Camino de ninguna parte
No es cuestión de antinorteamericanismo ni de que le encasillen a uno en línea prosoviética, pero el tema Nicaragua es algo deprimente para cualquier ser que piense con un poco de ecuanimidad. Claro que eso de la ecuanimidad es una cosa mucho más difícil de lo que debía ser.Derechas e izquierdas, franquistas o antifranquistas (aún a tantos años del final de la dictadura y la muerte del dictador), lectores del Abc o de EL PAÍS, amantes más o menos encubiertos de Pinochet o que claman por la libertad de Nicaragua para decidir su destino, en fin, Vargas Llosa o Benedetti, nos muestran una manera de pensar, una manera de concebir la vida diametralmente opuesta, irreconciliable.
Un mundo conducido por las agencias de noticias, mal orientado por intelectuales a sueldo, se forma y conforma en estados de opinión, en gente que opina con el más absoluto desprecio a razonar y adentrarse en principios y consecuencias elementales, a veces tan claros, tan diáfanos, que no puede oscurecerlos ese desvirtuar temas en que son maestros algunos llamados medios de comunicación.
Un país pequeño, pobre, sin importancia geográfica en eso de las zonas de influencia, camino de ninguna parte, acapara hace años de una manera constante la atención política.
Son muchos los meses y días en que se despierta uno con las minas que cercan a este país sin guerra declarada, o que el Tribunal de La Haya considera injustamente atacado, o donde un guerrillero resentido recibe vil moneda a cuenta de traición y un obispo se enfrenta con todos los principios cristianos que defendió hasta la muerte monseñor óscar Romero en El Salvador, o unos abogados o sesudos señores malcriados desde Norteamérica dicen representar la voz del pueblo con los últimos residuos de la salvaje guardia somocista derrotada o al mando de mercenarios pagados. Naciones limítrofes se transforman en bases militares de enfrentamiento y se entrega del erario público de los norteamericanos millones de dólares en armas que se votaron para medicinas.
En Estados Unidos de Norteamérica toma un carácter sensacionalista la denuncia ante tribunales de justicia de las injusticias descaradas de Reagan con Nicaragua. ¿Será de verdad tan peligroso este pequeño país? ¿Será ese desesperado coronel Ortega y su Gobierno de jesuitas y sacerdotes amantes de los pobres una especie de aborto del infierno que quiere precipitamos a una catástrofe militar?
Cuba y Nicaragua
Los espacios anteriormente ocupados por Cuba en el primer plano del panorama internacional desde ese mundo que habla nuestro idioma y que descubrimos hace 500 años los ocupa ahora Nicaragua.
Quizá el Che Guevara fue el primer gobernante que Norteamérica no pudo comprar. Lo que de cambio revolucionario supuso el hecho era peligroso sostenía contagio. El primer contagio ha sido Nicaragua. Como en el principio de Fidel y de Cuba, esta pequeña nación, llevada muy hábilmente a posiciones de aislamiento y de posibles invasiones, puede verse obligada a recorrer los mismos caminos.
Nadie habló de la falta de democracia en la Nicaragua como cortijo personal del clan Somoza. Ahora, cuando los jóvenes nicaragüenses, casi niños, tienen que llevar un fusil para defender su suelo, en vez de libros para aprender a leer, cuando medidas sociales sustituyen no a jornales insuficientes, sino al huevo de más por el hijo de más, se habla un día y otro y hasta se plasma en documentos que firman jefes de Gobierno de la necesaria democratización en este pequeño país precipitado a todas las consecuencias trágicas -de la guerra por estos amantes de la paz. Una paz que uno supone el precio de una nueva sumisión.
Precio tan elevado que, pese al bajísimo nivel de vida en algunos de estos pueblos cercados por la miseria, no da de sí, no para pagar el principio, sino los intereses de su deuda con EE UU. Cosas del capitalismo en general algo inhumano... el pobre. Puede que la cosa no sea siempre así; en Nicaragua es así de clara, y ese cacareado amor por la democracia cuando se habla de ella, un cuento, no precisamente de hadas.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.