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Túnez desempolva el Corán

El integrismo islámico, minoritario pero organizado, ha llegado a zarandear el régimen de Burguiba .

Hace unos años, Habib Burguiba, presidente de Túnez, desafió a su propia religión ingiriendo en pleno Ramadán un vaso de agua. Burguiba rompía el ayuno porque entendía que el Ramadán llevaba cada año al país a una crisis, con un rendimiento laboral mínimo, una producción en descenso y una Administración prácticamente paralizada. Aquel vaso de agua le está costando, todavía hoy, demasiado caro al presidente de Túnez, de 84 años. El extremismo religioso, minoritario pero organizado, ha llegado a zarandear al régimen. Y éste, hasta ahora el más laico de los países árabes, ha tenido forzosamente que rescatar y desempolvar el Corán de las bibliotecas oficiales y hacer de él la guía espiritual del sistema.Las principales obras de Túnez capital son nuevas mezquitas (en 1960, el país disponía de 810, y ahora se contabilizan 2.450), y desde el último Ramadán, el pasado abril, un consejo islámico dinamiza "la vida religiosa, sana y progresista del país" algo hasta esa fecha inexistente.

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Un proceso que tuvo al país en vilo

El Ministerio del Interior, bajo la dirección del general Zine El Abidín Ben Alí, un hombre joven que el pasado viernes fue promocionado al cargo de primer ministro y secretario general del partido Socialista Desturiano y que ha hecho su carrera militar en los servicios secretos y que cuenta con el apoyo de Estados Unidos, tiene competencias en política religiosa. Semanas atrás, Ben Alí nombró a Sadok Belhai, un teólogo que ha sido profesor de educación cívica en la academia militar, director de los Asuntos de Culto del Ministerio, una especie de comisario político para controlar las mezquitas.

El hombre que ha provocado indirectamente y sin quererlo este cambio oficial hacia lo religioso tiene 48 años y es profesor de Filosofía de segunda enseñanza. Se trata de Rachid Ganuchi, el emir del Movimiento de la Tendencia Islámica (MTI), recientemente condenado a trabajos forzados a perpetuidad en un proceso en el que se han anunciado al mismo tiempo siete condenas a muerte. El régimen, con una escandalosa campaña oficial de prensa contra el integrismo, al que se vincula a Irán y al ayatolá Jomeini, pese a que iraníes y tunecinos son de diferente confesión islámica -shiíes y suníes, respectivamente-, ha hecho popular a Ganuchi. Ahora su nombre circula de mezquita en mezquita, en los centros obreros y en las fábricas, en la Administración y en la calle. Hachemi Zemal, presidente del tribunal que juzgó recientemente a 90 integristas, repitió su nombre más de 100 veces durante las sesiones, y entre la clase popular tunecina primó más la satisfacción al comprobar que Ganuchi ha escapado de la pena capital que el dolor por las siete condenas a muerte, dos de las cuales pueden ser ejecutadas inminentemente.

El integrismo en Túnez, un país aparentemente más supersticioso que religioso, nació de la mano del Gobierno. Túnez, pese a que su Constitución permite el pluralismo, está construido políticamente sobre la base de una sola organización, el Partido Socialista Desturiano (PSD), y sobre la figura de un líder carismático, Habib Burguiba, que es su presidente y fundador. La oposición prácticamente está reducida a cinco pequeños partidos, entre ellos el comunista, sobre los que se ejerce un severo y rígido control desde este Estado / Gobierno que, en la mayoría de las ocasiones, termina con el arresto o el encarcelamiento de sus líderes y militantes.

El burguibismo -que es una forma de llamar al programa político del PDS desde 1956, año de la independencia- mantiene y defiende la exclusividad del sistema. La izquierda (comunistas, socialdemócratas y nacionalistas árabes) tiene poco que hacer en el país.

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A mediados de los setenta, ante dos grandes procesos de la izquierda (303 acusados), el Gobierno encuentra en los islamistas un aliado natural para impedir el avance de cualquier otro proyecto político que pueda ensombrecer al partido oficial. Mohamed Sayagh, hoy ministro y entonces director del PSI), y Abdelfatah Moro, número dos del MTI y actualmente refugiado en Arabia Saudí, suscriben un acuerdo secreto para combatir el avance del comunismo. Años después, el entonces primer ministro, Mohamed Mzali, ahora exiliado en Irlanda, apoya al movimiento integrista también con un objetivo similar: contrarrestar la disidencia sindical que encabeza el viejo león de la Unión General de Trabajadores Tunecinos (UGTT), Habib Achur.

El contacto con la izquierda

Los integristas empiezan a organizarse en 1970 con la creación de una asociación restringida de defensa y difusión del Corán. El contacto autoriza publicaciones -entre ellas Al Maarifa (El Conocimiento)- y, en suma, les tolera. En aquellos tiempos nadie llegaba a la conclusión de que una organización eminentemente religiosa, tal como se declaraban en un principio, pudiera suponer un peligro para el sistema. Al contrario, atraería hacia sí espiritualmente a la juventud y la alejaría de cualquier tentación de contacto con la izquierda.

