensión de mis nuevos albergues.
Sea mi primera mansión un gran racimo de uvas esmeraldas en la proximidad de otras uvas moscateles, moradas y lustrosas. Podré recorrer todas mis redondas habitaciones, evitando que las desastrosas hormigas intenten remontar a ellos para devorarlos.
Quiero luego la casa del -no sueño. En ella no se duerme nunca. Sus corredores son olivos insomnes iluminados por aceitunas reverberantes y pájaros que intentan devorarlas, pero sin lograrlo. Yo camino entre ellos pidiéndoles me miren un momento, pero ellos sólo atienden a sus tareas imposibles entre aquellos inmensos salones y salones de olivos desdeñosos.
Pero tú me traerías la paz al sendero por el que busco esas habitaciones con paredes de aire que me han dicho existir, colgadas de cuadros prodigiosos que se abren a las nubes, a unas inmensas perspectivas de estrellas.
No más casas como esas de la ciudad, con odiosos oficios para alquilarlas, ogros con largos bigotes de papel, máquinas de escribir, tecleando descompuestas, y mujeres desnudas con úteros abiertos e inclementes.
En el Sur, sólo en esta palabra se hallan edificadas las nuevas mansiones o chozas que yo busco. Allí sólo los níspolos cuelgan en racimos abiertos y los pájaros son sus habitantes y te ofrecen ser lo mismo que ellos, durmiendo a veces sobre los limones que por casas se apoyaran en visiones de cal y papeles de plata.
Tú te has casi matado sin decírtelo. Allí abajo tú recitabas entre la piel oprimida de la frentre los senos y prendistes el desnudo fugaz de Galatea para comprobar victorioso que no te habían matado la memoria, y comprobaste que en tus nuevas mansiones de susurrado aire, "las flores blancas por allí sembradas,/ con tu sangre tomabas coloradas".
Quisiera desde ahora vivir siempre en el aire. Lugares de aguas o de arenas calientes, clavadas de pitas o invadidas de pronto por la nieve con inmensos albatros o de aquellos lobos marinos que se mataban a dentelladas en las playas de Uruguay.
Madre, ¿qué piensas tú de todo esto, tú, que gustabas atormentarte junto a un jazminero, acompañando el sueño con el canto de un mosquito? ¿Y tú, mi viejo tío Vicente, que dormías en una gran pajarera, cubierto del excremento de tus pájaros? Érais mis amigos, porque vuestra casa estaba fuera de ella.
Vuelve ahora, cambiando mi ruta hacia un bello jacarandá de transparentes flores lilas, hacia el árbol del cielo, que así lo llamamos en el sur andaluz, cayendo luego diluido en otoño, como rodada nieve lila al pavimento, más yo no sería pisoteado.
Voy a vivir instalado de pronto en las alas de un águila real de las altas serranías de Cazorla o en el ciego temblor de un cabritillo que huye amedrentado.
Dejadme habitar un largo, tiempo en los Ojos de las ballenas o en el salto de los delfines, durmiendo y despertando en éste o en aquél, mientras juegan y cantan tras las quillas veloces de los barcos.
Dadme posada, si no, por una noche en la flecha de una veleta durante un amanecer de tempestades. Luego, por largo tiempo, en los cantos de las sirenas despistadoras de los marineros.
Quiere, llenarme del recuerdo vivido por una larga temporada en una negra golondrina en el descenso de la tarde.
No más casas hieráticas con sillones fijos para amigos, camas hechas para el amor, amaneceres perfectos a horario, con unos desayunos preparados en la mesa tranquila del comedor.
Amada adormecida sobre el muslo de un leopardo mordido el seno desde un atardecer asomado a la boca de un precipicio.
No me invitéis más a las mesas redondas, conferencias, reuniones parlamentarias, congresos, presentaciones de malos poetas. Quisiera morir en una nube del Aconcagua, remontar el Everest, recitando allí solo mis poemas, durmiendo luego en una chirimoya, clavando a mis amadas por placer en las espinas de los cactus.
¿Por qué este horrible cansancio de las casas, este dolor de las paredes, opresión de los techos, odio a las puertas y cocinas?
Rabiando estoy de esguinces, fisuras por las tibias y las rodillas. ¡Pronto! Lejos de sábanas, almohadillas y colchones: ¡no puedo más! ¡Que: venga un tiro en mitad de la noche y me estampe contra la barrera.' ¡O que me lleven a comer amapolas al campo! ¡Libertad!
Nubes verdes de hierbas, habitaciones de jardines, espacios de hélices de aviones o colchas de tomillos y cantuesos. La más mínima flor que se abre. Debajo de ellas está la noche. Adiós.
i,Ay, ay, ay! Aquí debiera lamentar, con exclamaciones esquilianas, lo que me acaba de pasar, porque yo, ahora, todavía, vuelvo a tener la pierna rota, y ando cojeteando, verdaderamente muy mal, sobre una horrible muleta, que falló y me ha hecho caer la otra mañana, al querer conectar el cable de una radio. ¡Que mierda1
"Esta pierna que cruje no es la mía, / dadme pronto una pierna más moderna: / dedos con hélices, muslo con cisterna / de cielo azul para su travesía.".
La verdad es que el paraíso está en volar, en perderse algún día en no se sabe dónde o en aquel sin fin trompeteril y prodigioso del Juicio Final, cuando aparezcan todos los cojos y se disputen sus muletas, zurcidos en la euforia del Eterno, dirigiendo la orquesta del último gran Juicio:
" ¡Ven imaginación! ¡Ven fantasía! / Llevadme a los infiernos esta pierna. / ¡Aire y con sol! Una corriente alterna / que me devuelva aquella que tenía".
Pero creo presentir que "el día de la gloria ya ha arribado" y va a nacer la paz gloriosa del universo, casa sin muros, en la que se oye cantar a un poeta nocturno, contemplando cómo del dedo del corazón del pie izquierdo le brota un rojo clavel victorioso, invulnerable a todo accidente.
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