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El terreno de Los Nikis

Los Nikis han publicado su nuevo minielepé, Submarines a pleno sol, y lo presentaron ante pocos espectadores, siempre incondicionales, que botaron a empujones incontrolados desde la primera canción. Salieron heavies enmelenados, como han acabado en otras ocasiones, y esta vez a golpe de Silvia Sobrini. "Muchas gracias por haber venido", gritó Emilio, el cantante; "aquí está lo mejor de Madrid", y un chaval movía su silla de ruedas con furiosa energía. Los desconciertos de este grupo tienen más razón de ser que sus discos, documentos, eso sí, indispensables para que el fiel seguidor domine previamente el repertorio.Una actuación de este cuarteto de Algete es una fiesta juvenil donde no hay lugar para pausas, ternuras o delicadezas y, menos aún, reflexiones. Sólo cabe divertirse, reírse con el ejemplo mismo del grupo en escena. 'Hay que tirar este suelo", volvía a exclamar Emilio, antes de vociferar eso de 'Ernesto, Ernesto", una y otra vez hasta el delirio general.

Concierto de Las Nikis (71 minutos)

Sala Astoria. Madrid, 26 de junio

Caer en gnicia

Nada corta a estos chicos en su festejo, en su terreno. Johnny, el batería -sí, prefieren omitir sus apellidos-, les arropa con su firmeza potente. Su espíritu de colegiales traviesos aún pervive. No importa que Emilio no sepa atender el bajo, mientras Joaquín le sustituye en el desafine vocal en el tema Luis Enrique, o que Arturo esconda errores en su guarro-guitarra, según su propia denominación. Al tiempo, Alaska movía infantil, dichosa, muy identificada, su cabeza desde el lateral del escenario. Ella les echó una mano a sus amiguetes en su Tarde, pero su ayuda no fue suficiente para que asistiera más público, debido quizá a la lejanía del recinto.

Ofrecieron también Amante, bandido, su versión del "chico más guapo, del que mejor canta", según ironizó el cantante. Los espontáneos a quienes Emilio sirve su micrófano aúllan de igual manera que los que están en el escenano.

Los Nikis tienen su gracia, y Gran Xenon, una orquesta veterana de dos violines, un teclado y un batería de espléndido temple llamado Leonardo Constante, que toca en un asador de cenas un poco más arriba, en el mismo paseo de Extremadura, también la tienen, aunque sea en el polo opuesto, el más pausado de pasodobles y zarzuelas. ¿Acaso importa que ninguno de estos cuatro músicos vestidos de esmoquin se propongan caer en gracia?

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