El país, sin embargo, entró en crisis económica y los salarios permanecieron congelados. En enero de 1984, una imprevista subida del precio del pan llenó de cadáveres las calles de Túnez. Los muertos fueron 94, según la Liga Tunecina de Derechos del Hombre; otras 248 personas fueron condenadas a 2. 100 años de prisión y trabajos forzados, y a 10 supuestos cabecillas de los alborotadores les fueron comunicadas condenas a muerte, sentencia que conmutó en el último momento el presidente Burguiba. La crisis económica y social, que trajo consigo una caída en picado del dinar (moneda local); el descontento popular, y una población juvenil en gran parte desempleada -en 1984, de los siete millones de tunecinos, el 40% era menor de 15 años-, además de un discurso político oficial que, pese al tiempo transcurrido, sigue abrazado al mensaje de independencia, convierten a las mezquitas en centros donde se puede manifestar la protesta social libre del acoso de la policía. Ahí están Ganuchi y sus hombres.

Las mezquitas comienzan a convertirse en foros de discusión, y el NITI, introducido al mismo tiempo en la Universidad y en los barrios populares, se disocia del Gobierno y empieza a organizarse como una verdadera fuerza de oposición popular. Algunas embajadas extranjeras en Túnez, como las de Estados Unidos y Francia, atraídas por la curiosidad que despierta este nuevo movimiento que sigue tolerado por el Gobierno, invita a sus líderes, como es el caso del filósofo Ganuchi y del abogado Moro, este último consejero de la Conferencia Islámica, a recepciones y encuentros.

Burguiba, mientras tanto, se va deshaciendo, por etapas, de sus delfines y allegados, de manera que en Túnez un hombre fuerte dura poco tiempo: lo que quiera el presidente. En la etapa más reciente, cuando todo el mundo habla de intrigas palaciegas, el primero en caer es su propio hijo, Habib Burguiba; luego, Mohamed Mzali, considerado como su sustituto, luego le tocó el tumo, el pasado viernes a Rachid Sfar. Su propia propia esposa, Wasila Ben Amor, cayó también en desgracia y se divorció de ella el año pasado.

Con Ben Alí comienza la caída del MTI. Túnez, en los últimos tiempos, siempre ha tenido un pretexto para distraer de una forma u otra la atención de la opinión pública. Primero fue la crisis con Libia y el coronel Muanimar el Gaddafi; rotas las relaciones, Gaddafi fue calificado en Prensa como esquizofréni-co y terrorista. Ahora, dos años después, cuando las relaciones parecen que se restablecen y Trípoli está dispuesto a saldar su deuda con los trabajadores tunecinas expulsados en 1985, Gaddafi es de nuevo "el guía de la revolución de la Libia hermana".

Tras Gaddafi, el enemigo número uno de Túnez fue el ex primer ministro Mzali, destituido hace poco más de un año y que tuvo que escapar del país disfrazado, y ya más recientemente el ayatolá Jomeini, con cuyo régimen Burguiba rompió relaciones en los primeros meses del año por que consideraba que se encuentra detrás del MTI, una organización que el poder presentaba como fanática y cuyo objetivo último es la llegada al poder por la violencia para instaurar un régimen totalitario y teocrático.

El MTI, decapitado en marzo último, había evolucionado demasiado en tan corto tiempo. Algunos militantes comienzan a molestar a los turistas en pleno Ramadán. Otros amenazan anónimamente a los hoteles porque consideran que el turismo -uno de los principales recursos de Túnez y que en verano emplea directa o indirectamente a 800.000 personas- "es un fácil contagio de la degradada sociedad occidental", y surge la violencia a medo de agresiones con ácido: primero contra las mujeres, para cambiarles sus hábitos occidentales por el clásico chador, y después contra políticos, magistrado; y ciudadanos que se oponen ,a seguir sus consignas.

La práctica del terrorismo

La oposición política ve en Ganuchi -un hombre que se confiesa pacífico y demócrata- a un líder al que se le escapan algunos sectores del partido, ya imbuidos en la práctica del terrorismo. El Gobierno no hace esta diferencia, piensa que es falso que dentro de la organización existan halcones y palomas, y sitúa la violencia como una estrategia secreta de la organización.

Túnez se convierte oficialmente en una guerra sin cuartel contra el terrorismo integrista. Burguiba crea milicias del partido para cooperar con la policía en el, terreno informativo, se prohíbe el chador en los centros oficiales y se pone en marcha la justicia. Dos frases atribuidas al anciano presidente confirmaban el estado de alerta del poder político "Los exterminaré a todos", le dijo al príncipe heredero marroquí, Sidi Mohamed, el 3 de agosto último, día de su cumpleaños, y 'erradicar el veneno integrista será el último servicio que rendiré a Túnez", comentó días después a sus colaboradores.

Hoy hay conciencia entre la clase política de que la amalgama en la que ha consistido el poder de Burguiba desde 1956 -el intento de instaurar un régimen democrático de corte occidental y la práctica de una política personalista y autocrática- tendrá que inclinarse forzosamente por una u otra a su muerte.

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