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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Incidente en el Golfo

EN LAS últimas semanas, la guerra del Golfo ha experimentado un giro de carácter fundamentalmente político, subrayado por el incidente del domingo, en el que la aviación iraquí atacó por error un buque de guerra norteamericano con un saldo de al menos 28 de sus tripulantes muertos.Al producirse, a partir del tercer verano de la guerra, una gradual inmovilización de las líneas militares en los combates terrestres, con Irak en una posición sólidamente defensiva contra los repetidos ataques iraníes, la estrategia de Bagdad se orientó hacia las aguas del Golfo. La aviación iraquí fue la que lanzó la primera salva en la guerra aérea contra la línea de exportación de productos petrolíferos iraníes a través del golfo Pérsico. Con sus limitados recursos, Irán se incorporó también a esa guerra, en una especie de tácita divsión del trabajo, de forma que mientras Irak atacaba objetivos iraníes o relacionados ,con su comercio, Irán se aprestaba a actuar, sin discriminación, sobre los neutrales como Kuwait, los Emiratos o la propia Arabia Saudí, en el entendimiento justificado de que la neutralidad de los mismos estaba inclinada hacia Bagdad.

Las crecientes pérdidas para la navegación comercial y, sobre todo, el peligro estratégico que para las grandes potencias suponía un eventual cierre del Golfo a la navegación internacional habían movido tanto a Estados Unidos como a la Unión Soviética a patrullar esas aguas para enseñar el pabellón. Al mismo tiempo, Kuwait y los Estados menores del Golfo han tratado, ya en los últimos meses, de garantizar su derecho a la libre circulación por estas aguas y de comprometer a las grandes potencias en una especie de cerco marítimo a la guerra, poniendo su pabellón bajo la protección de las grandes armadas. El caso más significativo es el de Kuwait, que, con notable ecumenismo, ha obtenido a la vez la garantía de Estados Unidos y de la Unión Soviética para los 22 navíos de su flota comercial.

Irán ha llevado la iniciativa militar en los últimos meses, y aunque su avance en territorio iraquí es tan lento como costoso en vidas, su capacidad de montar una ofensiva tras otra y arañar metros, más que kilómetros, a la espaciosa defensa en profundidad iraquí ha acentuado la preocupación tanto en Moscú como en Washington, por no decir en las capitales del Golfo. El pequeño prodigio diplomático, al mismo tiempo, de que Irán consiga estar tan alejado de Estados Unidos como de la Unión Soviética haciía que el patrullaje de las aguas del Pérsico por los buques de uña u otra potencia tuviera, al menos hasta hoy, el carácter de una cierta beligerancia antiiraní. Sin embargo, el grave incidente del domingo ha provocado en Estados Unidos lo que podría llegar a ser un importante cambio de actitud. Washington, hasta ahora básicamente favorable al match nulo en el Golfo, pero en una cierta buena disposición hacia Bagdad, pese a los envíos de armas del Irangate, ha anunciado que llevará a cabo una revisión a fondo de su política en la zona, lo que, caso de responder a un propósito genuino y no ser simplemente una forma de salvar la cara ante la gravedad de lo sucedido, podría acarrear consecuencias todavía imprevisibles.

De otro lado, el acuerdo de las dos grandes potencias en impedir un triunfo iraní sin paliativos, tiene su paralelo en el campo árabe y en las propias negociaciones para la celebración de una conferencia de paz sobre Oriente Próximo. Mientras el presidente de Siria, Hafez el Assad, el aliado más importante de Teherán en el mundo árabe, se aproxima visiblemente al régimen de Bagdad, suaviza también su posición ante una la eventual participación de Damasco en esa convocatoria de paz.

La lenta maduración de la guerra, en un sentido algo más favorable para Irán, sirve para que las ocasionales alianzas que se anudaron a su comienzo revelen una identidad mucho más táctica que estratégica. Quienes apoyaban a Teherán, como Siria y Libia, preferían una contienda larga a una victoria de su asociado; los que apoyaban a Irak, como Arabia Saudí y los Estados del Golfo, pensaban otro tanto con respecto a Bagdad. Ahora que la ecuación estratégica inquieta a los enemigos de siempre del ayatolismo, como Estados Unidos, se produce una veloz convergencia de los extremos para avisar a Teherán de que no debe ganar la guerra. Y no parece probable que el incidente naval del domingo, con toda su gravedad, pueda hacer variar ese planteamiento.

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