Argentina, hombres mirando al Sur
"Parecido al cuartel de la Montaña". Qué. Sí, lo que ocurrió en la Semana Santa caliente frente a la puerta dos bis: los vecinos de una de las barriadas más populares de los suburbios de Buenos Aires, acompañados de sus hijos, insultaban a los oficiales sublevados en Campo de Mayo al mando del teniente coronel Rico: "¡Estamos hartos de ustedes!", les gritaban, apoyándose sobre la alambrada de esa especie de latifundio castrense. "¡Se hacen los locos porque tienen las armas! ¡Dejen la pistola y salgan a la calle a pelear mano a mano!", mientras los moderados (siempre hubo moderados en situaciones así, frente a la Bastilla o en los alrededores del palacio de Invierno) trataban de calmar a los más vehementes.El balance de un enfrentamiento posible entre los sectores civiles populares y la derecha musculosa del Ejército lo enunció el mismo Alfonsín: "Guerra civil", dijo, e inmediatamente aludió al conjuro: "Evitemos la libanización".
Pero los días corrieron, 15 apenas, y el 25 de mayo, fecha casi dominical y patriótica, la noticia de entonación catastrófica que aparece en los periódicos se sitúa en el otro extremo del abanico de acelerados inquietantes acontecimientos que se están produciendo a orillas del río de la Plata: el juez Irurzún, de acuerdo a la denuncia encabezada por Horario Verbitsky y otros periodistas de izquierda, ordenó a cinco diarios de la capital federal que no publicaran una solicitud a favor del general Videla, avalada por más de 4.000 firmas de notables y que ponía en escena su solidaridad con el ex dictador. La copiosa solicitud, de manera alarmante, culminaba con una petición de amnistía.
Los cinco periódicos -desde La Nación, católico y liberal, y Clarín, modernista y empresarial, pasando por Crónica, de craso populismo, y La Prensa, altivamente conservadora y al borde de la afonía, hasta llegar a Ámbito Financiero (definido por sus nostalgias castrenses y, como obviamente su nombre indica, por sus nexos con los medios financieros brotados entre 1976 y 1983)- han acatado la decisión judicial. Sus reservas o su malestar se exhiben a través de rezongos, elegías, comentarios insidiosos o explícitas apelaciones a la libertad de prensa.
Entonces, el espectro argentino actual: a partir de los insultos populares frente a los cuarteles de Campo de Mayo, el Domingo de Ramos, hasta recalar en esta agresiva solicitud a favor de Videla el 25 de mayo. Dos ademanes contrapuestos, diría; quizá dos talantes presumiblemente antagónicos: desordenada explosión popular pertinente, densa y azucarada réplica señorial.
La política argentina exhibe así un maniqueísmo de comédie larmoyante. Aunque, se sabe, los componentes del melodrama y los de la tragedia son los mismos; la diferencia apenas si resulta, a veces, un pequeño ajuste en el diapasón.
Sobre todo que entre la irritación popular y las premeditaciones de la derecha se abre el espectro de los matices, grisados y equilibrios inestables. Una franja más sofisticada quizá que se define por esa ecuación que suele enunciar a más be sobre dos; andarivel del eclecticismo y, a veces, de la verdad. Digo, de la producción de verdad.
Al fin de cuentas, el medio campo, además de ser la superficie de los textos gambeteados por Maradona, parece ser el fragmento del espacio político que define Alfonsín: allí se apela a su muñeca, donde prefiere trenzar sus alianzas o, en el más tradicional estilo español, pastelear alguna de sus alternativas posibles. Va de suyo que en muchos casos a costa de su popularidad, pero siempre -quiero creer- con vistas a salvar lo más rescatable de su proyecto democrático. Línea de fuerza estratégica que, nada menos que en dirección hacia el 6 de septiembre, tiene que ponerse a prueba frente a los riesgos, especialmente dramáticos en 1987, de una elección general de diputados, senadores y gobernadores. Algo así como el revivalismo o el desplome de lo formulado en octubre de 1983.
