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FERIA DE SAN ISIDRO

Cepeda hizo olvidar la corrida oprobiosa

Un faenón de arte hizo Fernando Cepeda, media verónica de antología dibujó Rafael de Paula, todo ello en el sexto de la tarde, que fue un colorao de excepcional casta y nobleza, y la gente salió de la plaza entusiasmada, iba toreando por la calle, como en los tiempos gloriosos de la tauromaquia.El júbilo final había hecho olvidar la oprobiosa corrida, que estuvo marcada por el fraude, el escándalo y la incompetencia. Una corrida como para avergonzarse de la misma existencia de la fiesta, pues si la fiesta fuera eso que sucedió ayer en Las Ventas hasta lo de Cepeda y Paula, habría que pedir a gritos que se prohibiera para siempre, por cruel, por grosera y por indigna.

Saltaban al ruedo los toros y no eran toros, parecían cerdos. Cerditos inofensivos que rodaban por la arena, se quedaban tumbadetes, cuan largos eran, la mirada inexpresiva, perdida más allá del horizonte de las barreras. No eran toros inválidos; eran toros alucinados, con el dintel intuitivo perdido en el laberinto de las ensoñaciones. Alguien tuvo que hacerles algo a esos toros, fruto de encastes seleccionados en pureza, para que se convirtieran en cerditos hozantes de espejismos.

Torrealta / Paula, Manzanares, Cepeda

Toros de Torrealta: excepto 6º -muy encastado-, inválidos; provocaron la indignación del público. Rafael de Paula: bajonazo y cuatro descabellos (silencio), nueve pinchazos traseros o en la paletilla, media atravesada y aviso con retraso (protestas). José Mari manzanares: bajonazo (silencio); media ladeada, rueda de peones, descabellos -aviso con retraso- y otro descabello (fuerte división y sale a saludar). Fernando Cepeda, que tomó la alternativa: estocada corta caída y dos descabellos (ovación y salida al tercio); pinchazo y estocada desprendida a toro arrancado (oreja). Plaza de Las Ventas, 25 de mayo. 11ª corrida de feria.

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Todos igual: aparecían retadores, tomaban unos capotazos con codicia, y ya perdían el norte, trastabillaban, se pegaban la gran costalada, y allí se quedaban, inmóviles y crepusculares. El público protestó cuanto debía protestar ante semejante desastre, y aún se quedó corto.

Acusaciones muy hirientes e injustas hace del público de Madrid el taurinismo y apoya un campañismo mendaz en este sentido, porque las exigencias de la afición le impiden dar carta de naturaleza al tipo de corrida que conviene a sus intereses. Y tal tipo de corrida es como la de ayer, montada en el fraude, toros aborregados, y por si algo de poder les quedara, ahí tienen, para liquidarlo, la acorazada de picar, dotada de un arsenal que desborda los límites del reglamento y hasta del sentido común.

El público de Madrid reacciónó como debía ante la provocación y no se entiende cómo el presidente cometió la torpeza de negarse a devolver al corral los toros cuya inutilidad para la lidia era evidente. Si ante su terca pasividad llega a ocurrir una alteración de irreparables consecuencias, él habría sido responsable.

Afortunadamente, salvo los gritos, las palmas de tango, el flamear de pañuelos, "¡palco dimisión.", improperios surtidos y algún que otro almohadillazo, nada pasó. Pero la afición de Madrid no estaba dispuesta a consentir el fraude ni a comulgar con ruedas de molino. La afición de Madrid no iba a admitir, encima, que en el revuelo de la invalidez se fuera a colar el toreo ventajista de quien lleva nueve años sin justificar en Las Ventas su cotización de figura.

A Manzanares no le toleraron que aprovechara la insignificancia de su primer inválido para exhibir las finuras que le proclaman. Con el quinto, más cuajadito y enterizo, había que verle. Y lo que se vio fue una clamorosa manifestación de supina incompetencia. Manzanares corrió bien la mano en unos derechazos y cuando el toro se declaró prófugo, le siguió pegando derechazos. En cada tendido pegaba uno. Así, pegando un derechazo Manzanares, escapando del pase el toro, dieron dos vueltas al ruedo. Si les llegan a abrir la puerta, se marchan Alcalá arriba pegando derechazos. La finísima figura no conocía otro recurso que el derechazo para sujetar al toro y, claro, no lo sujetó jamás. Y esta dicen que es una figura del toreo contemporáneo. Arreglados estamos.

Paula trapaceó y mechó a dos toros inútiles. Paco Cepeda estuvo muy torero en el que abrió plaza. Finalmente, en el sexto, llegó el quite gitano por verónicas, con la media sensacional.

Y la gran faena del toricantano. Esa sí fue finura, ese sí fue arte; y afición, y torería, y templanza para mecer en los vuelos de la muleta una embestida pronta, alegre y pastueña, ideal para interpretar el toreo puro. Y el toreo puro se producía, vaporoso, aromático, en los redondos, en los naturales, en los de pecho obligados y ceñidos, en los trincherazos.

Incluso después del pinchazo, cuando el torero, crecido en su arte, echaba la izquierda abajo y embebía al toro en otro ayudado de cartel. Faena hermosísima, memorable, de Paco Cepeda, que lo sitúa en la gloria taurina el mismísimo día de su alternativa.

Don Mariano repitió el faenón bajo la luz de una farola en una esquina de la calle Londres, rodeado de conmovidos jubilados que lloraban de emoción, y la gente se metía en los colinaos para celebrar el jubiloso advenimiento de un torero que tiene metido el arte del toreo en la cabeza y en el corazón. Y de paso olvidaba el,oprobio del fraude y de la incompetencia. Porque si no lo olvida, no vuelve.

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