¿Quién manda en la Casa Blanca?
Shultz describe un mundo de "engaño, traiciones y manipulación" en torno al presidente
La Casa Blanca de Ronald Reagan era un mundo de "engaño", "traiciones", "guerrilla interna" y "manipulación", en la que un presidente bienintencionado pero incapaz de darse cuenta de lo que pasaba a su alrededor fue manipulado por asesores de segunda fila y por su gran confidente y amigo William Casey, ex director de la CIA, para llevar a cabo una política "patética" y "loca". Esta descripción de la presidencia de Reagan fue ofrecida esta semana no por la agencia soviética Tass, sino por el ecuánime y ponderado secretario de Estado norteamericano, George Shultz.
En la declaración del secretario de Estado "hay elementos de un golpe interno", ha afirmado el juicioso senador demócrata Sam Nunn. "Nos ha contado una historia en la que se ha abusado del presidente de Estados Unidos, ha sido manipulado y engañado deliberadamente y, en ocasiones, dejado al margen de importantes decisiones".Por encima de la eventual responsabilidad criminal de Oliver North o John Poindexter -los dos personajes claves del caso-, algo que el fiscal especial del Irangate, Lawrence Walsh, deberá decidir en las próximas semanas, la cuestión más importante suscitada por la investigación es: ¿quién está realmente en estos momentos al frente de la primera superpotencia?
La larga investigación ha reabierto también un debate más de fondo, la vieja batalla sobre quién conduce la política exterior, el presidente o el Congreso, y si los poderes presidenciales son exclusivos en este campo, como afirma North, o son compartidos, como establece la Constitución. Shultz ha señalado que es un problema "central" de la democracia americana, y, "aunque sé que es difícil, ese poder debe ser compartido entre el Legislativo y el Ejecutivo de una forma responsable".
Un interrogante acuciante
Pero existe un interrogante más acuciante y más fácil de resolver: ¿quién manda en la Casa Blanca? Reagan y sus asesores han suspirado satisfechos ante la ausencia de una prueba concluyente en su contra, pero el demoledor testimonio del secretario Shultz arroja una desfavorable sombra de incompetencia sobre el presidente y de incapacidad para zanjar entre las diferentes facciones de la Administración. Ronald Reagan no puede escapar de su responsabilidad.
Como le dijo el congresista Lee Hamilton a John Poindexter en el último día de su testimonio, "el presidente creó el medio ambiente en la Casa Blanca en la que usted y el coronel Oliver North operaban. Le dio amplia autoridad. Pero el presidente no puede delegar esa autoridad. Nadie puede pedirle o esperar de usted que asuma la responsabilidad por las decisiones presidenciales".
El miércoles a media mañana (hora de Washington) se producía la confirmación definitiva de que Ronald Reagan había alcanzado la orilla segura. Mijail Gorbachov anunciaba en Moscú que la URSS eliminará también los 100 misiles de alcance intermedio que pensaba mantener en Asia.
El líder de la Unión Soviética, convencido de que Ronald Reagan ya ha sobrevivido al Irangate, da luz verde a la firma de un acuerdo y a la celebración de una cumbre en Washington antes de finales de año.
Unos días antes, el contralmirante John Poindexter, ex consejero de Seguridad Nacional, aceptaba. ante el Congreso toda la responsabilidad por lo ocurrido, exonerando a Reagan, "al que no informe", dijo, "para protegerle políticamente".
El testimonio de este burócrata, que decidió que el desvío de fondos procedentes de la venta de armas a Irán para la contra nicaragüense era un simple "detalle" que el podía decidir en ejecución de una política de apoyo a los antisandinistas que el presidente apoyaba, ha resultado increíble para la mayoría de los norte americanos.
Diluida la posibilidad de la aparición de una pistola humeante que implicara al presidente y que hubiera posibilitado el regicidio, no se puede hablar ya de Watergate de Reagan.
La ultraderecha se ha lanzado ya al contraataque: "Señor presidente, usted ha ganado. Los liberales no han conseguido destrozarle. Ahora, perdone a John y a Ollie". Los americanos no quieren que Poindexter y North, que concluyeron sus testimonios afirmando que no se arrepentían de nada de lo que habían hecho y que habían actuado en defensa de los intereses nacionales norteamericanos, sean procesados penalmente y apoyan un perdón presidencial. Si son acusados, se duda que un jurado les condene, y si lo hace, nadie piensa que irán a la cárcel.
Shultz, el antihéroe, calificado de "traidor" por los reaganianos, ha acudido al rescate del presidente -que le engañó y le mantuvo deliberadamente en el secreto de la operación iraní- y del imperio de la ley.
La 'heroica' carga
Cuando todavía está caliente la heroica carga del Congreso protagonizada por el teniente coronel North -el libro de bolsillo con su testimonio completo, a seis dólares, ha vendido más de medio millón de ejemplares en cuatro días-, George Shultz se ha atrevido a poner en su sitio a los conspiradores del Consejo de Seguridad Nacional.
Por fin, un miembro de la Administración de Reagan ha reaccionado afirmando que "no creo que un fin deseable [liberar a los rehenes en Líbano o apoyar a la contra] justifique los medios de mentir, engañar y hacer cosas que están fuera del proceso constitucional".
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