Sin mujeres
Sorprende la ausencia de mujeres entre ellos. En Oviedo quedaron más bien desconcertados cuando se les preguntó por qué, y Brines dijo que tampoco las había en generaciones anteriores. Quizá; pero no tanto. No sólo hay mujeres entre sus colegas novelistas del mismo medio siglo (Martín Gaite, Laforet, Matute ... ), sino que tampoco aparecen a su lado, ni en sus leyendas. No hay -y si las hay, no se ven- Beatrices, Leonores, María Teresas, ni Zenobias. La mujer está en su poesía, ¡en cuál no!, y como dice Shirley Mangini, sobre todo como objeto estético.El único rastro de la maldición que se suele buscar en los poetas es en este grupo su intenso tabaquismo y, en algunos, una mirada enrojecida y un mañanero temblor en el pulso. Ya se ha hablado mucho de eso. Brines se ríe de la aventura -Byron en Grecia, Rimbaud traficando armasy defiende la aventura interior. Su apariencia es pues funcionarial y didáctica: corbata de la mañana a la noche. Lo único que les distingue sentados al lado de serios catedráticos es un lenguaje a veces crudo, a veces deslumbrante.
Contrariamente a lo que se podría desprender de la retórica sobre el grupo y su amistad, se adivinan en su compañía afinidades mayores -Rodríguez y Sahagún, en ejemplo confesado- y también, si no antipatías, por lo menos insinuaciones de distancia, roces de los nervios. Pero con gran diplomacia.
Treinta años después de sus iniciales tentaciones homicidas contra los poetas oficiales, debe de ser para ellos toda una impresión, como dijo en Oviedo el poeta Luis García Montero, el ver cómo poco a poco se van convirtiendo en clásicos.
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