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FERIA DE SAN ISIDRO

Con algo de toro habría sido maravilloso

Corrida mixta / C. Romero, Litri, R. CaminoDos toros de Carmen Ordóñez, con trapío; el 1º, bravo. Curro Romero: pinchazo, otro hondo, dos descabellos, otro pinchazo -aviso antes de que transcurra el tiempo reglamentario- y bajonazo (algunas protestas); metisaca pescuecera, tres pinchazos y bajonazo (protestas). Fue despedido con lluvia de almohadillas. Cuatro novillos de González-Sánchez Dalp, chicos, flojos y dóciles. Litri: pinchazo y estocada perdiendo la muleta (oreja, petición de otra y dos vueltas al ruedo); pinchazo y estocada (oreja). Fue paseado a hombros. Rafi Camino: estocada corta trasera (insistente ovación); pinchazo, estocada caída y cuatro descabellos (vuelta). La Condesa de Barcelona, madre del Rey, presenció el festejo desde el palco real. Le brindaron los dos últimos novillos. Plaza de Las Ventas, 8 de junio. 25ª corrida de feria.

JOAQUIN VIDAL

Litri dio el litrazo, y ligó pases en un palmo de terreno. Rafi Camino dibujó la media verónica y templó el toreo de muleta. Litri con garra, Camino artista. Así estuvieron los dos jóvenes hijos de matadores de fama en su presentación ayer en Las Ventas. Un hermoso debú y todo sería maravilloso si se lo hubieran hecho a algo de toro, un poquitín de toro aunque sólo fuera.

Porque para irrumpir en la primera plaza del mundo les abrieron la bombonería: tomen ustedes bombones, elijan los más exquisitos, paladéenlos, gócenlos y que les alimente. Quien les eligió los bombones en la bombonería de la familia González-Sánchez Dalp, sabía lo que hacía; es un consumado experto en dulzuras evidentes y en trapíos aparentes: cuatro novillitos poquita cosa pero que parecieran algo, y para este propósito, mejor que nada variopintos.

El pelaje llamativo alegra la fiesta y si es claro, da más cuerpo al torillo. Hubo primero uno colorao anchito, aunque tan bajo de agujas que daba el tipo zapatito; luego un cárdeno claro romero moteado estomino y botinero, que sería chico pero enamoraba por bonito, y vaca que lo viera, se habría ido con él al fin del mundo; salpicao el tercero, estaba proporcionadito de lámina y tenía cara guapa; más hecho el último, colorao y bizco, su cara angelical era el espejo del alma.

Los cuatro juguetitos salieron justos de fuerza, largos de bondad, y acudían a los engaños con docilidad infinita. El toreo bueno era una necesidad, con tal género de fantasía, y es cierto que los dos debutantes, cada uno a su estilo, se lo hicieron. Litri aguantó y templó un quite por gaoneras; aguantó y templó estatuarios ceñidísimos, dio el litrazo. Es decir que, a imagen y semejanza de su padre -el famoso Litri de la década de los cincuenta-, citó desde un tercio (el novillo, en el opuesto), aguantó derecho como una vela la embestida, sacó limpiamente el natural. Y luego ligó.

Ligaba los pases Litri por docenas y lo mismo los habría ligado por centenas a cualquiera de sus novillos, de darle por ahí y el público tener tiempo y cigarros para asistir a la sesión. Ligaba los pases Litri no sólo porque los novillos eran santos sino también porque conoce la técnica, y lejos de perder terreno en cada muletazo -según moda en determinadas figuras- lo ganaba, y al abrochar el de pecho, o los de pecho encadenados, arrollaba al toro, se echaba encima. Literalmente: el de pecho era la resolución lógica de la suerte natural cambiada a la contraria, metiéndose en el terreno del novillo y vaciándolo por delante, según lo inventaron, en su día, padres de la tauromaquia.

Poco arte, pero mucha vibración tenía el toreo de Litri, y luego vendrían los flecos del litrazo paterno, heredados y puestos al día por el debutante para curiosidad de las nuevas generaciones de aficionados y nostalgia de las veteranas: derechazos mirando al tendido, manoletinas, molinetes de rodillas, trastos fuera, desplantes a cuerpo limpio.

Funciona la genética y Rafi Camino también recuerda al toreo más academicista que su padre solía, en algunas suertes corregido y aumentado. La media verónica belmontina, por ejemplo, se sale del molde, o es otra, y en las tandas de naturales corriendo suavemente la mano, en los trincherazos o en los ayudados y cambios de mano que instrumentó al último novillo, hubo recreación estética, fuerza interpretativa surgida de la personalidad. Con el otro novillo, en cambio, el cárdeno romero rompecorazones, no se acopló.

Por delante de estas exhibiciones iban Curro Romero y toros. Toro de trapío, bravísimo, el primero, que pegó el derribo más impresionante de la feria; recargaba metiendo tanto los riñones que hasta llegaba a sentarse, y mantuvo su noble fijeza hasta el final. Curro lo quiso torear de verdad y trazó algún redondo y algún ayudado de su marca. Pero había de ser en los medios y allí el aire le flameaba la muleta. Sus porfías en distintos terrenos no pudieron constituir faena. Dichoso viento; hubo de soplar el día que Curro se encontró con su toro. Al otro lo abrió simas hasta las entrañas el picador, y bronco que era el toro, rebozado en sangre que salpicaba indiscriminadamente en cada giro, Curro lo trasteó con asco y lo sableteó el pescuezo.

La que se armó: bronca monumental y almohadillazos contra Curro. Bronca merecida, por el desaliño al lidiar, el oprobio al matar. Pero, en fin, bronca de torero, igual a muchas que hubo y habrá en la fiesta. La fiesta es puerta grande unos días, calabozo otros, y entrambos extremos, toda la gama del triunfo y el fracaso, de la gloria y la tragedia. Lo que la fiesta no fue, ni puede ser nunca, es toreo de salón, lidia sin toro, así les valgan triunfos a novilleros de fama. Porque, para torear sin toro, Don Mariano.

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