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Tribuna:TEMAS DE NUESTRA ÉPOCA
Tribuna
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Perú, todos a escena

En noviembre de 1986, el presidente Alan García se dirigió a un numeroso grupo de empresarios, reunidos en la localidad andina de Huaraz para la conferencia anual de ejecutivos. En esa ocasión, una vez más, les instó a colaborar con un Gobierno que a través de la expansión del mercado interno se proponía enfrentar la recesión industrial y desmontar los peligrosos detonantes de una explosiva situación social. Quizá más importante que sus palabras fue la escenografía del acto: llegó a esa localidad andina en el avión privado de quien encabezaba un reciente y poderoso grupo económico, gestado en la acumulación agraria y trasladado después a la industria y a la banca: Dionisio Romero. En Huaraz fue recibido por una multitud enfervorizada, compuesta por comerciantes, artesanos y desempleados.De esta manera, Alan García, en el Gobierno, pretendía cumplir con un lema repetido machaconamente durante su campaña electoral: ser el presidente de todos los peruanos, lo que sería una tautología en otro lugar, pero no en un país como éste, escindido, por demasiados conflictos sociales, étnicos y hasta culturales.

Enfrentado desde el inicio a la banca extranjera por el problema de la deuda externa, García quería contar con un amplio frente interno que se extendiera desde los banqueros hasta los más miserables. Este esquema había funcionado eficazmente durante la campaña electoral, donde cada uno aportó lo que tenía. Los banqueros, el dinero para la propaganda y los pobres, sus votos.

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En 1985, García terminó on el enclaustramiento de la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA), lo sacó de su tradición tercio electoral, y se convirtió en el presidente peruano que el más amplio apoyo tanto de votantes como de multitudes (en las urnas y en las plazas) en lo que va de este siglo. Todo se vio facilitado por una izquierda que no tenía un programa diferenciado y convincente, y, en el otro lado del espectro político, por una derecha de en franca retirada después de ese verdadero colapso económico que resultó de querer trasplantar a Perú las recetas liberales. La derecha política perdió el apoyo de los más poderosos.

La clase alta peruana, particularmente su vertiente financiera, ha preferido no mostrar sus cartas. Su habilidad radicaba en saber maniobrar fuera del escenario. Con frecuencia, optando por el repliegue antes que por el enfrentamiento. Por eso no podía sorprender que alguno de los grupos económicos más poderosos prefirieran al joven candidato del APRA -a pesar de su retórica socialista-, antes que la prédica desembozada del neoliberalismo, encarnada en el Partido Liberal Cristiano, afin más a la democracia cristiana alemana que a su homónima en Italia. Esta estrategia, mezcla de conciliación y seducción, se mostró exitosa en el pasado: fue gracias a ella que contuvieron los reclamos del aprismo en los años cincuenta, evitaron una explosión agraria en la década si guiente, y después pudieron sortear los años difíciles de las reformas emprendidas por Velasco (1968-1974).

Un requisito de estos movimientos envolventes fue el anonimato. Evitar eso que había tentado tanto a la vieja oligarquía, es decir, la exhibición pública.

Pasar inadvertidos. Mantener la ilusoria separación entre la esfera económica y el mundo de la política. Hay que reconocer que tuvieron éxito. Les ayudó el mismo discurso de izquierda que atribuía todos los males y miserias del país al imperialismo y la dependencia. Por eso, tampoco los perturbó demasiado la campaña de García contra la deuda externa: quienes se beneficiaban de la miseria estaban lejos, en la sede de los grandes bancos, en Nueva York o en París.

En 1985 se había esfumado la imagen de la clase alta peruana. Durante muchos años se habló de 10 o 15 familias. Parecía que las reformas de Velasco terminaron con ellas sin ser constituidas. Desde la perspectiva de algunos críticos de izquierda, Perú era un país sin burguesía. Uno de ellos se sintió obligado a escribir un largo texto para lamentar la carencia de tal clase dirigente.

