Un desastre
Jandilla /C. Vázquez, Niño de la Capea, MendesCuatro toros de Jandilla, bien presentados, inválidos; sobreros: 2º de Martínez Benavides, con genio; 5º de Carmen Ordóñez, inválido. Curro Vázquez: estocada corta atravesada (algunos pitos), bajonazo y descabello (bronca). Niño de la Capea: pinchazo a toro arrancado y sablazo bajísimo en el costillar (silencio); estocada corta atravesada (silencio). Víctor Mendes: pinchazo y estocada corta (petición de oreja y vuelta con protestas); estocada y descabello (aplausos). El Rey presenció la corrida desde el palco real, y los espadas le brindaron sus primeros toros. Le acompañaban el ministro del Interior y el presidente en funciones de la Comunidad de Madrid. Plaza de Las Ventas, 11 de junio. Corrida de Beneficencia.
JOAQUIN VIDAL Decían los aficionados antiguos: "Tres jueves hay al año que relucen más que el sol: Jueves Santo, Corpus Christi, y la corrida de Beneficencia". Pero eso era antes, cuando los aficionados antiguos. Ahora ha cambiado el clima y en la corrida de Beneficencia hay tormenta. La corrida de Beneficencia suele ser un desastre y ayer más.
La corrida de Beneficencia suele ser hogaño un desastre -ayer más- porque los-organizadores sacan a la arena toros tullidos. No es que lo hagan a propósito, pero el resultado es ese. Se comprende: los organizadores -Comunidad- son políticos, no taurinos, y suplen con celo su lógica inexperiencia. Ellos compran toros y toreros de fama, engalanan el coso, acompañan al Rey, que preside. Y cuando empieza la corrida, se ven sorprendidos por la cruda realidad: los toros se caen.
Es curioso: los toros salen del chiquero sanotes, farrucos, galopan y a los tres minutos -tres- ya están tratabillando. La afición protesta y como normalmente en la presidencia no la hacen caso, se indigna. Entonces hay gritos, proclamas, insidiosas insinuaciones, algún que otro almohadillazo. El presidente de ayer era el director general de Policía, que tampoco es taurino (ni falta que le hace), y por eso le asesora un presidente oficial. El asesoramiento no debió estar fino, pues toros clamoramente inválidos los mantuvo en el ruedo, y así pasé lo que pasé.
Pasó que el público se hartó de toros inválidos, de presidentes mal asesorados, de políticos organizadores de corridas de Beneficencia, y le salió su vena parlamentaria. Cuidado con el público de toros. Entre todos los públicos del mundo, el de toros es el único parlamentario y ese sí que está fino -cuando le tocan la fibra sensible -el to-ro, plas, plas, plas, es su fibra sensible-. De manera que durante toda la tarde estuvo haciendo gala vociferante de su vena parlamentaria y sacó la lengua de doble filo -con perdón- coreando: "Esto sé termina, Leguina".
La andanada del 8 inició el coro, que engrosó gran parte de la plaza. Y Ya la corrida, un torete nada más, concluyó entre risas, palmas de tango -plas, plas, plas; to-ro, plas, plas, plas- hasta que, en un instante crucial, el objeto de la protesta, derrengado y reserván, volteó a Víctor Mendes, que lo porfiaba con pundonor. Afortunadamente no sucedió nada grave: el susto y el chaleco roto.
Desde el primer clarinazo hasta entonces, la lidia había transcurrido entre la pantomima y la desilusión. Se simulaban los tercios de varas. Curro Vázquez no pudo hacerles faenasa sus inválidos, que se quedaban en mitad del pase, unas veces de pie, otras de rodillas. Los toros del Niño de la Capea fueron devueltos al corral. En el primero de ellos saltó al ruedo un espontáneo con ayundante. El espontáneo se puso a pegarle pases al torito, mientras el ayudante impedía que le interrumpieran las cuadrillas. Cuadrillas, ayudante, espontáneo, porfiaban acaloradamente entre ellos, como si no hubiera toro. La verdad es que no lo había.
Niño de la Capea arribó a esta corrida con ínfulas de agraviada figura, maestro del toreo. Varias veces le arrebataron el capote los toros y, desarmado, corría en demanda del olivo. A su primer sobrero, que tenía genio, le corrió bien la mano en unos derechazos metiendo el pico y en otros la corrió sin temple, metiendo el pico también. Tuvo algún acosón, sufrió un desarme.
El quinto se derrumbaba en medio de la escandalera supina del público. Niño de la Capea no lavó la afrenta de que no le hubieran incluído en la feria de San Isidro. Dejándose enganchar los engaños, corriendo, metiendo el pico, pocas afrentas puede lavar quien tiene ínfulas de figura agraviada, maestro del toreo.
Toro noble el tercero, Víctor Mendes le prendió espectaculares pares de banderillas y lo toreó en redondo con voluntariosa sequedad, aunque antes se había doblado por bajo con enjundioso estilo. Hizo un ceñido quite por chicuelinas. Porfió al sexto. La voltereta. Luego arreció la tormenta.
Escampó para escuchar en respetuoso silencio el himno nacional y despedir cariñosamente al monarca. Hubo un grito, "¡Viva el Rey!", y una estruendosa ovación. Pero en cuanto don Juan Carlos hizo mutis por el foro, los responsables del desastre fueron obsequiados con un abucheo sostenido en clave de fa.
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