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Tribuna
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'Eureka'

Convocado por las razones de la memoria, el Congreso de Intelectuales de Valencia empieza a ser memoria. El congreso de 1937 tuvo adjetivo y los adjetivos son de una gran ayuda para fijar el recuerdo. El de 1987 no tenía adjetivo, era un congreso desadjetivado y, por tanto, adjetivable. El adjetivo está vacante.El de 1937 fue un congreso de escritores antifascistas, y el de 1987 ha dedicado demasiadas energías a tocarles los adjetivos a los escritores de ayer, demasiado tiempo en conjurar los fantasmas de los escritores de hoy. Casi no ha podido hablarse de problemas actuales, de qué significa ahora defender la cultura y contra quién. Ni siquiera ha habido tiempo de precisar qué cultura se defiende, si se trata sólo de defender la cultura como patrimonio de casta o la cultura como consciencia de las limitaciones contemporáneas por superar.

Sería prematuro y deshonesto desautorizar el congreso de 1987 por sus insuficiencias. Creo que la evidencia de esas insuficiencias ya le dan sentido. Ante todo, el congreso actual ha reflejado la propia desorientación del intelectual, que en algunos casos se resuelve mediante el merodeo teórico o verbal, en otros expresando honestamente saberes específicos o desnudas perplejidades y finalmente los refugiados en fundamentalismos sectarios aterradores. Se puede ser fundamentalista con veinte duros de marxismo en el cerebro, pero también se puede ser fundamentalista desde un democratismo implacable, dogmático, sectario, ejercido como un rodillo con vocación de aplastar cualquier obstáculo.

Lastimosamente, la sesión sobre el papel más dedicada a hablar de la tierra en Valencia acabó siendo una orquestada, crispada y agresiva algarabía sobre la luna de Valencia. Tal vez, tal vez la ausencia de adjetivo y de finalidad aparente refuerce la sustancia misma del encuentro. Lo he descubierto: fue un congreso de intelectuales.

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