El 28 de julio [fecha del anuncio de la nacionalización], en su discurso anual ante el Congreso de la República, Alan García no sólo echó por la borda el amplio frente que había estructurado al inicio de su Administración, sino que además despegó esa suerte de niebla -como la de Lima en invierno- que cubría y desdibujaba la clase alta peruana.

Aunque el Gobierno dijo y repitió que la estatalización de la banca estaba dirigida sólo contra cuatro grupos económicos -paradójicamente beneficiados durante estos dos últimos años-, lo cierto es que extendida esa medida a las financieras y empresas de seguros, fueron algo más los grupos y familias afectados. Pero en definitiva, la niebla fue despejada por ellos mismos. Afectados o no, reaccionaron en bloque. Aparecieron en la televisión, ocuparon la primera plana de los periódicos.

La estatalización de la banca es la primera disposición de ese Gobierno que afecta de manera significativa a la clase alta y que tiende a variar la desigual estructura de ingresos existentes en el país. Pero además, ha sido presentada como un primer paso de una supuesta revolución "reclamada por todos". ¿Cuáles serían los pasos siguientes? García no lo ha dicho, pero en la incertidumbre ha reaparecido un viejo fantasma: el aprocomunismo.

Para hacerle frente, la burguesía no parece confiar en sus partidos. Ha preferido salir ella misma, sin intermediarlos. Un antecedente de todo esto se puede encontrar en la constitución de una corporación que agrupa a todos los gremios empresariales, a los grandes y medianos empresarios, a comerciantes, mineros e industriales -el CONCFIEP-, que desde el inicio estuvo en la primera línea del enfrentamiento: no piden, exigen que el Gobierno dé marcha atrás, admitiendo lo que consideran un grave error y una exhortación a cualquier demonio estatificante.

TODO O NADA

Luis Alberto Sánchez, primer vicepresidente de la República y procedente del grupo inicial de fundadores del aprismo, no comparte el imprevisto giro que Alan García ha querido dar a la política económica. Pero no ha podido ocultar su sorpresa ante la reacción de los empresarios. Él considera que hubiera sido más eficaz no pretender abolir la nacionalización, sino, evitando el todo o nada de un enfrentamiento directo, recurrir a los caminos un tanto sinuosos de la negociación para encontrar un sano término medio que hubiera contentado a todos. Sánchez no ha dicho eso ni en privado. Forma parte de los argumentos expuestos en un reciente artículo que él firma y publica en una revista opositora a Alan García. Dentro del partido del Gobierno es evidente que más de un dirigente hubiera prestado oído a la transacción.

En la salida a las calles de grupos de jóvenes de clase media -algunos, empleados de los bancos- a veces acompañados por ollas vacías y otras gritando "va a caer, va a caer", es imposible no advertir el calco de los lemas y los símbolos del Chile de hoy. Mejor dicho, del Chile de ayer: de esas multitudes que se enfrentaron a la Unidad Popular. Se habla de polarización.

Con el trasfondo de la crisis económica y insurrección armada, los banqueros parecen haber dado su cuota para esa guerra civil que algunos comienzan a avizorar en el futuro de este país. Pero el

Perú, todos a escena

Gobierno -a esta altura, casi sinónimo de García y sus inmediatos asesores quiere mantenerse desempeñando las funciones del fiel de la balanza, y evita cualquier tentación de inclinarse a la izquierda. No se ha producido ningún gesto de aproximación a Izquierda Unida. Es más, militantes de esta agrupación siguen en diversas prisiones del país, a pesar de la amnistía largamente prometida y postergada.Una posición irreductible podría tener éxito con un partido sólido y organizado, como el estereotipo decía que era el APRA. Otra entelequia que ha desaparecido en estos días.

Así como Sánchez, varios dirigentes apristas se han pronunciado en contra de la medida. Frente a ellos, están esos jóvenes que silbaron al mismo García cuando habló de un paso atrás en su enfrentamiento con la banca. El paso atrás era admitir un fallo judicial adverso al Gobierno que suspendía la intervención en los bancos. Lo comunicó García a una multitud congregada frente al palacio gubernamental. Algunos jóvenes recogieron sus banderolas y abandonaron el mitin. Días después se publicó un agresivo comunicado del Comando de Juventudes Apristas.

