Al este del edén
La minoría hispana constituye el 40% de la población de Los Ángeles
ENVIADA ESPECIAL En Los Ángeles, todo el mundo está metido en un coche, yendo por una freeway a alguna parte. Es una ciudad hecha para el movimiento, para el cambio. Nadie se detiene, nada permanece. ¿Quién sabe de alguien que haya trabajado más de cinco años en un mismo empleo, que haya vivido más de 10 en una misma casa? Aquí, un novio eterno te dura cuatro meses. Lo perdurable es signo de decadencia. No hay niños ni viejos, seguramente para no tener que pensar en lo corta que es la vida. Los niños sólo salen en la televisión, y en cuanto a los viejos, van por ahí con tal cantidad de arreglo que cualquiera de ellos puede llegar un día de éstos a presidente.
Es un universo mutante, un cúmulo de decorados superpuestos en donde todos los días se rueda una producción gigantesca en la que, hasta ahora, los hispanos -sean descendientes de mexicanos, es decir, chicanos; o sean inmigrantes recientes, de México o de Centroamérica- han representado el papel de extras. Pero cuando una minoría racial constituye el 40% de la población -cuatro millones entre diez- y su crecimiento demográfico es seis veces y media superior al de la comunidad dominante, puede ocurrir que la ciudad cambie realmente. Puede ocurrir que algo, verdaderamente, se mueva.Sin embargo, esto es aún Los Ángeles. Un lugar en el que domina el hombre blanco y en el que el éxito, ese fantasma que todos persiguen, está en el Oeste y en el Norte, en donde vive el dinero y proliferan los edificios de oficinas, desde donde las grandes compañías de cine, televisión y discos extienden sus poderosos tentáculos. Bastante más lejos -mucho más lejos en la realidad que en kilómetros- está el East Los Ángeles, con sus barrios hispanos al 50% y hasta el 100%, con su vida como de otra parte.
La línea que divide el Este del Oeste de Los Ángeles no ha sido trazada, pero hasta un bebé podría distinguirla. Cambia de un bloque a otro; o basta con cruzar la acera en Spring St. La revalorización del suelo está estimulando la construcción y expulsando a los habitantes de la zona límite -los más pobres- hacia el interior de los barrios. Aunque, todavía, arracimada en la invisible frontera, pulula una multitud por las calles, arrastrando cada cual los signos de identidad de su miseria. También hay bazares, muchos, y gentes que compran. Hay almacenes que venden a mayoreo y menudeo ropas, abalorios, artículos caseros y todo tipo de objetos adquiridos a bajo precio al otro lado de la frontera mexicana, en Tijuana.
El estilo babilónico, por el momento, aparece en las rancias, magníficas arquitecturas que malamente sobreviven de los buenos tiempos de Hollywood. En Broadway Av. -seguimos en la orilla oeste del East Los Ángeles hispano-, una admirable construcción de mármol verde, llena de mugre, se codea con otros edificios no menos imponentes que cuentan el esplendor de ayer. Por no hablar del Arcade Building, en cuyo vientre han instalado los hispanos una galería de cachivaches.
Hablan castellano
Un paisaje y un paisanaje, en el Broadway, camino de Pershing Square, digno de Blade Runner, pero que no constituye un retrato total ni enteramente ajustado de la presencia hispana en esta ciudad. Hay que adentrarse más en el East L. A., ir hacia Brooklyn Av. esquina Chicago Street y andar despacio hasta Evergren. Aquí hablan castellano los abuelos, los padres y, en parte, la tercera generación, mucho más propensa al inglés. No obstante, pese a la ley que hace un ano declaró el inglés única lengua oficial del Estado de California, no han podido ponerse puertas al campo, y el castellano está vivo, conservado con fiera inocencia por las mujeres que llevan vida. casera, crían a los niños y charlan con las vecinas, como si no hubieran salido de su tierra, de los culebrones lacrimógenos que se emiten sin parar por las dos cadenas hispanas de televisión. Por otra parte, ¿quién va a dejar de dirigirse en castellano a gente que forma el 40% de la clientela?.
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