Del verano y la amargura
Es el estío la época del año en que pululamos sueltos de obligaciones a lo largo y ancho de esta nuestra Península. Es también época de amargura cuando comprobamos que este país sigue anclado sólidamente con cimientos de hormigón a ya viejos usos.Descubrí hace no poco tiempo que los ríos nacen, transcurren y mueren. Pero hasta ayer no supe que algunos nacen arropados, y en su tierna infancia sólo nos es dado a los ciudadanos de a pie mirarlos de lejos, no por accidente natural de imposible accesibilidad, sino por catástrofe humana. Es costumbre propia del homo (que ya no sé si sapiens) transformar la naturaleza a su medida y beneficio. Lo malo es cuando el beneficio es restringido a unos pocos afortunados. Estoy hablando del caprichoso Guadíana, que en su primera infancia toma savia de las lagunas de Ruidera. Llegué tras kilómetros de asfalto para contemplar el acto de su alimentación generosa, pero sólo pude ver un cartel que en justo castellano me advertía "Finca particular", seguido del no menos claro "Prohibido el paso". Pude continuar camino con la ilusión de encontrar más arriba, donde la naturaleza fuera menos generosa con la avaricia, las aguas maternas, pero volví a topar con el cartel una y otra vez. Llegué por fin donde refrescar mi acalorado cuerpo por un módico precio.
Descendiendo el río descubrí que ocultaba un tramo de su vida y supe por qué. Es por vergüenza.-
Madrid.
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