Además, el mediocampismo de Alfonsín en este momento se pone a prueba con la aprobación o no de su proyecto para desplazar la capital del país a la Patagonia, por un lado, y por otro, con la actualización de salarios con la CGT. Lo primero, se supone, será resuelto favorablemente en una especie de apuesta casi mágica al siglo XXI, pese a las objeciones que se le hacen al recordarle los enormes costes presupuestarios de esa nueva Brasilia tan faraónica e inoportuna, dentro de las posibilidades administrativas concretas, como la que reposa en el centro del Matto Gresso. En lo segundo -salarial- se presume un acuerdo de coyuntura. Y en última instancia, si Alfonsín trenza episódicamente, los veteranos dirigentes obreros de origen peronista ya son estructuralmente pasteleros.
Pero en el abanico problemático al que se enfrenta Alfonsín, lo más importante no es lo correspondiente al halo semántico, difuso y más o menos escurridizo, sino el punto de inflexión del discurso político donde emblemáticamente, como suele decirse alzando las cejas, significado y significante se sobreimprimen.
Y ese sitio está marcado, en este preciso instante, por el Problema de la obediencia debida: centro de gravedad que, como se va viendo, colorea la algarada de puerta dos bis en Campo de Mayo. Por el extremo plebeyo. Porque el otro cuerno del dilema, definido por la gentry, señala a Videla, su exigida amnistía y el malestar de la serie de diarios que van desde La Nación al Ámbito.
La obediencia debida -más allá de la infinita secuencia de argumentos en pro y en contra que configuran, vertiginosamente, una especie de colección de argumentos escolásticoso de la casuística más barroca y obstinada- ya, hoy, exhibe su carozo. In nuce, como susurraría Croce: hasta qué punto son responsables los oficiales de menor grado respecto de las órdenes de aniquilación que emitieron los miembros de las juntas militares y en qué se trocaron esas decisiones al degradarse en miserias, y aberraciones. La discusión fundamental parece centrarse así en el espacio que va de coronel a teniente coronel. A esa altura del escalafón estalla la fisura en el sistema de mandos, y es precisamente ahí donde cruje hasta la exasperación esa correa transmisora, del verticalismo castrense, fundamento de su estructura institucional. En esa ranura, de manera consiguiente, es donde han brotado las exigencias del teniente coronel Rico en Campo de Mayo y las del mayor Barrei
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Viene de la página anteriorro en Córdoba. Y la más reciente aún del mayor Eduardo Villarroel, que rehusó jurar por la Constitución. Se sabe, los tres como emergentes y voceros de los mandos medios que se sienten amenazados de ser sometidos a proceso ante la justicia ordinaria. Cuando ellos argumentan y se justifican apelando a la obediencia debida: a que "nosotros sólo cumplimos órdenes, y que los únicos responsables son los generales. Y a muchos de ellos ni se los ha tocado...".
No deja de ser abrumadoramente significativa esa argumentación de la llamada oficialidad joven. Su pivote consiste en una correlación según la cual, "si los grandes jefes daban las órdenes, nosotros sólo las acatábamos". Es decir, los generales decidían, nosotros nos limitábamos a ejecutar. Mirando de más cerca: si los generales teorizaban, nosotros apenas si actuábamos. O si se prefiere, "como yo no pienso, prácticamente tengo responsabilidad y me sustraigo". Bien visto, una suerte de parodia cartesiana: "Cómo no pienso, no existo". De donde se sigue que si no tengo cuerpo, no hay lugar donde se me pueda sancionar. Y si mí capacidad elusiva es tan intensa, de hecho, me sitúo en una extraterritorialidad al margen de las leyes del común. Casi transparente: ese descentramiento es tan fraudulento como servicial.
Habría que ver, por fin, si es posible la aceptación de esos fueros imaginarios a partir de Alfonsín. Hasta dónde, quiero decir, las actuales negociaciones parlamentarias que inspira Alfonsín se vuelven no ya contra su prestigio político, sino contra el sistema democrático en su conjunto. Algunos de sus partidarios, incluso, ya se le han puesto remolones.
¿Se repite en la historia argentina, una vez más, lo que le pasó al ex presidente Arturo Frondizi en 1962? Ese antiguo intelectual que les dio la mano a los militares y "le comieron hasta el codo". O, con palabras un poco más aterciopeladas: hasta dónde la antropofagia castrense puede apaciguarse frente a la democracia alfonsinista de 1987.
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