El eterno embrollo
EL HORIZONTE político italiano se presenta, después de las elecciones, tan embrollado como antes. No porque de éstas no hayan salido algunas indicaciones bastante claras sobre las preferencias de la ciudadanía. Pero las cartas siguen siendo casi las mismas, con oscilaciones que en ningún caso superan el 3,3%, porcentaje del retroceso sufrido por el PCI. Se facilita el retorno a la fórmula del pentapartido; pero el tema de quién debe presidir ese tipo de Gobierno -que fue la causa de las elecciones anticipadas- sigue tan enconado como hace tres meses, cuando se produjo la dimisión de Craxi como primer ministro.El único factor nuevo que ha surgido es la entrada de los verdes en el Parlamento, con un 2,5% de los votos y 13 diputados. Es un hecho que confirma una tendencia en casi toda Europa. Sobre todo entre el electorado joven, existe un despegue hacia unos métodos políticos que instrumentalizan cuestiones decisivas para la humanidad, como la energía nuclear y la ecología, dentro de las conibinaciones de poder. Este despegue ha afectado a los comunistas: los verdes han recogido una parte de su electorado joven. Esa evolución puede acentuar, dentro del PCI, las corrientes más reformistas. Pero, de momento, este descenso dificulta los proyectos de dar entrada al comunismo, de una u otra forma, en eventuales fórmulas de gobierno.
Con el avance del Partido Socialista (PSI), Bettino Craxi obtiene el fruto de una gestión de gobierno de casi cuatro años, cuyos éxitos nadie discute. Italia ha entrado en una fase de expansión económica y su prestigio internacional se ha afilanzado. Pero Craxi tiene un objetivo estratégico, central, que es el de reequilibrar la izquierda italiana, debilitando a los comunistas y asegurando la hegemonía del reformismo. El progreso socialista y el retroceso comunista van en esa dirección. En cambio, los otros partidos del área laica y reformista, republicanos, socialdemócratas y liberales, han perdido 19 diputados (el PSI gana 11). Por tanto, el conjunto de los partidos laicos integrantes del pentapartido no salen fortalecidos de las elecciones. En ese orden, las condiciones para que Craxi pueda encabezar de nuevo el Gobierno parecen peores de lo que erán después de las elecciones de 1983.
La Democracia Cristiana (DC) ha aumentado sus votos sólo en un 1,4% en relación con su resultado desastroso de 1983. Se queda muy por debajo de lo que ha sido su nivel acostumbrado en los 40 años que lleva como primer partido italiano. Pero ha evitado un nuevo fracaso, que muclios de sus líderes temían, ya que aparecía ante los electores como responsable de la disolución anticipada del Parlamento, disolución impopular, tanto por su inutilidad como porque suponía anular un referéndum, ya convocado, sobre la energía nuclear. A este corto avance de la Democracia Cristiana ha contribuido una extraordinaria movilización de la Iglesia católica, con una declaración de los obispos como hacía mucho tiempo que no se producía. En estas condiciones, es difícil iniaginar que el secretario general De Mita acepte renunciar a la exigencia, reiterada en muchas declaraciones, de que al partido más fuerte, y por tanto a la DC, corresponde dirigir el Gobierno.
Se ha dicho que la rivalidad personal entre De Mita y Craxi lleva a la ingobernabilidad de Italia. Pero el problema no es sólo personal. Es más bien un choque entre dos concepciones estratégicas. El compromiso de De Mita es devolver a la DC su plena hegemonía. En cuanto a Craxi, el autoritarismo que se le achaca responde a una convicción profunda de que el futuro de la izquierda de pende en gran medida del papel que pueda de sempeñar él mismo en la política italiana.
Las elecciones se han hecho en un clima de incertidumbre. Ningún partido ha aclarado qué tipo de Gobierno obtendría su participación o su apoyo. Las preferencias expresadas en las urnas contienen elementos netamente contradictorios. Es complejo el camino para crear el nuevo Gobierno de Italia.
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