El poder del toro.
El primer toro de la corrida de ayer provocó el derribo más espectacular de la feria. Se arrancó de largo al galope y, del testarazo, hizo pegar al caballo una voltereta en el aire y al picador caer de cabeza a la arena, lejos del lugar. Luego ese toro tendría un comportamiento bravísimo, creciéndose al castigo mientras apretaba con los riñones, con tal fijeza en sus acometidas a las plazas montadas, como después a los banderilleros y a la muleta, que Curro Romero lo tuvo por bueno y lo dibujó el redondo de su especialidad. Podría decirse: sí Curro Romero, que tantas y tantas veces se inhibe, citaba de lejos y aguantaba la embestida, cómo sería de noble el toro. Y lo era, es cierto; pero la nobleza se unía a la bravura y al poder, y había emoción, que es uno de los fundamentos de la lidia. El festejo de ayer, tan divertido, tan estético y tan triunfal en numerosos, sólo fue auténtico cuando hubo toro-toro en el redondel.
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