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Irán, programado para estallar

Las dificultades, tanto internas como externas, que padece el régimen iraní no conducirán hacia la moderación a un Gobierno posjomeinista, indica el autor. Por el contrario, llevarán a una radicalización, basada en la propia involución revolucionaria, que desembocará en una dictadura de carácter militarista o civil cuando ya resulte imposible el actual sistema de reinterpretación y control de la protesta de los pobres.

Una revolución, como bien lo indica la palabra misma, es un proceso circular. La ruptura violenta con el antiguo régimen supone una movilización voluntarista ajena a cualquier adaptación a limitaciones económicas o arreglos con fuerzas moderadas, movilización que se identifica a una vanguardia que, frente a dificultades crecientes -y en especial a amenazas extranjeras o a riesgos de guerra civil-, se concentra y radicaliza hasta llegar a una dictadura o a un poder absoluto. Más allá de las diferencias profundas que separan la, Revolución Francesa de la soviética, de la mexicana y hoy de la revolución iraní, esta involución acelerada del sistema político es un rasgo general, tal vez fundamental, del proceso revolucionario. Nunca una revolución, después de una primera fase radical, se vuelve más moderada, buscando alianzas, aceptando treguas, respetando la autonomía de criterios de la vida económica o profesional. Al contrario, ningún obstáculo puede parar la radicalización del proceso revolucionario: empieza con una ruptura, se termina con otra ruptura, la formación de otro poder absoluto, pero anti o contrarrevolucionario. Porque la concentración del poder revolucionario significa a la vez la eliminación de un número creciente de corrientes y jefes revolucionarios y un aumento de las tensiones internas en una sociedad que rechaza cualquier criterio de racionalidad instrumental. La ruptura final sucede en general cuando una nueva categoría de privilegiados quiere consolidar sus conquistas o tiene miedo de no tener la capacidad de resistir ataques externos o la radicalización, esta vez social más que política, de los desposeídos.Durante los últimos años, muchos esperaron una estabilización de la revolución iraní. Después de la eliminación de los moderados, incluso de Bani Sadr, el peso creciente de la guerra, la necesidad de reconstruir la economía y de conseguir armas empujaban, según estos observadores, la revolución iraní hacia una política más cuerda; es decir, hacia una reanudación de las relaciones económicas y políticas con Estados Unidos, el gran Satán. Rafsanyani aparecía como el jefe de la tendencia realista frente a otros, inmovilizados por su teocratismo.

Lógica revolucionaria

La crisis actual demuestra que, si bien es cierto que tales divergencias existen y aumentan, si el poder en Irán está más descompuesto hoy que unos años atrás, tan descompuesto en realidad como en la Francia de 1793, predomina, sin embargo, la lógica interna de¡ proceso revolucionario por encima de la búsqueda nacional de una negociación internacional y de la paz con. Irak. Ahora sabemos que ninguna consolidación puede parar el proceso de agudización de la crisis, las rupturas internas, los enfrentamientos externos y las luchas por el poder.

En particular, la crisis interna del país, herido por la guerra, la crisis económica, la dificultad de abastecimiento en productos de consumo popular o industriales, fomenta una movilización creciente contra los enemigos externos: no solamente contra Occidente -Estados Unidos y Francia, en particular-, sino, etapa decisiva, contra la mayoría del mundo islámico. Porque los dramáticos incidentes de La Meca sucedieron solamente después de varias demostraciones de ciertos grupos de peregrinos iraníes tratando de aprovechar la presencia de las masas musulmanas para defender la ideología religiosa y política del régimen jomeinista.

Radicalización política

El proceso actual es de radicalización política del descontento social de las categorías más pobres de Teherán. ¿Hasta qué punto, hasta qué momento seguirá siendo posible esta reinterpretación político-religiosa de la pobreza, del desempleo, de la marginalidad urbana? Cuando se vuelva imposible este sistema de reinterpretación y control de la protesta de los pobres, el poder actual será reemplazado por otro más directamente represivo. En la mayor parte de los casos conocidos, tal poder es militar, pero no lo fue en el caso soviético, y es muy probable que se necesite en Irán un control ideológico no puramente militar, porque el grado de movilización popular fue mucho más amplio que en el caso clásico de la Revolución Francesa, que desembocó en el bonapartismo.

La política francesa, que tuvo un papel importante en la última etapa del enfrentamiento del régimen iraní con Occidente, pasó bruscamente de la búsqueda de un arreglo limitado, logrando la liberación de los rehenes en Líbano, a la participación activa én una escalada considerada como inevitable.

En realidad, la política de J. B. Raymond, que fracasó tan estrepitosamente, es justa a largo plazo, porque Irán es un país demasiado importante, económica y estratégicamente, para que los países occidentales no busquen un arreglo con él y eviten su acercamiento a la Unión Soviética, a lo Indira Gandhi, durante los años posjomeinistas. Pero, a corto plazo -y los políticos siempre actúan antes de todo a corto plazo-, la radicalización interna del régimen revolucionario iraní impide tal arreglo y hace inevitable que se agudicen las crisis hasta que la muerte de Jomeini abra una nueva etapá, en la cual una política moderada, a lo J. B. Raymond, se vuelva otra vez necesaria. Hemos entrado en la fase final del proceso de involución de la revolución iraní; viviremos crisis dramáticas en las cuales no será nunca decisiva la acción de los países occidentales y cuyo desenlace será determinado solamente por la incapacidad del sistema político-religioso de controlar el descontento social. Conclusión sumamente alejada de las ilusiones de los muyahidin del pueblo, que creyeron en la capacidad de transformar el populismo fundamentalista en un régimen marxista-leninista y en una revolución social progresista. Hoy menos que nunca existe la posibilidad de integrar un fundamentalismo antioccidental con una revolución social modernizadora. Al contrario, la historia de Irán, a partir de la caída del sha, puede ser interpretada como la descomposición progresiva del mito de la revolución total, a la vez social y cultural, modernizadora y antioccidental. El fin del camino iraní es la descomposición total de tal proyecto global, y entonces, la destrucción del poder, la anarquía, contra la cual se levantará, en forma más o menos rápida y brutal, otro poder, sin metas movilizadoras, pero dedicado a luchar contra esta anarquía y a imponer la supervivencia del Estado sobre intereses económicos, crisis sociales y yihad.

Populismo revolucionario

La dramática crisis iraní es uno de los momentos más agudos de la descomposición del populismo revolucionario tercermundista, nacido en forma moderada en Bandung, rápidamente radicalizado y de manera acelerada dese stabiliz ado, salvo a veces, cuando se ha integrado en el imperio soviético. Conviene entonces actuar con mucha prudencia frente a una máquina político-ideológica que, como las máquinas infernales, eslá programada para explotar.

es profesor de Sociología en la École des Hautes Études de Paris. Autor, entre otros libros, de El postsocialismo y Sociología de la acción.

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