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FESTIVAL DE CINE DE MOSCÚ

La apertura cinematográfica soviética comienza a pasar de las palabras a los hechos

A pesar de que las primeras jornadas de esta decimoquinta edición del festival moscovita no han aportado todavía ninguna película importante y de que es fácil percibir que existe una colisión entre la nueva mentalidad impulsada por la política de cambio y la vieja estructura de la organización del festival, que no ha sido adaptada aún a esa nueva mentalidad, los síntomas de aperturismo son visibles. El aparato del festival carece de agilidad, discurre sobre un modelo organizativo poco eficaz y que dificulta la información. Tal es el lastre del pasado. Pero dentro de este mecanismo se perciben ya contenidos innovadores innegables. Los síntomas de apertura comienzan de esta manera a pasar de las palabras a los hechos.

En lo que a películas se refiere, las primeras jornadas del festival han transcurrido sin pena ni gloria. La mayor parte de las obras presentadas hasta ahora en la sección oficial competitiva son de segundo e incluso de tercer orden, y en el Panorama, la más concurrida de las varias secciones informativas, la mayor parte de las películas procedentes de Occidente están ya fuera de urgencias informativas, pues su estreno se produjo en los países de origen hace casi un año, como es el caso de La misión o de las españolas La mitad del cielo y Werther.Las películas que más interés han despertado en la competición son, hasta el momento, la australiana Canguro, de Tim Burstall; la mexicana Lo que importa es vivir, de Luis Alcoriza, y la sueca El camino de la serpiente, de Bo Wideberg. Otras películas parcialmente estimables son la austriaca Schmutz, de Paulus Manker, y la cubana Un hombre de éxito, de Humberto Solas. Pero se trata de un tipo de películas -junto a las antes citadas- de difícil colocación en los almacenes de los distribuidores españoles y multinacionales, por lo que la posibilidad de exhibirlas en nuestras pantallas es muy remota, por no decir quimérica.

Los filmes, en teoría, de mayor interés de la sección oficial están reservados para la segunda mitad del festival. De ahí que, tanto los invitados como el público moscovita busquen insistentemente las salas donde se proyectan las películas fuera de competición. La mayor expectación rodeó a La misión, avalada por la presencia de Robert de Niro, presidente del jurado internacional, y a Crónica de una muerte anunciada, apoyada por la presencia en Moscú del autor de la novela, Gabriel García Márquez. Ambos filmes defraudaron.

Acogida entusiasta

Por su parte, Ojos negros, que fue presentada ayer por su protagonista, Marcello Mastroniani, y por su director, el cineasta soviético Nikita Mijalkov, obtuvo en cambio una acogida entusiasta. Esta magistral película, cuyo título fue injustamente olvidado en la lista de premios del pasado festival de Cannes, es una obra eminentemente soviética, aunque su producción sea italiana, y esto ha contribuido aquí a aumentar el de por sí presumible calor de la acogida.Los aspectos de esta edición del festival moscovita que más llaman la atención son dos, y a ambos hay que buscarlos fuera de la pantalla de la sala del hotel Rossia -un feo bunker de cemento que rompe la armonía de uno de los paisajes urbanos más bellos del mundo-, donde tienen lugar las proyecciones de la competición oficial y del Panorama.

El primer aspecto es la exhibición pública de películas soviéticas hasta ahora prohibidas, y que la política de apertura cinematográfica sancionada en noviembre de 1986 por el congreso de la Unión de Cineastas Soviéticos ha permitido rescatar y exhibir. A estas películas hay que añadir la recientísima producción del cine soviético, que contiene películas que ofrecen una innegable y en algunos casos incluso audaz sintomatología liberalizadora.

El segundo aspecto notable es la modificación de los hasta ahora inconmovibles criterios selectivos del festival de Moscú. Si en ediciones precedentes dominaba aquí la idea exclusiva de barrer hacia adentro -hasta el punto de que el interés informativo hacia este festival era mínimo en los países occidentales-, ahora la situación parece estar cambiando, tanto por la mayor y mejor cuidada presencia del cine occidental como por la permeabilización del mercado soviético de películas hacia la producción cinematográfica extranjera.

Hay un conjunto de indicios que apuntan hacia la idea de que los soviéticos se disponen a comprar y comercializar en su país -donde el consumo de cine adquiere proporciones enormes, hasta el punto de que aquí sólo se considera una película de éxito a aquella que supera los 20 e incluso los 30 millones de espectadores- muchas más películas de Occidente, en especial norteamericanas. Esto explica que la revista Variety, órgano de los cerrados intereses gremiales del cine en Estados Unidos, haya dedicado su último número casi enteramente al cine soviético y al festival de Moscú.

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