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40º FESTIVAL DE CINE DE CANNES

Los filmes de Woody Allen y Ettore Scola traen diversión y humor

Radio days, agradable e intrascendente película de Woody Allen, presentada fuera de concurso, y La familia, una magnífica y amarga crónica de 80 años de vida italiana, realizada por Ettore Scola e interpretada por Vittorio Gassman, trajeron ayer a un festival aburrido el entretenimiento y el humor. Sin provocar grandes risas, Allen divirtió. Pero el amargo humor de Scola fue mucho más lejos, y su película es la segunda realmente importante que se presenta al concurso de Cannes 87, junto a Ojos negros, de Mijalkov.

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Protocolo roto

Todavía no se han apagado las luces de su anterior película, cuando el fértil y hábil vendedor que es Woody Allen ya tiene otra nueva colocada en todos los mercados del mundo.Su título es Radio days, en general defraudó al exigente espectador de Cannes. Allen ha encontrado una fórmula y, puesto que funciona, la repite.

Radio days viene a ser lo mismo que La rosa púrpura de El Cairo, una bonita pompa de jabón. Está dedicada a proporcionamos un evocador baño nostálgico de los años dorados de la radio neoyorquina, y tal evocación se agradece porque no es pretenciosa, tiene instinto de buen espectáculo y porque un poco de fácil diversión se agradece en un festival lleno de tediosas películas grandilocuentes.

Radio days se ve y se olvida. Pero lo contrario ocurre con La familia, de Ettore Scola, que sigue viéndose después de vista. Es la historia, concentrada en una docena de momentos cruciales, de 80 años de la vida de un hombre de la burguesía italiana observados desde el interior de su casa familiar, sin que la cámara salga ni una sola vez a las calles.

La familia es de esas obras que tienen dentro mucho más de lo que parece. Scola es un maestro de la elipsis -recurso que fuerza al espectador a imaginar lo que en la pantalla no se ve- y en esta película hace girar el relato enteramente sobre esa su maestría, pues en él importan más las cosas que no se ven que las evidencias.

Narrada en tono de comedia bonachona, sin asperezas y sin patetismos de ninguna clase, La familia parece a primera vista una historia complaciente cuando, si se la rememora, resulta ser, por el contrario, dura, radical e incluso violenta.

Un tormentoso río subterráneo circula por debajo de las suaves evidencias de una película que tiene auténtico humor en sus arterias, ese humor que permite a los cineastas con talento decir los gritos con susurros y las cosas más amargas con el gesto dulce de una sonrisa.

Con este filme, Cannes recupera la altura que su prestigio se merece y que parecía haber perdido después de la proyección de Ojos negros, del ruso Mijalkov y, en menor medida, del filme británico Prick up your ears, de Stephen Frears. Tres películas dignas de consideración después de 20 proyecciones no es mucho, pero por todos los síntomas la industria cinematográfica de hoy no da para más. Y quedan tres días en los que se presagian una o dos obras más que añadir a la memoria del cine.

Cannes se anima. La misteriosa versión de El rey Lear que Jean-Luc Godard ha realizado para la marca Cannon será proyectada esta noche. Volker Schölondorf y el escritor norteamericano Norman Mailer nos traen sus últimas obras cinematográficas y las secciones paralelas ofrecen estos días sus obras más significativas a un público que rodea las salas de proyección como un intransitable hormiguero.

Por su parte, las películas que optan al premio de La Cámara de Oro, las óperas primas presentes en las secciones de Cannes 87, parece ser que abarcan un espectro temático y formal muy interesante y que el jurado que preside el francés Maurice Le Roux tiene mucho y muy buen material cinematográfico donde elegir quién se beneficiará de este prestigioso galardón que este año cumple su décimo aniversario.

Agravios

Por otro lado, el productor Luis Megino ha manifestado en Cannes que la selección del cine español que ha hecho este año el festival "es un agravio que exige respuesta diplomática". Según declaró a la agencia Efe, el apartar al cine español de la competición de Cannes durante tres años seguidos es una actitud "completamente injusta que sólo puede obedecer al miedo ante la constatación de una mejor calidad que la nacional".

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