Castillo en ruinas
LOS DEMOCRISTIANOS del Partido Demócrata-Popular (PDP) han decidido, no sin dudas, mantener de momento todas sus candidaturas para las elecciones de junio, pese a las dificultades para obtener de la banca los créditos esperados. Esta situación ha procurado a su líder, Óscar Alzaga, la ocasión de presentarse con el aire de un mártir y entonar algunas lamentaciones. Desde todos los puntos de vista, sin embargo, sería un error reducir el problema del PDP a la falta de buena voluntad de los banqueros, incluso si se admite la influencia que en su actitud haya podido tener el deseo de algún sector empresarial, y de José María Cuevas en particular, de despejar el camino de los jóvenes cachorros de Alianza Popular (AP). Si empresarios y banqueros se muestran reacios a adelantar el dinero que proporcionan a otras fuerzas políticas es porque las expectativas electorales de los democristianos, que hace un año abandonaron el barco entonces patroneado por Fraga, son muy bajas. Dicho de otra manera: si el Partido de Alzaga, Cavero y Rupérez no inspira confianza alas instituciones crediticias es, en parte al menos, porque tampoco parece gozar de crédito suficiente entra la población.Tal como en España se planteó la transición, a mediados de los setenta, era difícil para la Democracia Cristiana desempeñar un papel de primera magnitud. El giro dado por una buena parte de la jerarquía eclesiástica unos años antes, renunciando al papel que la Iglesia había desempeñado como principal legitimador ideológico del franquismo, pudo preparar el terreno para convertir a esa corriente en bisagra posible entre el viejo régimen y el que alumbraba. No obstante, ni la Iglesia católica española abandonó como bloque el franquismo ni los católicos componían una unidad ideológica que pudiera capitanearse como un todo. Puede decirse que los católicos demócratas más Activos se alineaban en grupos de izquierdas. A los que podría dirigirse ideológicamente una Democracia Cristiana les caracterizaba la pasividad, religiosa y política. El resultado en las elecciones de 1977 fue un rotundo fracaso y el desembarco en Unión de Centro Democrático (UCD) de algunos notables democristianos, como Alzaga y otros futuros jefes del PDP, tuvo mucho que ver con esa derrota que sufrió entonces la renovada Democracia Cristiana, representada por Ruiz-Giménez y aliada con Gil Robles.
Producido el hundimiento del centrismo con su activa colaboración, los democristianos buscaron refugio bajo la insignia de Fraga para atravesar la primera legislatura dominada por los socialistas. El fracaso de la estrategia de Coalición Popular (CP) en el referéndum sobre la OTAN facilitó el renovado triunfo del PSOE en las legislativas, y casi sin tiempo para contar las bajas producidas, los democristianos decidieron renunciar a compartir el fracaso de CP y se fueron -con los 22 diputados confseguidos en la subasta- a navegar por vez primera en solitario.
Tal vez resulte molesto para el PDP que tales antecedentes le sean recordados ahora que parece que no se divisa una tabla de salvación. Pero entre la opinión pública circula un perfil bastante parecido a éste, aparte de la valía personal o política de algunos de sus miembros.
La Democracia Cristiana, mezcla de populismo y moderantismo, sigue siendo la principal fuerza política en Italia; encabeza los Gobiernos de Bélgica, Holanda y República Federal.de Alemania, y participa en los de Austria y Suiza, entre otros. Cuenta además con un sólido grupo en el Parlamento Europeo.
Probablemente, el modelo de transición operado en España y las características, bastante más laicas, de una sociedad como la española impidieron el afianzamiento de un partido democristiano. Ciertamente, la postura que encabezaba el cardenal Tarancón, opuesto a la existencia de un partido netaínente confesional, le restó la oportunidad en el momento crítico de la transición. Más tarde, en el conglomerado de la UCD, su acción quedó apagada y ya prácticamente terminó la ocasión para llegar a dirigir la derecha demotrática española. Lo de ahora son ruinas.
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