Ellos parecen inscribirse no en esa tradición de convivencia y negociación de sus padres, sino más bien buscan recuperar la combatividad atribuida a sus abuelos: ahora, más de uno ha recordado que el aprismo hizo la única insurrección popular en la historia reciente y que sus militantes, en los años treinta, ponían bombas, atacaban cuarteles y cometían atentandos terroristas.

Todo se ha movido en el escenario político. Un verdadero terremoto. Como sucede siempre en Lima, lo importante no es tanto la intensidad del seísmo (los grados en la escala de Mercalli), sino el miedo que después se propala por la Prensa.

Para la burguesía, ésta parece ser la ocasión de convertir sus intereses particulares en intereses nacionales: la defensa de la legalidad y la propiedad privada. Para este cometido puede ser rentable el encuentro entre los empresarios y un grupo de intelectuales comandados por Mario Vargas Llosa. Primero recogían firmas para la defensa de una supuesta libertad amenazada. Luego han convocado manifestaciones y marchas.

García ha replicado con otras manifestaciones. Pero además se ha aproximado a las fuerzas armadas. Dejó a un lado su prédica contra el armamentismo o su proyecto de unificar las tres armas para volver a ese viejo discurso patriotero que insiste en la necesidad de pertrecharse contra cualquier agresión externa.

Sobre el discurso del 28 de julio, se ha insistido en lo que dijo García, y en cambio se ha pasado por alto un tema silenciado. Cumplido un año de la matanza de los penales, y a pesar de los anuncios hechos por el mismo presidente de que se juzgaría a los culpables, no se ha hecho nada. García llegó a decir "o se van ellos o me voy yo". Ni lo uno ni lo otro. Al año, se ignora la cifra exacta de Ios muertos. La Marina ha convertido en un coto cerrado la isla del Frontón, donde estaba una de las prisiones. Ahora demolida, no quedan ni siquiera los escombros. Se habla incluso de su conversión en casino y centro turístico. Mientras tanto, los cadáveres no han sido devueltos a los familiares. El exteriminio en los penales fue exitoso. Tras este hecho subyace la amenaza totalitaria. Las omisiones en un discurso están a veces demasiado presentes: los mensajes de un presidente no tienen por qué ser una excepción.

'LÍO DE BLANCOS'

Con la ayuda de la televisión y la radio, tanto la derecha como los empresarios parecen haber copado el escenario. Izquierda Unida recién comenzará a movilizarse, lenta y trabajosamente, esta semana. Los sectores populares que protagonizaron el exitoso paro nacional en junio parecen observar sin mucho entusiasmo este lío de blancos. Pero al mirar han podido quizá descubrir otros rostros: de banqueros, como Francisco Pardo Mesones, procedente de una de esas familias de rancia oligarquía, aparentemente sin poder desde la reforma agraria de 1969; o como Wiese, quien admite que en esos mismos años donde otros se empobrecían y muchos quedaban condenados a la miseria le ha ido muy bien, y ha ganado incluso por encima de sus expectativas.

En, los inicios de esta Administración, Alan García convocó a quienes consideró los 12 grupos económicos más poderosos del país. Fueron conocidos como los doce apóstoles. Pero parece que no uno sino cuatro traicionaron al presidente. ¿Y los restantes? ¿Quiénes son? Dado el escaso número de ahorradores en el país, tal vez el problema de la banca no sea vivido de manera directa por los muy pobres. La situación puede variar si descubren que en la sombra quedan otros personajes que se enriquecieron, pero no con los ahorros y manejos financieros, sino con la venta de maquinaria y abonos para la agricultura, la producción de alimentos, el monopolio de la harina... Son los riesgos de salir a escena y ser iluminados por los reflectores. Todavía mayores cuando el actor termina saliéndose del libreto: un banquero, por ejemplo, que afirma en la televisión haber financiado la campaña del partido gobernante.

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