_
_
_
_
ANÁLISIS

Samaranch, la nueva liturgia de la burguesía catalana

Xavier Vidal-Folch

El extraordinario impacto de la elección de Juan Antonio Samaranch como presidente de la Caja de Pensiones, la tercera entidad financiera española, obedece, en primer término, a la personalidad olímpica del personaje y a su actualidad permanente desde que Barcelona optara, con éxito, a constituirse en sede de los Juegos de 1992.Para La Caixa es un fichaje de campanillas, aunque provenga de la propia cantera -la comisión ejecutiva de la propia entidad-, pues se trata de alguien que cuenta -y que cuenta en diversas esferas, idiomas y situaciones- en el tráfico internacional de personalidades. Al mismo tiempo, la operación evita el desembarco en la institución de cualquiera de los ex que va generando la cúpula del nacionalismo catalán conservador, en su deseo de colocar nombres.

Símbolo de una clase

Para Samaranch es un éxito más que pírrico. Es la confirmación que ya estaba en el ambiente, pero no consagrada de forma institucional, de que su carrera quedaba solemnemente convalidada en la nueva situación interna de España. Solemnemente y, a un tiempo, sin estrépito. Aquel sucesor de un José Antonio Elola Olaso repleto de correajes en la Delegación Nacional de Deportes del antiguo régimen; aquél presidente de una poderosa Diputación de Barcelona en la situación anterior; aquel embajador de una España por definir en una Unión Soviética más que definida... ha quedado revalidado no en la dorada estancia de la metódica Lausana, sino también en la bulliciosa e intempestiva capital mediterránea que le vió nacer. En cierta manera, Juan Antonio Samaranch ha ganado, con la presidencia de la Caja de Pensiones, sus propios juegos, antes incluso de inaugurar los de Barcelona. El imperativo de los hechos se ha impuesto a la especulaciones de las ideas. Pero este suceso personal, con serio, no deja de constituir paradigma de una clase dirigente en permanente crisis de identidad -y aún más, en continua interrogación de existencia-: la burguesía catalana. Samaranch, navegando en la fluida ambigüedad de un ser Juan Antonio y un no ser Joan Antón -y vale el enunciado a la inversa-, aplicó el más sólido de los principios del patriciado barcelonés: jamás poner todos los huevos en la misma cesta. Principio que, cuando se ha conculcado, ha llevado a esta clase a heroísmos, ciertos o falsos, pero casi siempre funerarios.El encaje ha sido de bolillos para los protagonistas de una apasionante operación. Pero al mismo tiempo, quizá ellos mismos no sean perfectamente sabedores del significado de su representación litúrgica, una liturgia que, en este caso, empieza con una empresa familiar textil en Molins de Rei, que continúa en la aventura bancaria de Jaime Castell y el entorno de El Pardo -Banco de Madrid y Catalán de Desarrollo, finalmente absorbidos por el Banesto gracias a los buenos oficios de Claudio Boada-, y que desemboca definitivamente en la cosa pública. Atención: esta carrera culmina en la gestión pública más que en la carrera política en un sentido estricto. La presidencia de una Diputación de aquellos tiempos y el escaño de procurador en las viejas Cortes eran más bien pasaportes que destinos.

El nombramiento de Juan Antonio Samaranch como presidente de La Caixa -la primera entidad financiera catalana, aunque mucho más en imagen que en operativa real de activo refuerza la hipótesis de la adopción de unas nuevas pautas de comportamiento por parte de la alta burguesía catalana, aquélla misma burguesía que en otras zonas de España se echó en falta y que con tanta crudeza combatieron sus subordinados. Ese grupo dirigente, no homogéneo, ideológicamente dispar pero monolítico en su dominio de lo pragmático, ha iniciado con fuerza el desempeño de un nuevo papel en el conjunto de las clases arraigadas en el poder en España. Se trata de un rol enhebrado en torno a la representatividad, la prestación de servicios, la competencia con los sectores clásicos de la burguesía de Estado y los nuevos funcionarios socialistas... Un papel que parece pespuntear cierto resurgimiento desde la subordinación a que la sometió el carácter específico de la concentración bancaria y del nuevo aparato económico surgido con el desarrollo de los años sesenta.

Reparto de papeles.

Este nuevo papel, que el nombramiento de Samaranch parece ahora consagrar, es el que también está jugando con habilidad florentina Carlos Ferrer Salat, como acaba de demostrarlo en su elección como presidente del Comité Olímpico Español, después de empezar a desempeñarlo como fundador y presidente de la patronal, en su época de despegue. Es un rol similar al que ha desempeñado Rafael Termes al frente de la patronal bancaria, enuna carrera cuyo objetivo tanto coincide con los de las nuevas generaciones de Valls Taberner, -aunque difiera en los ritmos y los métodos. Es una tarea similar a la del reusense -y sin embargo tan castizo- Antonio Pedrol Rius, y muy próxima a la que intentó con escasa fortuna José/Josep María Figueras en las Cámaras... Fenómenos todos ellos para los que hasta ahora parece absolutamente desinteresado o incapacitado el sector nacionalista de la burguesía (sin embargo, políticamente hegemónico en la vertiente autonómica).Se equivocarán quienes vean en estas aventuras personales o profesionales unas meras tareas de representación social o corporativa. Probablemente asistimos a un cierto tipo de especialización de funciones, a una nueva división del trabajo dentro de esa gran familia en ebullición que son las clases dirigentes. En esta nueva división del trabajo, quizá a la burguesía catalana -a la que frecuentemente tanto los observadores como sus propios protagonistas dan por fenecida, pero que haberla, háyla- le corresponda, por lustre histórico, por conocimiento idiomático o por experiencia viajera, desarrollar la terciarización de buena parte del aparato productivo y de los propios mecanismos de hegemonía social.

Burguesía de Estado

¿Susitituirán los Samaranch, los Ferrer Salat, los Leopoldo Rodés, los Vilarasau y tantos otros, ciertas funciones de una burguesía de Estado que se distancia del Estado y que, a diferencia del anarquismo francés, puede acabar viendo al nuevo Estado ligeramente reformado como una construcción antitética o disociada -desde luego, no opuesta de sus propios intereses?. El deporte, la representación patronal, la creación de servicios, la cooperación civil con la Administración, la gestión de ideas, una cierta función pública pensada desde la mentalidad privada..., éstos parecen ser los parámetros que definen su terreno de juego. En él no está sóla la burguesía catalana. Pero por su desigual evolución, su complementariedad económica, su -a veces renqueante- cosmopolitismo, parece llamada a jugar con fuerza y a disputar con ventaja -sólo ventaja, no goleadaeste terreno a los nuevos y aún escasos dirigentes políticos como algunos eficaces gestores de empresa o banca pública, o algunos paladines de la la Informática desde la Administración.Cierto que esta función que ahora comienza oficialmente no parece la más característica del liderazgo empresarial, ni quizá sea la más idónea faltando como faltan multinacionales con sedes sociales subpirenaicas. Nada tiene que ver esta ruta con los procesos de una Italia que reverdece su cultura empresarial asentada sobre la agresividad comercial, el orgullo del dividendo y la instalación de filiales muchas fronteras más allá. Pero los hechos son como son. Quizá tengamos hoy más gestores que condottieri. Aunque debajo de los grandes nombres haya otras realidades por madurar, crecer y descubrir.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_