El año de la 'puñalá' barriobajera
ENVIADO ESPECIAL Estocada en las mismísimas péndolas era, al lado de donde y como matan ahora los diestros, el famoso "rincón de Ordóñez" que les llevaba los demonios al maestro Cañabate, al ínclito Juanito el de la andanada de Las Ventas y a otros críticos y aficionados conspicuos de épocas pasadas. Pasadas y mejores: en toreo, mejores. Estamos en el año de la puñalá barriobajera, y la torería actual la practica con tanta asiduidad y descaro, que puede haber pasado a constituir una suerte nueva y definitiva.
La fiesta evoluciona de siniestra guisa. Ningún peón torea a una mano: suerte perdida ya para siempre. Casi ningún picador tira la puya al morrillo, donde debe, sino a los espinazos traseros y ayer hubo uno que además apalancaba fierro cargando su corpachón sobre la vara, de manera que el animalote agredido quería irse de la plaza, a buscar a la guardia civil, y si no lo hizo fue porque no conocía Pamplona y no sabía dónde queda el cuartelillo. Al animalote agredido, la sangre, que le manaba en surtidor por la sima de la herida, le discurría en varias bandas, hacia la penca del rabo, hacia las bragas, hacia el mano, hacia el carné de identidá.
Cebada / Niño de la Capea, Robles, Oliva
Toros de Cebada Gago, grandes y deslucidos. Niño de la Capea: tres pinchazos bajos, otro hondo atravesado y dos descabellos (bronca); estocada caída (bronca). Julio Robles: bajonazo y dos descabellos (ovación y salida al tercio); dos pinchazos bajos y otro hondo atravesado bajo (silencio). Emilio Oliva: media atravesada muy trasera y baja, el peón Ordóñez ahonda el estoque, y descabello (bronca); cuatro pinchazos bajos y bajonazo descarado (silencio). El peón Fernando Martín sufrió una cornada de 15 centímetros en un muslo, de pronostico menos grave. Plaza de Pamplona, 9 de julio. Cuarta corrida de feria.
Trasteo muleteril
En banderillas se lucieron Cervantes, Chicorro y Leopoldo López. Fueron los únicos lúcidos de la tarde. Fernando Martín tuvo la mala fortuna de caerse ante la cara del tercer toro y sufrió una cornada. Los maestros exhibieron, luego, distintas versiones de trasteo muleteril: desvaído, si lo instrumentaba Julio Robles; bailarín, si Emilio Oliva; desastrado y ancestral, sí Niño de la Capea.
Cierto que la corrida resultó poco brava, venida abajo en el último tercio, pero no tanto que hubiera de poner en evidencia la incapacidad técnica y anímica de los espadas para resolver el problema.
Dos encastadas embestidas del primer toro -por tanto, fuertes y serias- descompusieron al Niño de la Capea quien, haciendo honor a su apodo, trapaceó a la desbandada, sufrió dos desarmes y tiró de puñalás echándose fuera. Al cuarto, cobardón e incierto, no lo quiso ni ver.
Julio Robles, más preparado y decoroso, no consiguió acoplarse en los muchos derechazos y naturales que le dio a un toro manejable de poca clase y le anduvo por la cara a otro gigantón, reservón y sospechosísimamente cornicorto y romo. Emilio Oliva se desconfió totalmente ante la catadura probona del tercero, que por añadidura tenía medía arrancada, y, con el aceptable sexto bailé mucho.
Escenificado lo de muletear, asumieron como un solo hombre lo de puñalear. Mandobles para todos los gustos pegaron los tres diestros del cartel, venga de punzar los bajos, allá que te va el acero junto al costillar, bajonazo que te crió. Cierto que no llegaron al metisaca lateral de José Antonio Campuzano el día anterior, pero le anduvieron cerca. Sale hogaño Antonio Ordóñez, estoquea en el rincón, y se convierte en el rey de espadas. Así de aseado va el año taurino.
Babelia
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