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Un proceso que tuvo al país en vilo

Treinta días de proceso han tenido al país en vilo. En la madrugada del pasado domingo, siete condenas a muerte, cinco de ellas en rebeldía, fue el fallo del tribunal que procesó a 90 integristas tunecinos, miembros del Movimiento de la Tendencia Islámica, acusados de sedición y de actividades terroristas. Otros 14 acusados fueron absueltos.Durante el curso del proceso, una condena severa -el fiscal pedía la pena de muerte para los 90 integristas- era considerada de forma generalizada como un error. "La violencia de Estado genera contra violencia", aseguraba Ahmed Najib, abogado de Rachid Ganuchi, el emir del Movimiento de la Tendencia Islámica.

El anuncio de la sentencia -siete condenas de muerte, dos a trabajos forzados a perpetuidad y entre 20 y 2 años de prisión para el resto- ha calmado a la opinión pública, si bien de los condenados a la pena capital sólo dos se encuentran en estado de arresto: el fabricante de las bombas de Susa y Monastir y el autor de un ataque con ácido sulfúrico. "Lo irreparable ha sido evitado", aseguraba posteriormente Ahmed Mestiri, y la sentencia sólo ha sido severa con personas con acciones probadas de terrorismo.

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Si el desafío integrista ha provocado que el Gobierno se tome más en serio el asunto religioso y revise la situación interior, tras comprobar que el descontento social se mantiene en el país y es capaz de manifestarse a través de cualquier canal -con religión o sin ella-, el MTI ha encontrado en la democracia, en los líderes de los pequeños partidos de oposición tunecina, a los que antes combatía su principal apoyo interior y exterior.

En Túnez preocupa, no obstante, qué signo va ha adoptar en adelante el integrismo (tres de sus principales líderes condenados a muerte en rebeldía se encuentran en paradero desconocido), y si, tras esta reflexión que le ha supuesto el proceso, van a primar los valores democráticos expresados por Ganuchi y sus hombres en su defensa de la pena de muerte o el proyecto totalitario que antes pretendían.

Lo cierto es que toda una incógnita se extiende sobre este pequeño país norteafricano, en donde sólo manda un anciano de 84 años y en donde ha comenzado una carrera hacia el poder en la que se mezclan proyectos opuestos y ambiciones personales.

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