La guerra del Golfo
LA REACCIÓN de la Casa Blanca al ataque de una lancha rápida iraní contra el petrolero norteamericano Peconic, que navega con bandera liberiana, sorprende por su debilidad: se califica el incidente de "desafortunado", agregando que no habrá respuesta. La sorpresa está motivada porque en estos días el presidente Reagan ha insistido en su decisión de colocar bajo bandera de EE UU a 11 petroleros kuwaitíes y de protegerles con la marina de guerra y la aviación; operación que se iniciará al parecer hacia mediados de julio.La razón aducida por la Administración Reagan para tomar esas graves medidas es que hace falta garantizar en el Golfo la libertad de navegación. Efectivamente, las dificultades para la navegación existen desde 1980, en que se inició la guerra entre Irak e Irán y, desde entonces, se han producido, numerosos ataques contra navíos de diversas naciones. Pero nunca el tráfico ha sido interrumpido, y no hay base para pensar que ello se produzca ahora. Por otra parte, la guerra del petróleo no es unilateral: cada beligerante quiere impedir que el otro exporte su petróleo y los bombardeos, iraquíes contra las terminales iraníes han sido los más numerosos.
Los iraníes quieren dificultar las salidas de crudo de Kuwait, considerado como aliado de hecho de Irak. Y, estando así las cosas, la operación norteamericana de protección a los barcos kuwaitíes está dirigida contra Irán. Dicho de otro modo: si lo que quisiera Estados Unidos fuera en verdad defender la "libertad de navegación", no sería lógico que se mostrara pasivo ante los ataques de realiza Irak, incluso siquiera cuando éste, al parecer por error, agredió a la fragata Stark norteamericana en mayo pasado.
Desde una visión más general, resalta la contradicción entre la activa participación de EE UU en las gestiones que tienen lugar actualmente en la ONU, y en otros lugares, para dar la máxima eficacia a una nueva demanda de cese el fuego entre Irán e Irak, y la operación proyectada en el Golfo. En nombre de EE UU y la URSS, dos altos funcionarios de sus ministerios de Exteriores, Richard Murphy y Vladimir Poliakov, acaban de estudiar la situación en el Golfo. EE UU ha hecho asimismo una apertura diplomática audaz al enviar a Siria su delegado en la ONU, Vernon Walters, que se ha entrevistado con el presidente Assad, uno de los pocos aliados que tiene Irán en la región. Aunque otros problemas, como el de los rehenes, están en juego, la situación en el Golfo es el centro de una intensa actividad diplomática. Es obvia la coincidencia de intereses entre la URSS, EE UU y Europa occidental en dos objetivos esenciales: que Irán no gane la guerra y que un alto el fuego permita una negociación, sobre la base de la Carta de la ONU.
El presidente Reagan ha invocado otra razón para su operación naval: cerrar el paso a la presencia de la URSS en la zona. Pero la realidad es que los soviéticos están ayudando ya a la navegación kuwaití, aunque con menos medios que EE UU. Paralelamente, la URSS ha hecho una propuesta de retirada de los barcos de guerra extranjeros del Golfo, en el marco de los esfuerzos por lograr un alto del fuego. No se entiende -como han subrayado comentaristas norteamericanos- qué utilidad tiene acentuar ahora la nota antisoviética en la política de EE UU en el Golfo, cuando está en marcha una gestión conjunta en la ONU. Lejos de asegurar la "libertad de navegación ¿no tendrá la iniciativa de Reagan el efecto de cerrar vías de solución que la propia diplomacia de EE UU se esfuerza, por abrir? La conclusión de todo esto es preocupante: Reagan desea llevar a cabo la aventurada operación del Golfo para realzar con ello su prestigio. Confía en que una vez la flota en acción se producirá una reacción de apoyo patriótico. Cálculo arriesgado. Muchos congresistas hablan de "provocación", de "nuevo Vietnam", y alertan sobre la amenaza de que EE UU acabe envuelto en verdaderas hostilidades. El reciente ataque de la lancha iraní subraya este peligro y grupos en Teherán anuncian la utilización de "lanchas suicidas". Dentro del conglomerado de fuerzas que detenta el poder en Irán, cruzado por ideas dispares, ¿tiene interés EE UU en regalar argumentos a las más agresivas? La nueva acción hacia Irán puede dar a Reagan frutos tan amargos como la anterior. O quizá más.
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